III

En los días siguientes, otros cuatro guerrilleros prófugos —Moro, Pablo, Eustaquio y Chapaco— fueron perseguidos, asesinados y enterrados en tumbas colectivas secretas cerca de Vallegrande.[141]

Por increíble que parezca, los cubanos Pombo, Benigno y Urbano juntamente con los bolivianos Inti Peredo, Darío y Ñato escaparon de la quebrada. El ejército los persiguió y el 15 de noviembre tuvieron una escaramuza en la que Julio Méndez (Ñato) cayó gravemente herido y pidió a sus camaradas que lo mataran. Benigno ha dicho que fue él quien disparó el tiro de gracia y después los cinco escaparon del encierro. Con ayuda de algunos miembros del Partido Comunista Boliviano que, siquiera tardíamente, reunieron el coraje suficiente para salvar a los últimos supervivientes de la insurgencia del Che, reaparecieron tres meses después en los Andes nevados. Allí los rescataron los partidos socialista y comunista de Chile; el senador socialista Salvador Allende voló con ellos a la isla de Pascua, de donde volvieron a La Habana pasando previamente por Tahití, Etiopía, París y Moscú.

Harry Pombo Villegas siguió la carrera militar y fue comandante de las fuerzas expedicionarias cubanas en Angola. Ascendido a general y declarado en vida «Héroe de la Revolución», vive en un apartamento modesto no lejos de la vieja casa del Che en La Habana. Leonardo «Urbano» Tamayo es coronel del ejército en activo; a su regreso sufrió una crisis nerviosa, pero se recuperó y lleva una vida discreta en la capital cubana. Dariel Alarcón Ramírez —«Benigno», el diestro machetero del Che en Bolivia— trabajó en el sistema de prisioneros cubano y hasta la década de 1980 instruyó a guerrilleros de más de una docena de países latinoamericanos. Sin embargo, en los últimos tiempos se sintió decepcionado por el régimen que ayudó a instaurar en su juventud. En 1996, en Francia, publicó un libro en el cual criticó duramente el régimen de Fidel, a quien hizo responsable de varios crímenes, incluido el presunto «abandono» del Che y sus guerrilleros en Bolivia. Considerado un traidor en Cuba, actualmente vive en el exilio en París.

A pesar de las acusaciones de Benigno y algunas dudas persistentes sobre hasta qué punto Cuba ayudó al Che en Bolivia, la mayoría de las pruebas indican que La Habana hizo lo que pudo dentro de sus posibilidades. Una vez conocida la presencia del Che y tras la llegada de los norteamericanos, el margen de maniobra de los agentes cubanos en Bolivia se hizo extremadamente estrecho. Las fronteras estaban cerradas o fuertemente custodiadas; el Partido Comunista, proscrito. En esas condiciones, cualquier guerrillero que llegara para unirse al Che sería detectado fácilmente. Los militares detenían a todos los extranjeros de aspecto sospechoso. Según Ariel, Cuba empleaba varios medios para estar al tanto de la situación. En la primavera de 1967, Régis Debray pudo informar a los servicios secretos cubanos sobre la situación del Che gracias a su novia venezolana Elizabeth Burgos, que pudo visitarlo en la cárcel de Camiri. Por su parte, Ciro Bustos pidió a su esposa Ana María que transmitiera a La Habana la petición desesperada de un nuevo equipo de radio, además de su recomendación de iniciar un segundo foco para distraer la atención. Ana María envió una carta, pero debido a una serie de problemas ésta llegó a La Habana en vísperas de la caída del Che. En septiembre de 1967 agentes cubanos en París pidieron a Toto Schmukler, el amigo de Bustos, que viajara a Argentina y Bolivia para averiguar todo lo que pudiera sobre la situación del Che. Schmukler tuvo la impresión de que los cubanos estaban «muy preocupados». Viajó como le pidieron, pero cuando llegó a Argentina a principios de octubre, ya era tarde.

El apoyo de Cuba a la guerrilla boliviana no terminó con la muerte del Che. Inti Peredo y Darío llegaron a Cuba y en 1969 regresaron a su país con un nuevo contingente de bolivianos para reanudar la guerra. Pero ese mismo año, antes de que pudiera iniciar las operaciones, Inti murió en un tiroteo en una casa clandestina de La Paz; Darío (David Adriazola) fue apresado y asesinado unos meses después. Chato, el hermano menor de Inti, tomó el mando y con setenta y tantos estudiantes bolivianos, en su mayoría carentes de instrucción militar, inició una nueva guerrilla en la remota ciudad minera de Teoponte, al norte de La Paz, cerca de la cabecera del río Beni.[142] Después de unos meses de campaña, desorganizado, famélico y rodeado por el ejército, el segundo intento de foco guerrillero del ELN murió en un torbellino de sangre y vidas derrochadas. Chato sobrevivió y en la actualidad es un prestigioso psicoterapeuta en Santa Cruz, Bolivia; su especialidad es llevar a sus pacientes «de regreso al útero».

El ministro del Interior boliviano Antonio Arguedas, que observó impasible el desenlace fatal de la guerrilla del Che, en 1968 redescubrió inexplicablemente sus tendencias marxistas y con ayuda de amigos comunistas, envió clandestinamente las manos del Che y un microfilm de su diario a Cuba. Posteriormente cayó bajo sospecha, huyó del país y reapareció en La Habana convertido en una suerte de «héroe secreto» de todo el episodio. En una serie de piruetas desconcertantes, se fue de Cuba, reanudó sus contactos con la CIA y volvió a Bolivia. Arguedas trabajó por un tiempo como abogado, pero su vida seguía turbia. En los ochenta pasó tres años en la cárcel acusado de pertenecer a una banda de secuestradores. A finales de los noventa vivía semiclandestinamente en La Paz, llevando, en apariencia, una vida gangsteril. En febrero de 2000, Arguedas apareció muerto en una misteriosa explosión en La Paz. Según la policía, la explosión ocurrió cuando una bomba que él mismo portaba estalló por error.

Desplazado de la dirección del Partido Comunista Boliviano, Mario Monje se exilió en Moscú, donde aún vive. Según él, los agentes de inteligencia soviéticos le dieron orden de «no hablar», que acató hasta los años noventa. Durante décadas recibió un subsidio del Instituto América Latina, una oficina de investigaciones políticas del Partido. Desde la caída de la Unión Soviética, Monje es un hombre sin un país ni un «hermano mayor» que lo mantenga.

La mayoría de los supervivientes de la guerrilla de Masetti, encarcelados en Salta, recuperaron la libertad en 1968 gracias a su abogado Gustavo Roca. Estando en la cárcel, sufrieron una violenta conmoción al recibir la visita del «Fusilado», el hombre condenado a muerte por Masetti en Argelia. Dijo que los argelinos le perdonaron la vida, lo encerraron en una celda donde permaneció aislado del mundo durante uno o dos años, hasta que un día lo liberaron sin darle explicaciones y lo enviaron a Cuba. Cree que posiblemente el Che se enteró de su situación durante su visita en 1965 y ordenó que lo liberaran. De regreso en Cuba, fue a combatir a los contrarrevolucionarios en el Escambray y una vez «rehabilitado», lo enviaron a estudiar la posibilidad de organizar la fuga de sus antiguos camaradas. Dijo que no les guardaba rencor; sólo estaba feliz de haber conservado la vida. Según Henry Lerner, que lo conoció allí, «el Fusilado» era judío como él.

Al cabo de tres años y ocho meses de cárcel, Alberto Castellanos, escolta del Che, fue expulsado del país y pudo regresar a Cuba. Las apelaciones de Héctor Jouve y Federico Méndez fueron denegadas, y sus sentencias de catorce y dieciséis años ampliadas a cadena perpetua. Se beneficiaron con una amnistía en 1973, tras el regreso de Juan Perón a Argentina, pero huyeron del país cuando los militares derrocaron a Isabel, la tercera esposa de Perón, e iniciaron una oleada de represión anticomunista. Restaurado el régimen civil a principios de la década de los ochenta, ambos regresaron al país. Méndez murió hace algunos años; Jouve vive con su familia en Córdoba. Es psicoterapeuta y un hombre profundamente reflexivo.

Henry Lerner, que estuvo a punto de morir a manos de Masetti, fue apresado por los militares argentinos y durante tres años estuvo «desaparecido», esperando la ejecución. Se salvó gracias a una insólita mediación de la Iglesia católica, por la cual un centenar de personas detenidas a disposición del gobierno fueron liberadas y expulsadas del país. Por ser judío, Lerner obtuvo asilo en Israel. Posteriormente emigró a Madrid, donde es psicoterapeuta como su antiguo camarada Héctor Jouve.

En la llamada «guerra sucia» argentina contra la izquierda, que adquirió pleno vigor a partir de 1976, la familia Guevara fue una de las primeras víctimas. Guevara Lynch huyó a Cuba con su nueva novia Ana María Erra, una artista treinta años menor que él. Allí formaron una nueva familia y llamaron a uno de sus hijos Ramón, en recuerdo del nombre de guerra del Che en Bolivia. Después de la muerte de su hermano, Roberto giró hacia la izquierda y junto con Juan Martín participó en un movimiento guerrillero «guevarista» en Argentina. Roberto alternó entre Cuba y Europa, pero Juan Martín cometió el error de volver de Cuba a combatir en su país; lo detuvieron en menos de un mes y pasó nueve años en la cárcel. Su hermana Celia pasó buena parte de los años setenta y principios de los ochenta en Londres, donde trató de obtener su libertad a través de Amnistía Internacional.

Al finalizar la guerra sucia, los hermanos del Che volvieron gradualmente a la Argentina. Roberto es abogado de varios sindicatos izquierdistas; Juan Martín tiene una librería en Buenos Aires. Ana María, la hermana menor del Che, murió de enfermedad hace unos años; Celia Guevara lleva una vida discreta en Buenos Aires. Su padre no regresó. «El viejo» Guevara murió en La Habana en 1987, a los ochenta y siete años. Dedicó sus últimos años a escribir libros sobre su hijo después de estudiar su correspondencia y diarios. Su esposa e hijos (hermanastros del Che) viven en Cuba.

Ciro Bustos y Régis Debray fueron condenados a treinta años de prisión, pero en 1970, antes de cumplir los tres años, quedaron en libertad por orden del nuevo presidente militar boliviano, el general reformista Juan José Torres; fueron a Chile, donde el socialista Salvador Allende era presidente. Debray, que se hizo famoso durante su juicio público en Bolivia, siguió siendo una figura destacada en los círculos intelectuales de la izquierda europea; en la década de los ochenta fue asesor del presidente francés François Mitterrand sobre asuntos latinoamericanos. Poco a poco, su amor por la revolución boliviana se fue desvaneciendo. En memorias publicadas en 1996, criticó con dureza a Fidel Castro, a quien calificó de «megalómano». Sobre el Che dijo que era «más admirable» pero menos «simpático» que Castro, y lo acusó de mostrarse rudo e insensible con sus hombres en Bolivia.

Entre los supervivientes de la aventura boliviana, acaso ninguno sufrió tanto como el pintor Ciro Bustos. Aunque sus ex carceleros dicen que Debray colaboró con ellos, fue Bustos quien cargó con la infamia de «delatar» la presencia del Che en Bolivia por medio de sus retratos. Denigrado por Debray, rechazado por Cuba, Bustos trabajó durante algunos años en Chile, hasta que el golpe militar de 1973, encabezado por el general Augusto Pinochet con respaldo de la CIA, lo obligó a huir. Volvió a la pintura en su Argentina natal, pero la guerra sucia lo obligó a huir nuevamente. Ahora vive discretamente en Suecia, donde pinta hermosos retratos de personas sin rostro.

Loyola Guzmán, la secretaria nacional de finanzas del Che en Bolivia, fue liberada en 1970, en un trueque de prisioneros con el ELN que había secuestrado a dos ingenieros alemanes con ese fin. Finalmente llegó a Cuba. Aleida la tomó bajo su protección porque Loyola descubrió que nadie en los servicios secretos quería recibirla ni darle alguna explicación sobre el desastre de 1967 y que el Che era innombrable en su patria adoptiva. Fidel había sucumbido por fin al abrazo del oso soviético, que duraría diecisiete años. Por el momento, el «aventurerismo» del Che había caído en el descrédito.

Loyola Guzmán y otros camaradas regresaron a Bolivia por sus propios medios para reanudar la campaña guerrillera. Pero en 1972, los militares rodearon la casa clandestina donde se encontraba con su esposo y varios camaradas más. Los hombres escaparon, pero los mataron después. Loyola, que estaba embarazada, pasó dos años en la cárcel, donde dio a luz su primer hijo; lo llamó Ernesto en homenaje al Che. Años después, a medida que los ejércitos de la región apoyados por Estados Unidos adoptaban métodos cada vez más brutales para aniquilar las insurgencias marxistas inspiradas por el Che, Loyola se convirtió en una reconocida representante de los familiares de «los desaparecidos» de Bolivia y de América Latina. Participó activamente en la búsqueda de los restos del Che y sus guerrilleros en Vallegrande; fue ella, además, la que logró los primeros resultados, cuando los campesinos le informaron dónde estaban los restos de Moro, Pablo, Chapaco y Eustaquio. Hoy viven en La Paz, y es abuela, pero sigue en su abnegada misión de esclarecer las muertes y ubicar los restos de las más de ciento cincuenta personas desaparecidas en Bolivia durante los regímenes militares.

El recibimiento tenso y hostil que encontró Loyola en la Cuba de 1970 era un indicio de los muchos golpes de timón que sufriría la isla durante el prolongado mandato de Fidel como «jefe máximo». En efecto, la clara subordinación de Cuba a la línea soviética sufrió un asombroso giro de ciento ochenta grados en menos de tres años, porque inmediatamente después de la muerte del Che las relaciones entre los dos países entraron en un estado de hibernación. Furioso por el apoyo implícito de Moscú a la línea del Partido Comunista Boliviano y por las duras críticas al Che y la «exportación» de la revolución publicadas en Pravda, Fidel rehuyó al Kremlin. El embajador Alexander Alexeiev, considerado demasiado afín a Fidel, fue trasladado en 1968 a la remota Madagascar.

Como expresión de su disgusto, en 1967 Fidel envió apenas a su ministro de Salud a la festividad anual que se celebraba en noviembre en la Plaza Roja. A principios de 1968 inició una nueva purga de «viejos comunistas», supuestamente al descubrir que una facción disidente conspiraba contra él con personal de la embajada soviética. Tal como en la purga de los «sectarios» de 1962, el protagonista de la conspiración era el temible Aníbal Escalante, pero en esta ocasión su condena no fue el exilio en Moscú sino quince años de prisión. Uno de los crímenes de los que quedaron constancia en las grabaciones fue el haber criticado al Che.

A continuación, invocando el espíritu del Che, Fidel se lanzó a la conquista desesperada de la autosuficiencia económica. Proclamó que en 1970 se obtendría una zafra sin precedentes de diez millones de toneladas de azúcar y volcó los escasos recursos de la nación en ese objetivo. Orlando Borrego, ministro del Azúcar, dijo a Fidel que dudaba que se pudiera alcanzar esa cifra; lo destituyeron. Efectivamente no se alcanzó, y el tremendo esfuerzo debilitó enormemente la economía cubana. En la práctica esto significó el fin de cualquier esperanza de autonomía. Los soviéticos, alentados por la declaración de apoyo de Fidel a su invasión de Checoslovaquia, impusieron rápidamente sus criterios. El Ministerio de Industrias fue dividido en varios departamentos menores, purgado de elementos leales al Che, y muchos extranjeros que habían acudido a trabajar con él abandonaron la isla. Se clausuró el campo de rehabilitación de Guanacahabibes y la granja experimental Ciro Redondo y se destruyó el «departamento de control» con sus expedientes que detallaban las aptitudes revolucionarias y laborales de más de cuarenta mil individuos. A pesar de su destitución en 1968, Orlando Borrego sigue siendo leal a Fidel y a la Revolución; ahora, a los setenta años, es asesor del Ministerio de Transportes y de la denominada «Cátedra Che Guevara» en la Universidad de La Habana.

A pesar de la «hibernación» de una década y media inducida por el gobierno, el Che resurgió como una piedra de toque revolucionaria en Cuba. A finales de los ochenta, cuando Mijaíl Gorbachov empezó a introducir cambios en la Unión Soviética, Fidel se opuso a las reformas liberales de la glasnost y la perestroika con lo que llamó el proceso de «rectificación»: la readopción de las ideas del Che Guevara como las pautas a seguir por los comunistas cubanos. Sin embargo, el proceso no alcanzó a empezar porque coincidió con el derrumbe del bloque soviético y el fin de treinta y un años de subsidios de Moscú a Cuba. Aunque la situación la obligó a permitir las inversiones extranjeras limitadas y otras «reformas de mercado» para rescatar su maltrecha economía, Fidel ha persistido en la resurrección del Che como ratificación espiritual de lo poco que queda de la Cuba «revolucionaria». De acuerdo con la tradición revolucionaria de ponerle un nombre oficial a cada año, 1997 quedó consagrado como el «Año del Trigésimo Aniversario de la Muerte en Combate del Guerrillero Heroico y Sus Camaradas».

Che Guevara
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