III
Es significativo que Pardo Llada jamás se cruzara con el especialista del PSP en materia azucarera Alfredo Menéndez, quien también integraba la delegación. Probablemente existía un motivo excelente para ello, ya que a pesar de su aparente falta de objetivos, el viaje del Che tenía un fin preciso no revelado. Fidel quería vender azúcar a los soviéticos como preludio a establecer relaciones comerciales con Moscú y el bloque comunista. La presencia de Alfredo Menéndez obedecía a ese propósito.
Semejante acuerdo comercial de por sí no debía llamar la atención. La Unión Soviética era un comprador tradicional, aunque menor, de azúcar cubano, con un promedio anual de medio millón de toneladas incluso después de que Batista rompiera las relaciones en 1952. Pero según Menéndez, la última venta de azúcar a Moscú, en 1956, se había realizado después de que Washington diera luz verde. Ese hecho, de ser cierto, ponía de manifiesto la cruel realidad que imponía a Cuba el papel de Estado económicamente vasallo de los norteamericanos durante generaciones. El azúcar era la piedra angular absoluta de la economía isleña. Como principal consumidor mundial de azúcar y comprador de una gran parte de su cosecha anual, Estados Unidos ejercía un peso enorme no sólo sobre la economía cubana sino también sobre su política interior y exterior. Por consiguiente, dadas las suspicacias norteamericanas sobre el rumbo político de la revolución, las negociaciones con los soviéticos debían realizarse con la mayor discreción.
Para Menéndez, la misión era un sueño hecho realidad. Encabezaba unas negociaciones que esperaba que cumplirían, en sus palabras, «una vieja aspiración del viejo partido socialista con el mundo»: poner fin a la dependencia cubana de Estados Unidos de una vez para siempre.
«Nosotros teníamos una cuota norteamericana, que eran unos dos millones y pico, casi tres millones, cuando ellos tenían más necesidad. Cuba tenía capacidad para hacer siete millones de toneladas de azúcar. Capacidad objetiva en el año 1959… Nosotros queríamos cambiar el mercado. El primer objetivo, ese de vender azúcar a la Unión Soviética, fue con vistas a ampliar los mercados nuestros…, no solamente con la Unión Soviética, sino con el resto de los países socialistas… Ésa era una estrategia».
En el marco de esa estrategia, Fidel tuvo la astucia de cubrirse las espaldas. El 13 de junio, al día siguiente de la partida del Che con su misión, Fidel pidió públicamente a Estados Unidos que incrementara la cuota azucarera cubana de tres millones a ocho millones de toneladas. Tal como sin duda había previsto, Washington rechazó la oferta de comprar toda la cosecha, pero el mundo quedó sobre aviso de que Cuba buscaba clientes. (En efecto, un año más tarde, cuando Nikita Jrushov aceptó comprar casi todo el azúcar a precios superiores a los del mercado mundial, Fidel pudo decir que se lo había ofrecido antes a los yanquis.)
Los primeros contactos del Che con los soviéticos tuvieron lugar en El Cairo antes de la llegada de Pardo Llada. El Che debía hacer la oferta de venta de azúcar y Menéndez ocuparse de los detalles. Éstos fueron elaborados secretamente durante el mes siguiente del viaje por Menéndez, quien viajó dos veces a La Habana a consultar con Fidel. A fines de julio, los soviéticos ya habían aceptado comprar medio millón de toneladas de azúcar; las negociaciones se realizarían en Londres, una sede neutral donde la Unión Soviética tenía una gran misión comercial y el texto se podía llevar a cabo por intermedio de una agencia internacional de comercio azucarero.
Al cerrar la negociación en Londres, dijo Menéndez: «pasa más desapercibida y no le damos connotación política».
Si bien la venta en sí salió posteriormente a la luz, no sucedió lo mismo con las complejas negociaciones previas entre el Che y la Unión Soviética; éstas jamás aparecieron en la cronología oficial de la «misión de buena voluntad» de 1959. El motivo de la omisión es bastante obvio: las negociaciones azucareras fueron el primer paso importante en las conversaciones secretas que desembocaron en la alianza cubano-soviética, en contradicción con la historia oficial cubana según la cual el régimen castrista fue arrojado a los brazos soviéticos por la hostilidad y agresión norteamericanas.
En cuanto a Alexander Alexeiev, el agente del KGB que aguardaba impaciente en Moscú desde enero, los cubanos aprobaron súbitamente su visado. «En mi pasaporte pusieron corresponsal de TASS —dijo Alexeiev—. Me dijeron que lo hicieron porque tenían todavía miedo de invitar a un funcionario de la Unión Soviética». Partió en septiembre por una ruta indirecta que lo llevó a Italia y Venezuela, hasta llegar a Cuba el 1 de octubre. La sutil danza cubano-soviética empezaba a acelerar el compás.