V
Lo que pasó fue un torbellino de actividad bélica que obligó al Che a arrojar sus planes por la borda y continuar la guerra que había iniciado casi involuntariamente por acumulación de una serie de errores y desventuras. No tenía otra alternativa que combatir, permanecer en movimiento y tratar de sobrevivir. Ese imperativo dominaría el breve resto de su vida.
El estallido de la guerra de guerrillas cayó sobre Bolivia como una bomba. A los pocos días de la emboscada, las noticias se volvían cada vez más exageradas a la vez que el gobierno movilizaba sus tropas. Barrientos, que al principio había negado la existencia de los guerrilleros, utilizó las pruebas halladas en el campamento —incluidas las fotografías de Taniapara calificarlos de invasores extranjeros, agentes del «castrocomunismo» y apelar al patriotismo de sus conciudadanos para resistir a los extranjeros. En una nación intensamente nacionalista, la xenofobia constituía un arma eficaz para aislar a los civiles de los guerrilleros; Barrientos recurriría incesantemente a destacar el carácter «foráneo» de los «rojos» y lo mismo haría el ejército.
Por el momento, era poco lo que se podía hacer para contrarrestar la propaganda aparte de redactar comunicados. Lo más apremiante era evitar la aniquilación. Escuchando los informes que se emitían por la radio, el Che llegó a la conclusión de que el ejército conocía perfectamente la posición de su banda. Ordenó que se excavaran cuevas para depositar las armas en un campamento más pequeño que llamaron «El oso» por haber matado allí un oso hormiguero.
En Cuba, algo más de dos docenas de guerrilleros se entrenaban para intervenir en la «segunda etapa». Borrego y su cuñado Enrique Acevedo no estaban entre ellos, pero suplicaron a Fidel que los enviara a Bolivia. Él se negó. Dijo que la guerrilla se había dado a conocer prematuramente, la situación era demasiado inestable y, para colmo, se había perdido el contacto directo con el Che, por lo cual no había manera de asegurar que se encontrarían con él. Borrego y sus camaradas leían los informes de Bolivia con angustia creciente: el Che y su grupo parecían encaminados inexorablemente al desastre.
En el resumen del mes correspondiente a marzo, el Che escribió brevemente: «Éste [mes] está pletórico de acontecimientos…» Después de analizar la situación general y de sus tropas añadió: «Evidentemente tendremos que emprender el camino antes de lo que yo creía… La situación no es buena, pero ahora comienza otra etapa de prueba para la guerrilla, que le ha de hacer mucho bien cuando la sobrepase».
Pasaban los días en marcha constante, en busca u ocultándose del ejército que en número creciente parecía rodearlos por todas partes. El 10 de abril atacaron un pelotón de soldados que bajaba por el río. «Pronto llegaron las primeras noticias, con un saldo desagradable —escribió el Che en su comandancia—. El Rubio, Jesús Suárez Gayol, estaba herido de muerte. Y muerto llegó a nuestro campamento; un balazo en la cabeza».
Era su primera baja en acción, un cubano, pero tres soldados habían muerto y varios más habían caído en manos de los guerrilleros. Después de interrogar a los prisioneros y determinar que se acercaban más tropas enemigas, decidió que la emboscda seguiría en el mismo lugar. La tarde siguiente otros soldados cayeron en la trampa. «Esta vez hay siete muertos, cinco heridos y un total de veintidós prisioneros».
Esa noche, el Che hizo algo que a Bustos le pareció muy extraño. El cadáver de Rubio quedó tendido en el suelo en el centro del campamento durante toda la noche. Fue una especie de velatorio, dijo Bustos. Nadie hablaba del cuerpo, pero ahí estaba a plena vista, una macabra advertencia de lo que podía sucederles. Al día siguiente, el Che pronunció unas palabras sobre el coraje de Rubio Suárez Gayol —y su imprudencia— y lo enterraron. Al liberar a los prisioneros, entregó al oficial al mando su Comunicado N.º 1 que anunciaba el inicio de hostilidades por parte del ELN. Tomó nota de la composición abigarrada de los hombres enviados a perseguirlo. «Hay rangers, paracaidistas y soldados de la zona, casi niños».
A pesar suyo tuvo que admitir que los informes de la prensa podían ser veraces: el ejército había descubierto el campamento original y hallado las fotografías, entre otros indicios de su presencia. Un grupo de periodistas había visitado el lugar; el 11 de abril escuchó a un reportero decir por la radio que había visto la foto de un hombre «sin barba con una pipa». Era un retrato del Che, pero aún no habían descubierto su identidad. Dos días después escuchó la noticia de que Estados Unidos enviaba asesores militares a Bolivia, lo cual —decía— no tenía nada que ver con «los guerrilleros» sino que era parte de un antiguo convenio de asistencia militar entre los dos países. El Che no se dejó engañar y escribió con cierta esperanza: «Quizás estemos asistiendo al primer episodio de un nuevo Vietnam». En parte tenía razón, ya que Estados Unidos enviaba a los asesores para ayudar a los bolivianos a aniquilar la amenaza guerrillera, pero se equivocaba en cuanto a la posibilidad de que se produjera una campaña de resistencia nacional como en Vietnam. El 20 de abril sufrió un nuevo golpe rudo: el ejército capturó a Debray y Bustos cuando intentaban abandonar el «frente» desde la aldea de Muyupampa.
Desde el comienzo de las hostilidades un mes antes, el problema de los dos emisarios había quedado en suspenso mientras la banda trataba de resolver los asuntos apremiantes. Ya estaba acordado que el Chino Chang permaneciera por el momento con la guerrilla, lo mismo que Tania, cuya identidad falsa había salido a la luz al descubrirse en Camiri su jeep abandonado y los documentos a nombre de «Laura Gutiérrez Bauer». Mientras tanto, Debray se mostraba cada vez más nervioso, y el Che, que evidentemente lo consideraba «pan blanco», apuntó el 28 de marzo: «El francés planteó con demasiada vehemencia lo útil que podría ser fuera». Unos días después, mientras trataba de salir del encierro, explicó a Bustos y Debray que tenían tres opciones: seguir con la guerrilla, abandonarla por sus propios medios o seguir hasta que llegaran a un pueblo donde pudieran separarse con seguridad. Optaron por esta última.
Desde entonces habían pasado tres semanas dramáticas, con nuevos choques y marchas constantes. El gobierno había declarado ilegal el Partido Comunista e impuesto el Estado de emergencia en todo el sudeste.
Emulando las tácticas de los primeros tiempos en la sierra, el Che decidió sorprender al enemigo al operar en otra zona, cerca del pueblo de Muyupampa; si era posible, Bustos y Debray se separarían allá. Luego él y sus hombres se desplazarían hacia el norte hasta la precordillera andina oriental.
Redactó un Comunicado N.º 2 para que lo divulgara Debray y un mensaje cifrado a Fidel para informarle de su situación. Dijo a Bustos que era esencial que las noticias sobre su situación real llegaran a la isla. Necesitaba una radio nueva, y que Fidel enviara a los hombres que se estaban entrenando en Cuba a un frente nuevo, más al norte, para aliviar la presión sobre su grupo.[126]
En las proximidades de Muyupampa, el Che se unió a la columna de vanguardia y dejó a Joaquín a cargo de la retaguardia en el cruce de un río. Para avanzar con mayor rapidez, dejó en la retaguardia a los enfermos verdaderos —Tania y Alejandro padecían fiebres altísimas— y a los simulados, como la resaca boliviana. Joaquín debía revelar su presencia pero evitar el combate frontal y esperar el regreso del Che para tres días después. Siguieron su marcha a través de una región donde los campesinos evidentemente estaban aterrados por su presencia. En las cercanías de Muyupampa descubrieron que el ejército se había atrincherado en el pueblo y enviado espías de paisano a buscar a los guerrilleros. Los hombres de avanzada del Che capturaron a los civiles, quienes confesaron su misión. Los acompañaba un personaje sospechoso, un periodista anglochileno llamado George Andrew Roth quien decía querer una entrevista con el líder de los rebeldes.
Después de que Inti Peredo concediera una «entrevista» a Roth, Bustos y Debray elaboraron un plan. Utilizarían la excusa de Roth para separarse de la guerrilla y hacerse pasar por periodistas. Pero no pudieron engañar a los soldados, que los detuvieron apenas entraron al pueblo. Al enterarse, el Che anotó cuáles eran las probabilidades de que sobrevivieran; la situación de Bustos «parece mala», pero Debray «probablemente saldrá bien».[127]
Ahora todos sus esfuerzos estaban dirigidos a reunirse con Joaquín y la columna de retaguardia y luego explorar una ruta hacia el río Grande. Más allá estaban las montañas del centro del país, la puerta de acceso a los Andes, donde esperaban escapar de la redada. Sin embargo, durante los días siguientes se toparon con otras patrullas y sufrieron nuevas bajas. Loro desapareció durante una escaramuza. Eliseo Reyes («Rolando»), camarada del Che desde su adolescencia, cuando se unió a su columna en la sierra como mensajero, cayó herido de muerte en una emboscada. Murió a pesar de los intentos del Che, quien por primera vez en Bolivia expresó en su diario el sentimiento que le provocaba el deceso. «Hemos perdido al mejor hombre de la guerrilla… de su muerte oscura sólo cabe decir, para un hipotético futuro que pudiera cristalizar: “Tu cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma.”»
Los exploradores enviados en busca del grupo de Joaquín volvieron con malas noticias. Se habían topado con el ejército, perdido las mochilas en una escaramuza y no tenían la menor idea de dónde estaba la columna de retaguardia. La escaramuza se había producido en Ñancahuazú: por lo tanto, las dos salidas fluviales hacia el río Grande estaban cortadas. Tendrían que cruzar las montañas.
Desesperados por reunirse con el grupo de Joaquín, el Che y su grupo se desplazaron hacia el norte, abriéndose paso en la maleza a golpes de machete. El resumen de abril describe una perspectiva sumamente sombría. Después de mencionar las muertes de Rubio y Rolando, así como la inexplicable desaparición de Loro,[128] escribió en conclusión: «El aislamiento sigue siendo total; las enfermedades han minado la salud de algunos compañeros, obligándonos a dividir fuerzas, lo que nos ha quitado mucha efectividad; todavía no hemos podido hacer contacto con Joaquín; la base campesina sigue sin desarrollarse; aunque parece que mediante el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más, el apoyo vendrá después. No se ha producido una sola incorporación [boliviana]».
El empleo descarado de la fuerza para ganar una base civil siempre había sido parte de la guerra de guerrillas; tanto él como Fidel la habían empleado en la sierra. Desde luego que en sus escritos publicados sobre la guerra cubana jamás había empleado la palabra «terror» sino que había presentado la alianza guerrillero-campesina como una suerte de matrimonio colectivo idílico, una simbiosis orgánica. Pero ahora que estaba en juego la supervivencia, no había tiempo para la poesía; había que recurrir a cualquier táctica que pareciera facilitarla.
En el lado positivo señaló que el «clamor» público sobre la actividad de la guerrilla era igualado en intensidad por la propaganda cubana. El Che había redactado un llamamiento a las armas titulado «Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental», publicado ese mismo mes en la isla. «Luego de la publicación en La Habana de mi artículo no debe haber duda de mi presencia aquí». También observó que si bien el ejército adquiría mayor eficiencia operativa, hasta el momento no había movilizado a los campesinos en su contra, sólo algunos espías que eran «molestos», pero a los que se podía «neutralizar».
La captura de Debray y Bustos significó un duro revés para el Che. Ellos habían sido su única posibilidad de comunicarse con el mundo exterior y ahora no tenía medios para ponerse en contacto con La Paz o Cuba. «Dantón [Debray] y Carlos [Bustos] cayeron víctimas de su apuro, casi desesperación por salir —escribió—, y de mi falta de energía para impedírselo, de modo que también se cortan las comunicaciones con Cuba (Dantón) y se pierde el esquema de acción en la Argentina (Carlos)».
En verdad, el Che y sus hombres estaban librados exclusivamente a sus propios medios. El enemigo estaba avisado, sus fuerzas estaban divididas y en fuga; no tenía el respaldo de Cuba o de las ciudades bolivianas ni el apoyo de los campesinos. Las cosas difícilmente podían estar peor. Sin embargo, frente a esa amarga realidad, el Che concluyó el resumen de abril con una extraña nota de optimismo: «En resumen: un mes en el que todo se ha resuelto dentro de lo normal, considerando las eventualidades necesarias de la guerrilla. La moral es buena en todos los combatientes que habían aprobado su examen preliminar de guerrilleros».