III
La noticia de la debacle de los rebeldes en Alegría de Pío fue titular de primera plana en México y en todas partes. El corresponsal de la UPI en La Habana creyó en la versión del gobierno de Batista, de que había obtenido una victoria total, y envió la gran primicia, que fue reproducida por muchos diarios. En la lista de los muertos aparecía, además de Fidel y Raúl Castro, Ernesto Guevara.
Hilda se enteró en su oficina. «Cuando llegué al trabajo todo el mundo estaba con la expresión seria: reinaba un silencio embarazoso y me pregunté qué sucedía. Entonces vi que todos me miraban. Un compañero me entregó el diario y dijo: “Lamentamos mucho… la noticia.”»
Abrumada por el dolor, Hilda obtuvo permiso para marcharse a casa. En los días siguientes tuvo el apoyo de sus amistades, como Myrna Torres, Laura de Albizu Campos y el general Bayo. Éste trató de reconfortarla: dijo que la noticia no estaba confirmada y que, por su parte, no creía una sola palabra. Esperaba las noticias con angustia, pero la prensa no confirmaba ni desmentía los primeros informes.
La noticia también consternó a la familia Guevara. El primero en enterarse fue Ernesto padre, quien corrió a la redacción del diario La Prensa. Le dijeron que no podían confirmar la noticia y que sólo cabía esperar. Se fue a su casa sumido en la angustia. Celia jugaba al solitario. Los otros hijos ya estaban enterados, pero no le habían dicho nada. Miraron a su padre en silencio.
«Tenía que ser yo quien le diera este tremendo golpe —recuerda el padre del Che—. Me senté enfrente y esperé un rato que me pareció un siglo antes de que ella terminara su solitario». Celia reaccionó con energía. «Se levantó de un salto, fue al teléfono y llamó a la agencia de noticias Associated Press, y con voz seca y firme dijo: “Soy la madre del doctor Ernesto Guevara de la Serna, de cuya muerte ustedes acaban de dar la noticia, que se va a publicar en los diarios. Quiero que ustedes me digan la verdad. ¿Esto es cierto?”»
La respuesta fue la misma: la noticia no estaba confirmada. Ernesto padre acudió al secretario privado del presidente militar argentino, general Aramburu, conocido suyo, y pidió una audiencia. Si Ernesto estaba vivo, quería que el presidente intercediera con Batista para que recibiera un tratamiento justo. Según él, Aramburu accedió a su petición y la Cancillería argentina inició las averiguaciones.
Se acercaba la Navidad, y el hogar de los Guevara estaba sumido en la angustia. Pasaban los días y no había noticias de la Cancillería. Pero un día llegó una carta con matasellos de México. Era una misiva que Ernesto había pedido a Hilda que enviara después de su partida en el Granma en la que escribía a su madre sobre la muerte y la gloria. La carta llegó a destino en el momento más inoportuno que se pudiera concebir. «Para nuestra familia, era sencillamente horrorosa —escribió el padre del Che—. Mi mujer la leyó delante de todos sin derramar una sola lágrima. Yo apretaba los dientes y no comprendía por qué Ernesto tenía que meterse en una revolución que nada tenía que ver con su patria».
Días después, Ernesto padre fue convocado por la Cancillería: acababa de llegar un telegrama de su primo, el embajador en La Habana. Había averiguado que Ernesto no estaba entre los rebeldes muertos o heridos ni entre los presos del régimen de Batista. Eufórico, el padre del Che volvió a la casa a dar la gran noticia. «Esa tarde todo cambió allí. Un hálito de optimismo nos envolvía a todos, y mi casa volvió otra vez a convertirse en bullanguera y jovial».
El padre de Ernesto llamó a Hilda para darle la noticia alentadora. Ella escuchó otros rumores que fortalecieron sus esperanzas de que Ernesto estuviera vivo. «Vivía de esas esperanzas», escribió años después. Mientras tanto, seguía adelante con sus planes de pasar la Navidad con su familia en Perú y luego visitar a los Guevara en Buenos Aires. Pero el día de su partida de México estaba muy trastornada. «Los últimos días en México estaba tan consternada y preocupada por la falta de noticias que aclararan la situación de Ernesto que no pude ocuparme de nuestras pertenencias. Regalé la mayoría de las cosas o simplemente las abandoné».[28] El 17 de diciembre, partió de México hacia Lima con Hilda Beatriz, de diez meses, sin tener noticias ciertas sobre la suerte de Ernesto.
Mientras esperaban alguna prueba de que Ernesto siguiera con vida, los Guevara confiaban en el informe alentador de la embajada argentina en La Habana. Pasó la Navidad. Alrededor de las diez de la noche del 31 de diciembre, cuando la familia se aprestaba a festejar el Año Nuevo, alguien deslizó un sobre de correo aéreo por debajo de la puerta. Estaba dirigido a Celia de la Serna, y el matasellos era de Manzanillo, Cuba.
Contenía un mensaje breve, escrito con la caligrafía inconfundible de Ernesto: «Queridos viejos: Estoy perfectamente, gasté sólo 2 y me quedan cinco. Sigo trabajando en lo mismo, las noticias son esporádicas y lo seguirán siendo, pero confíen en que Dios sea argentino. Un gran abrazo a todos, Teté».
Todos comprendieron el mensaje enigmático: firmado con su sobrenombre infantil Teté, Ernesto les decía que se encontraba bien y que, como un gato, había perdido dos de sus siete vidas. Voló el corcho del champán y comenzaron los brindis. Entonces, minutos antes de la medianoche, otro sobre se deslizó bajo la puerta. También estaba dirigido a Celia, pero escrito con caligrafía femenina. Contenía una tarjeta postal con una rosa roja y el mensaje: «Feliz Año Nuevo. TT está perfectamente bien».
«Aquello superaba lo que esperábamos —recuerda Ernesto padre—. Sonaron las campanas del Año Nuevo y toda la gente que había llegado a mi casa comenzó a demostrar su alegría. Ernesto se había salvado, al menos por ahora».