I
El juicio de Matos por «sedición» tuvo lugar en diciembre y rápidamente se transformó en una batalla enconada y desagradable. Tanto Fidel como Raúl se presentaron para acusar a Matos. Como siempre en estas ocasiones, Raúl exigió la ejecución de Matos y lo mismo hizo el fiscal, mayor Jorge «Papito» Serguera. Pero los jueces, oficiales del ejército y veteranos revolucionarios, todos escogidos a dedo, condenaron a Matos a veinte años de prisión y a sus subordinados a penas menores. El mismo mes, varios hombres fueron juzgados, sentenciados y ejecutados por contrarrevolucionarios. Rafael del Pino, viejo amigo de Fidel y su compañero durante el «bogotazo» de 1948, fue sentenciado a treinta años por ayudar a los batistianos a huir del país.
Tal como había prometido a Alexander Alexeiev mientras saboreaban el vodka y el caviar, Fidel inició la batalla contra la «prensa reaccionaria» cubana. Decretó la «intervención» del periódico conservador Avance después que su director huyera del país; Fidel lo había acusado de complicidad con «la contrarrevolución» por publicar las acusaciones de Díaz Lanz. También intervino el canal 12 de televisión, el segundo del país. Luis Wangüemert, un periodista fidelista, se hizo cargo de la dirección de El Mundo. Faltaba poco para el cierre del Diario de la Marina, portavoz de la oposición, y el resto de la prensa independiente.
Por el momento, los directores de Bohemia y Revolución aún proclamaban su lealtad, aunque los perturbaba el trato de Fidel con los comunistas. La agencia noticiosa internacional Prensa Latina funcionaba bajo la dirección de Jorge Ricardo Masetti, abría corresponsalías en todo el hemisferio y combatía las noticias difundidas por AP y UPI, las agencias norteamericanas que más irritaban al Che y a Fidel.
El control de los periódicos se efectuó con ayuda de los sindicatos gráficos y de periodistas, controlados por los fidelistas, que servían como fuerzas de choque en los medios que aún permanecían en manos privadas. La purga de la CTC continuaba a pesar de las protestas de David Salvador, impulsada por los comunistas en el comité ejecutivo. Ni siquiera el Sindicato de Artistas Gráficos se salvó de la purga; la actriz comunista Violeta Casals, quien había servido a Alexeiev para el primer contacto con el Che, se convirtió en titular de la organización cuando su predecesor, acusado de «contrarrevolucionario», huyó del país.
La misión del Che en el exterior empezaba a arrojar algunos dividendos en público. A partir del otoño, delegaciones diplomáticas y comerciales de Japón, Indonesia y Egipto habían visitado el país. Se firmaron algunos acuerdos comerciales, más importantes por su simbolismo que por sus beneficios. Y desde su regreso, el Che escribía artículos sobre los países que había visitado para las revistas Verde Olivo y Humanismo. Pero ahora sus escritos adquirían un tinte claramente político.
Dedicó un artículo, publicado en la edición de septiembre-octubre de Humanismo bajo el título de «América desde el balcón afroasiático», al vínculo entre Cuba y los ex Estados coloniales que acababan de obtener su independencia, que según él representaba el sueño de verse libres de la explotación económica. Sostuvo que la Cuba revolucionaria, personificada por Fidel Castro, era un modelo de cambio para Asia y África además de Latinoamérica. Abogó por una alianza antiimperialista e insinuó que Fidel Castro podía ser su caudillo.
¿No será que nuestra hermandad desafía el ancho de los mares, el rigor de idiomas diferentes y la inexistencia de lazos culturales, para confundirnos en el abrazo del compañero de lucha?…
A la nueva conferencia de los pueblos afroasiáticos ha sido invitada Cuba… Irá a decir que es cierto, que Cuba existe y que Fidel Castro es un hombre, un héroe popular, y no una abstracción mitológica; pero además, explicará que Cuba no es un hecho aislado sino signo primero del despertar de América…
[Y cuando pregunten:] «¿Son ustedes miembros del Ejército Guerrillero que encabeza la lucha por la liberación de América? ¿Son, pues, nuestros aliados del otro lado del mar?» Debo decirles [a ellos] y a los cientos de millones de afroasiáticos que soy un hermano más, uno más en las multitudes de hermanos en esta parte del mundo que aguarda con infinita ansiedad el momento [en que podamos] consolidar el bloque que destruirá de una vez por todas la presencia anacrónica de la dominación colonial.
La idea de proyectarse hacia la escena mundial tenía mucho sentido para Fidel. La independencia avanzaba por África y Asia con la intensidad de un torbellino. Desde 1957, una docena de nuevas naciones habían conquistado su independencia de la dominación colonial francesa, británica y belga. Los argelinos y otros pueblos aún luchaban por ella, pero la tendencia era clara: los días de la dominación colonial llegaban a su fin, y el futuro estaba en manos de los hombres que habían enfrentado los imperios agonizantes: hombres como Nasser, Sukarno y —¿por qué no?— Fidel Castro. En enero, el canciller Raúl Roa realizó una gira por Asia y el norte de África llevando invitaciones a un congreso de naciones en desarrollo a realizarse en La Habana.
Empezaban a aparecer los primeros artículos anecdóticos sobre las experiencias del Che en la guerra de guerrillas que con el tiempo conformarían la recopilación Pasajes de la guerra revolucionaria. En noviembre, Humanismo publicó su cuento trágico «El cachorro asesinado». Esta alegoría sobre un hecho de la vida real —el sacrificio necesario de seres inocentes en aras de una causa revolucionaria—, al coincidir con la intensificación de las expropiaciones agrarias y la reanudación de los fusilamientos, seguramente perturbó a muchos cubanos.