V
Cuando el Che y Papi llegaron a Praga, Pombo y Tuma los esperaban en su escondite, una casona señorial en las afueras de la capital discretamente oculta detrás de una hilera de enebros altos.
Poco después de la victoria fidelista en 1959, los servicios de inteligencia cubanos y checos acordaron que éstos les entregarían varias casas clandestinas en Praga para que las utilizaran como quisieran. Estas casas eran «herméticas», dijo Ariel, y los cubanos las administraban sin interferencia de los checos. «El Che llegó como cualquier otro revolucionario latinoamericano con una identidad falsa. Los checos ni siquiera sabían quién era».
Pombo recuerda que a partir de la llegada del Che llevaron una vida sosegada en la finca, «matando el tiempo» y afilando sus habilidades con prácticas de tiro. Terminó el invierno y empezó la primavera. Aleida fue a pasar algunas semanas con él, esta vez con otra identidad. Ulises Estrada, el agente de Piñeiro, iba y venía con mensajes entre su jefe, Fidel y el Che. (Según otro agente, Ariel reemplazó a Ulises, que por ser negro «llamaba la atención» en Praga.)
Según Ariel y Pombo, Fidel trató de convencer al Che de que volviera a Cuba, pero éste se negó obstinadamente. «El Che no quería volver bajo ninguna circunstancia», dijo Pombo. Los amigos íntimos insinúan que otro factor decisivo además de su amor propio fue haber comprendido que representaba una carga para Fidel en su trato con los soviéticos, quienes al fin y al cabo financiaban la nave del Estado cubano. El Che era más útil en el extranjero, donde podía llevar adelante la política exterior revolucionaria cubana mientras Fidel lo apoyaba discretamente con el argumento de que era un «viejo camarada».
La partida del Che había coincidido con el regreso de Fidel a una posición agresivamente «internacionalista». En su discurso del Primero de Mayo de 1965, rechazó el concepto de la «coexistencia pacífica», y desde entonces mantenía una posición belicosa. En enero de 1966, en la Primera Conferencia Tricontinental (una derivación promovida por los cubanos de la Organización de Solidaridad Popular Afroasiática con sede en El Cairo), Fidel volvió a aprovechar las riñas entre las dos superpotencias socialistas, y esta vez lo hizo en presencia de cientos de delegados de ochenta países de América Latina, Asia y África, varios «movimientos de liberación armados», además de representantes chinos y soviéticos. Para consternación de Moscú, hizo aprobar una resolución de elogio a los movimientos guerrilleros que combatían en Venezuela, Guatemala, Colombia y Perú. No dejó de hostigar a los chinos con una mención de los «malentendidos» entre La Habana y Pekín debido a la decisión china de reducir los envíos de arroz que Cuba tanto necesitaba. (En febrero, Fidel dejaría de lado el lenguaje diplomático para aparecer en público con una lista de quejas contra China, a la que acusaba de entrometerse en los asuntos cubanos y utilizar el arroz como un garrote para asegurar su docilidad política.)
Pero Fidel aún tenía otras intenciones en la Tricontinental: quería aplacar los rumores de un distanciamiento entre él y el Che y crear la posibilidad de que su camarada argentino entrara en un nuevo campo de batalla. En la conferencia, Fidel proclamó que 1966 era el «Año de la Solidaridad» y juró que haría causa común con las luchas guerrilleras en curso contra el imperialismo en todo el mundo. Si alguna vez el tiempo le había brindado una oportunidad al Che, ésta se acababa de abrir. En efecto, cediendo por fin a la insistencia del Che sobre la necesidad de llevar adelante la «lucha armada», Fidel dio instrucciones a Piñeiro de que le buscara un lugar adonde ir.
La elección no era fácil. A principios de 1966, América Latina presentaba un panorama revolucionario dinámico, pero en un estado de cambio tan desconcertante como violento. En los partidos comunistas de Bolivia, Perú y Colombia habían surgido tendencias chinófilas, y por todas partes aparecían grupos guerrilleros de muy diverso signo. Cuba había enviado agentes a las guerrillas de Venezuela y Colombia, pero la situación era incierta en aquellos países donde el auge guerrillero había provocado una mayor presencia norteamericana, tanto militar como de la CIA.
En Guatemala, la coalición rebelde apoyada por Cuba estaba a punto de sufrir una escisión provocada por un movimiento trotskista. A pesar de las divisiones internas, en los últimos tiempos los guerrilleros habían realizado algunas acciones espectaculares, entre ellas el asesinato del jefe de la misión militar norteamericana y, unos meses después, el del viceministro de Defensa guatemalteco.
En junio de 1965, al cabo de dos años de entrenamiento clandestino, las guerrillas peruanas del MIR dirigidas por Luis de la Puente Uceda y Guillermo Lobatón habían entrado en acción. En septiembre lo hizo el ELN pro cubano de Héctor Béjar, ya recuperado de su derrota de 1963. El gobierno peruano suspendió las garantías constitucionales y sus tropas lanzaron una feroz guerra de contrainsurgencia con ayuda norteamericana. Mataron a De la Puente Uceda en octubre de 1965 y a Lobatón tres meses después; los combatientes del acéfalo MIR se dispersaron. En diciembre el ELN estaba en la misma situación y poco después el propio Béjar cayó preso.
En Colombia se presentaba un cuadro similar. En mayo de 1965, tras la aparición de la guerrilla del ELN apoyada por Cuba, se había impuesto el Estado de sitio. En diciembre, un elocuente sacerdote católico revolucionario llamado Camilo Torres se unió al ELN, al que aportó una combinación carismática de visión social y la posibilidad de atraer a sectores más amplios de la población. Torres murió en febrero de 1966, pero la insurgencia colombiana continuaría durante muchos años, a través de mutaciones y la aparición de grupos nuevos.
En la organización guerrillera venezolana FALN, también apoyada por los cubanos, empezaban a surgir problemas. El Partido Comunista había apoyado la «lucha armada» en 1962, pero ahora daba un paso atrás debido al encarcelamiento de varios de sus dirigentes. En abril de 1965, un plenario del comité central había votado orientarse hacia la «lucha legal», decisión que Fidel criticó públicamente. En marzo de 1966, el gobierno venezolano liberó a los dirigentes comunistas como gesto de reconocimiento a la nueva política moderada del partido. Pero las guerrillas apoyadas por Cuba repudiaron a los comunistas y continuaron la lucha.
Bolivia estaba sumida en una crisis. En noviembre de 1964, una junta militar había derrocado al presidente civil Víctor Paz Estenssoro. Juan Lechín, carismático presidente de la poderosa Central Obrera Boliviana, había conducido una vigorosa campaña de oposición al régimen. En mayo de 1965, Lechín se fue al exilio, se llevó a cabo una huelga general de protesta y los militares decretaron el Estado de sitio. El rusófilo Partido Comunista Boliviano dirigido por Mario Monje era renuente a lanzar la «lucha armada». Una fracción pro china formada en abril de 1965 bajo la dirección del líder estudiantil Oscar Zamora había pedido y recibido el apoyo del Che para lanzar una guerra de guerrillas, pero durante el tiempo que éste pasó en el Congo las relaciones chino-cubanas se habían deteriorado, y ni la agencia de Piñeiro ni el mismo Zamora habían adelantado en sus planes.
En marzo de 1966, cuando el Che aún se encontraba en Praga, las opciones se redujeron aún más. Las fuerzas de seguridad guatemaltecas irrumpieron en una reunión clandestina de la dirección del Partido Comunista y asesinaron a los veintiséis dirigentes capturados. Esa masacre, sumada al cisma creciente en el movimiento guerrillero, decapitó momentáneamente a la conducción rebelde apoyada por los cubanos y soviéticos.
Según Pombo, la primera alternativa que propuso el Che para su destino siguiente fue Perú. Para ello necesitaba la ayuda de los bolivianos, estratégicamente situados en el país vecino. En abril, envió a Papi a Bolivia como explorador de avanzada con la intención de seguirlo si éste daba «luz verde». «Lo primero era entrar en contacto con los peruanos, conocer el verdadero estado de su movimiento y [obtener] el apoyo del Partido Comunista Boliviano —dijo Pombo—. El partido boliviano había ayudado en el asunto de Masetti y en el de Puerto Maldonado [el ELN de Héctor Béjar]; había gente de probada lealtad a las ideas de la revolución, que había trabajado con nosotros en estos movimientos y además se había entrenado en Cuba».
Los hombres bolivianos «leales» a los que se refería conformaban un grupo de jóvenes comunistas que habían tomado partido por la política cubana de lucha armada. Entre ellos estaban los hermanos Roberto («Coco») y Guido («Inti») Peredo, miembros de una familia importante en la provincia del Beni, en el nordeste boliviano, y veteranos militantes del Partido Comunista. Su hermano menor Osvaldo («Chato») Peredo estudiaba en Moscú. Estaban los hermanos Humberto y Jorge Vázquez Viaña, hijos de un conocido historiador que se habían formado en Europa; Jorge, llamado «Loro», había colaborado con Furry y Masetti en la campaña de 1963-1964 en Salta. Otro era Rodolfo Saldaña, ex minero y sindicalista que había ocultado a Ciro Bustos y sus camaradas en su casa de La Paz tras su llegada de Argelia. Loyola Guzmán, una joven de sangre indígena quechua, era hija de un profesor comunista de las comunidades mineras, graduada de la prestigiosa escuela de cuadros comunistas de Moscú; además, había colaborado con la logística para las guerrillas argentina y peruana. Ese puñado de bolivianos, algunos de los cuales ya se entrenaban en Cuba, eran el núcleo de activistas que merecían confianza para apoyar la guerra de guerrillas en Perú o iniciarla en Bolivia.
Hasta el día de hoy perdura la polémica sobre cuál era el destino verdadero de la siguiente —y última— empresa guerrillera del Che. Según Pombo, los planes de ir a Perú se modificaron y se empezó a estudiar las posibilidades de Bolivia después de su llegada con Tuma a este país. La versión de Ariel es distinta: Piñeiro y Fidel ya pensaban en Bolivia cuando lograron sacar al Che de su reclusión en Tanzania.[109]
«Uno de los recursos que usamos para convencerlo de que viajara a Praga fue entusiasmarlo con las posibilidades en Bolivia, donde ya existían algunos acuerdos y se hacían preparativos. Habíamos pensado en Venezuela y Guatemala, pero Bolivia ofrecía muchas ventajas. Primero, su proximidad a la Argentina era muy importante para el Che. Segundo, debido a los acuerdos, la experiencia previa, los recursos humanos y las tradiciones combativas del Partido. Y, finalmente, por su situación geográfica, que ofrecía buenas posibilidades para la “irradiación” de guerrilleros formados en el frente boliviano a los países vecinos de Argentina, Perú, Brasil y Chile. Entusiasmado por esta posibilidad, aceptó viajar a Praga».
Éste es tal vez el interrogante más crucial sobre la vida de Ernesto Che Guevara que aún no tiene respuesta: ¿quién decidió que fuera a Bolivia? ¿Cuándo y por qué se tomó esa decisión? Fidel ha dicho que el Che eligió Bolivia y que él trató de demorarlo, instándolo a esperar mejores condiciones. Manuel Piñeiro coincide con esta versión. Dice que Fidel convenció al Che de que volviera a Cuba cuando se enteraron por Papi de que estaba a punto de viajar a Bolivia desde Praga sin que hubiese preparativos para recibirlo. Con la esperanza de impedir que su obstinado lugarteniente argentino se arrojara de cabeza al peligro, Fidel le ofreció ayuda cubana para escoger y entrenar a sus hombres y para sentar las bases de un foco guerrillero en Bolivia. Las versiones de Fidel y Piñeiro no concuerdan con las de Ariel y Pombo, pero es igualmente cierto que las de estos últimos tampoco concuerdan entre sí. ¿Cómo se explican las contradicciones entre Ariel y Pombo —un alto funcionario de inteligencia y diplomático, y un general del ejército y condecorado «Héroe de la Revolución»—, así como sus divergencias con las de Piñeiro y el jefe máximo? La respuesta verdadera se encuentra tal vez en este preámbulo inédito del diario de Pombo, iniciado en Praga y escrito luego sobre la base de sus apuntes.
Siete meses después de la terminación de las operaciones guerrilleras en territorio africano y durante un período intenso de preparativos y organización para nuestra siguiente aventura, concebida para realizarse en territorio peruano… Ramón [Che][110] reunió a Pacho, a Tuma y a mí y nos leyó una carta que acababa de recibir en la que Fidel analizaba [la situación] y lo instaba a revisar fríamente su decisión, y como consecuencia de ese análisis proponía:
El regreso [del Che] a Cuba por un breve período de tiempo y al mismo tiempo señalaba las perspectivas para luchar en Bolivia, los acuerdos con Estanislao (Mario Monje) para lanzar la lucha armada.
[El Che] nos dijo que ante lo acertado de estas propuestas había resuelto enviar a Francisco[111] a La Paz para explorar las posibilidades de la lucha… Aguardamos ansiosos el regreso de Francisco. Esto sucedió en los primeros días de junio. Su informe es que los resultados son positivos. Papi afirmó que las condiciones eran propicias, incluso para nuestro arribo aquí [en Bolivia]. No obstante eso, Francisco dijo a Ramón que quería abandonar la nave, pidiéndole que no nos lo dijera porque sentía vergüenza; como razón, citó sus sentimientos sobre morir lejos de Cuba.[112]
De aquí se desprende que fue Fidel quien, en algún momento de la primavera de 1966, convenció al Che de que iniciara la lucha en Bolivia, y que los planes se pusieron en marcha tras el regreso de Francisco desde La Paz, cuando él y Papi coincidieron en que la situación era propicia.
El Che envió a Pombo y Tuma clandestinamente a La Paz, mientras él y Pacho volvieron a Cuba, donde llegaron alrededor del 21 de julio. Aunque había estado ausente durante más de un año, éste no era un «regreso al hogar». Lo alojaron clandestinamente en una finca en la provincia de Pinar del Río, a un par de horas de camino al oeste de La Habana; apenas un puñado de personas estaban al tanto de su presencia.