III
Fidel había bautizado el año 1960 como «Año de la Reforma Agraria», pero hubiera sido más adecuado llamarlo «Año de la Confrontación». El mes anterior a la llegada de Mikoyán fue testigo del rápido deterioro de las relaciones cubano-norteamericanas y la aceleración ostensible del proceso de «socialización». A principios de enero comenzó un veloz toma y daca con una nota del secretario de Estado Herter en protesta por las «expropiaciones ilegales» y sin indemnización de propiedades norteamericanas. Cuba respondió con la expropiación de todos los establecimientos ganaderos grandes y todas las plantaciones azucareras del país, incluso aquellas cuyos propietarios eran norteamericanos. Se multiplicaron las incursiones de aviones no identificados que arrojaban bombas incendiarias sobre los cañaverales. Detrás de esos actos de sabotaje estaba la CIA, que ya hacía planes para entrenar a un pequeño ejército de exiliados cubanos para una posible campaña guerrillera contra Castro.
Estas reacciones de Washington se debían en parte a la política interior. Corría el último año de la presidencia de Eisenhower y comenzaban las maniobras para designar el candidato a la sucesión. En el inicio de su campaña, el vicepresidente Richard Nixon enarboló como consigna el problema cubano al advertir a Castro que se le castigaría por sus acciones hasta el punto de reducir la cuota azucarera. Fidel replicó con su audacia habitual; el 19 de enero, el INRA anunció la confiscación inmediata de «todos los latifundios», tanto cubanos como extranjeros. Con este edicto, todas las grandes propiedades agrícolas quedaron en manos de la revolución.
El acto siguiente fue un altercado absurdo ante las cámaras de televisión entre el embajador español Juan Pablo de Lojendio y Fidel. Durante un discurso, Fidel insinuó que la embajada española participaba en un plan clandestino norteamericano para sacar a los anticastristas de la isla. El embajador, indignado, irrumpió en el estudio para interrumpir el discurso y acusar a Fidel de calumnias. Ambos se trataron a gritos hasta que los guardaespaldas sacaron al alterado diplomático del estudio por la fuerza. Al reanudar su discurso, Fidel dio a Lojendio veinticuatro horas para salir de Cuba e inició una nueva perorata contra Estados Unidos. La reacción del secretario de Estado Herter fue pedir al Congreso que autorizara al presidente Eisenhower a modificar la cuota azucarera cubana y convocar al embajador Bonsal a Washington «por tiempo indeterminado».
A finales de enero se hizo el último intento de cortar la espiral de la crisis. El 21, Eisenhower emitió un comunicado para reclamar negociaciones que impidieran el mayor deterioro de las relaciones entre los dos países. Ese día, en La Habana, el encargado de negocios Daniel Braddock pidió al embajador argentino Julio Amoedo que sirviera de intermediario entre el gobierno norteamericano y Castro. Amoedo aceptó, pidió audiencia y presentó la propuesta norteamericana: si Fidel desistía de sus ataques a los norteamericanos y recibía a Bonsal, Washington estudiaría la posibilidad de otorgar ayuda económica a Cuba. Después de un rechazo inicial, Fidel cedió y dijo que pondría fin a la campaña de prensa. Al día siguiente, Osvaldo Dorticós, el presidente decorativo, declaró que Cuba deseaba conservar y fortalecer su «amistad tradicional» con Estados Unidos.
Se respetó la tregua: en su discurso siguiente, el 28 de enero, Fidel no mencionó a Estados Unidos. La retractación momentánea le dio el respiro que necesitaba antes de la vuelta siguiente, que sabía inminente. Por fin, el 31 de enero, el gobierno de Cuba reconoció que los rumores eran ciertos al anunciar la llegada inminente del viceprimer ministro soviético Anastás Mikoyán.