VI

La toma del tren blindado por parte del Che hizo sonar todas las campanas de alarma en Campo Columbia, la sede del cuartel general en La Habana, y la rápida sucesión de capitulaciones de cuarteles por toda la isla obligó a Batista a apresurar los planes para su partida. En la tarde del 31 de diciembre, todas sus esperanzas de ganar tiempo dependían de la resistencia del coronel Casillas en Santa Clara, pero a las nueve de la noche del mismo día el oficial comunicó al dictador que no podía resistir mucho más sin refuerzos. Una hora más tarde, cuando Cantillo le comunicó que la caída de Santiago era inminente, Batista comprendió que había llegado el momento de partir.

En la fiesta de Año Nuevo que dio para los oficiales de mayor graduación y sus familias en Campo Columbia, Batista invitó a los generales a pasar a una estancia contigua a la que ocupaban la mayoría de los invitados para revelarles que entregaría el mando militar a Cantillo. Luego volvió al otro salón para anunciar la decisión de renunciar a la presidencia. Designó presidente a Carlos Manuel Piedra, el magistrado más antiguo de la Corte Suprema; tomó juramento a Cantillo como jefe de las fuerzas armadas y a continuación, con un puñado de funcionarios y sus familias, Batista y su esposa se dirigieron al aeropuerto militar vecino para embarcar en el avión que los aguardaba. A las tres de la madrugada del 1 de enero de 1959, en medio de la oscuridad, Batista partió hacia la República Dominicana acompañado por cuarenta secuaces leales, entre ellos el «presidente electo» Andrés Rivero Agüero. Otro avión partió antes del amanecer con el alcalde de La Habana, «Panchín» Batista, hermano del dictador, y varias decenas de funcionarios de gobierno y jefes policiales. Otros dos personajes tristemente célebres escaparon por separado: el jefe paramilitar Rolando Masferrer y el mafioso norteamericano Meyer Lansky.

En algún momento de esa misma noche, al conocer la novedad en Santa Clara, el coronel Casillas y su segundo, coronel Fernández Suero, se apresuraron a salvar sus propios pellejos. Inventaron un pretexto absurdo para su subordinado, el ingenuo coronel Cándido Hernández, se vistieron de paisano y huyeron.

Al amanecer empezaron a correr por Santa Clara los primeros rumores de la fuga de Batista. El cuartel n.º 31 se rindió, el Gran Hotel y el cuartel Leoncio Vidal fueron rodeados y a media mañana el coronel Hernández pidió una tregua. El Che respondió que sólo aceptaría la rendición incondicional y envió a Núñez Jiménez y Rodríguez de la Vega a negociar con él.

«Las noticias eran contradictorias —escribiría el Che más adelante—: Batista había huido ese día, desmoronándose la Jefatura de las Fuerzas Armadas. Nuestros dos delegados establecían contacto por radio con Cantillo, haciéndole conocer la oferta de rendición, pero éste estimaba que no era posible aceptarla porque constituía un ultimátum y que él había ocupado la Jefatura del Ejército siguiendo instrucciones precisas del líder Fidel Castro. Hicimos inmediato contacto con Fidel, anunciándole las nuevas, pero dándole la opinión nuestra sobre la actitud traidora de Cantillo, opinión que coincidía absolutamente con la suya».

La conversación con Cantillo lógicamente desconcertó a Hernández, pero el Che insistió con firmeza en que debía rendirse. A las 11.30, un comunicado leído por Fidel por Radio Rebelde interrumpió las negociaciones. Tras rechazar los conceptos de Cantillo sobre una «junta militar» o cualquier clase de acuerdo entre ellos, convocaba a la huelga general inmediata y la movilización de las fuerzas rebeldes hacia Santiago y La Habana. Los defensores de Santiago tenían plazo hasta las 18.00 para rendirse. El comunicado finalizaba con la consigna: «¡Revolución sí, golpe militar no!»

Ahora que el panorama estaba más claro, el Che dio a Hernández una hora para decidirse; si no se rendía antes de las 12.30, lo atacaría y luego lo haría responsable por el derramamiento de sangre. Hernández volvió al cuartel y comenzó la espera.

Mientras el Che negociaba con Hernández, sus hombres habían desalojado a los últimos francotiradores del Gran Hotel. El día anterior, Enrique Acevedo había ordenado realizar pases rápidos en automóvil frente al hotel para atraer el fuego de los francotiradores, pero abandonó esa táctica después de que hirieran a uno de sus hombres en una pierna. Pero esa mañana, al agotárseles las municiones y ver cómo se rendían sus camaradas, los francotiradores se entregaron a Acevedo y salieron del hotel con las manos en alto.

Resultó ser un grupo de cinco chivatos y cuatro policías, algunos de los cuales, según Acevedo, tenían «deudas que saldar con la justicia revolucionaria». Y no tuvieron que esperar mucho para saldarlas; a las 14.00, tras un juicio sumarísimo, los cinco chivatos fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento revolucionario.

Por su parte, Casillas no llegó demasiado lejos disfrazado de paisano. Los combatientes de Bordón, situados al oeste de la ciudad, tenían órdenes de detener a los soldados que huían hacia La Habana, y Casillas, con su sombrero de paja y brazalete del 26 de Julio, no tardó en caer en sus manos. Al principio trató de seducir a Bordón: lo calificó de «gran estratega» y añadió que «sólo lamentaba no poder quedarse conmigo, porque debía seguir viaje a la capital para participar en la junta militar que iba a “resolver este asunto entre cubanos”».

Bordón lo detuvo en seco. «Le dije que dejara de halagarme, que no necesitábamos una junta porque [en lo sucesivo] sería Fidel Castro quien resolvería la vida de los cubanos. Y que me acompañaría a Santa Clara para que el Che lo conociera. Ahí es donde cambió de color y me preguntó si no podía llevarlo con otro jefe. Y recuerdo que cuando el Che lo vio, le dijo: “¡Ah! Conque usted es el asesino de Jesús Menéndez.”»[59]

Casillas no sobrevivió a ese día. La versión revolucionaria oficial es que lo mataron a tiros durante un intento de fuga cuando iban a ver al Che, pero evidentemente esto contradice el relato de Bordón. Dado su bárbaro historial de excesos cometidos en el pasado, es posible que el frustrado «intento de fuga» de Casillas tuviera lugar frente a un pelotón de fusilamiento formado a toda prisa.

Diez minutos antes del vencimiento del plazo, Hernández acordó la entrega de su guarnición. Las tropas, aliviadas, soltaron sus armas, salieron a la calle y se unieron a los rebeldes. En toda la ciudad se alzó un coro de vítores: era la caída de Santa Clara. Pero el Che aún no estaba para festejos. Debía restablecer el orden, juzgar a sicarios y chivatos, reunir sus fuerzas e impartir órdenes.[60]

Cantillo no pudo ejercer la jefatura de las fuerzas armadas por largo tiempo. El coronel Barquín fue liberado de la isla de Pinos y trasladado en avión a La Habana junto con Armando Hart. En las primeras horas de la tarde llegó a Campo Columbia, donde Cantillo, sin margen de maniobra, le entregó el mando. En Oriente se entregó Santiago, y Fidel se aprestó a marchar a la ciudad esa misma noche.

La mañana siguiente, 2 de enero, el Che y Camilo Cienfuegos recibieron órdenes de avanzar hacia La Habana. Camilo debía apoderarse de Campo Columbia mientras el Che debía ocupar La Cabaña, la fortaleza colonial que dominaba la capital desde la entrada del puerto. La columna de Camilo partió en primer término porque el Che aún debía ocuparse de las últimas tareas de limpieza, que incluían la ejecución de algunos chivatos y la designación de Calixto Morales como gobernador militar de Las Villas. A continuación, dirigió un mensaje al pueblo de Santa Clara para agradecer su ayuda a «la causa revolucionaria». Él y sus hombres partían, dijo, «con el sentimiento de dejar un lugar querido y profundos afectos personales. Invito a mantener el mismo espíritu revolucionario, para que en la gigantesca tarea de la reconstrucción también sea Las Villas vanguardia y puntal».

Alrededor de las 15.00, con Aleida a su lado, el Che y sus hombres partieron hacia La Habana. La mayoría de sus camaradas estaban alborozados ante la perspectiva de liberar la capital cubana, pero para el Che era apenas el primer paso en la magna lucha que se avecinaba.

Che Guevara
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