VIII
Desde el comienzo, Fidel era consciente de que el enfrentamiento con los norteamericanos era un hecho ineludible, pero esperaba postergarlo hasta después de la conquista del poder. Los profundos tentáculos de éstos en su patria no admitían medidas tibias, y si alguna vez había de gobernar como correspondía y conquistar la auténtica liberación nacional de Cuba, tendría que cortarlos de raíz. Para el Che esto significaba llevar a cabo una revolución socialista, pero Fidel se cuidaba de emplear en público esa palabra tan temida.
Hasta entonces Fidel se había mantenido a prudente distancia del Partido Socialista Popular, el partido comunista cubano. Para ganar terreno había suavizado su mensaje político para concertar una amplia alianza política y evitar la hostilidad de los norteamericanos. Pero los signos inconfundibles de la influencia de Washington sobre el Pacto de Miami y sobre algunos dirigentes del 26 de Julio en el llano demostraban que los días de contemporizar habían pasado.
Entonces aparecieron los comunistas. La víspera de la partida del Granma, el PSP le había dicho claramente a Fidel que coincidía con su objetivo de derrocar a Batista, pero no con sus tácticas.
A medida que pasaba el tiempo, el PSP se veía obligado a estudiar la posibilidad de participar en la lucha armada. Aunque no aceptaba la estrategia bélica de Fidel, parecía lógico que el partido buscara algún tipo de acuerdo con él si aspiraba a tener voz en el futuro político del país. Además, tenía poco que perder. Presionado por los norteamericanos, Batista perseguía implacablemente a los militantes del partido, los utilizaba como chivos emisarios de la violencia política, a la vez que la guerra afectaba directamente la vida de muchos simpatizantes. Dada la conocida filiación política del Che Guevara y su relación estrecha con Fidel, sin duda era el dirigente rebelde a quien el partido debía acudir en busca de una vinculación con Castro. Lo hicieron a poco de comenzar la guerra. En el verano de 1957, dos comunistas jóvenes partieron de La Habana con órdenes del partido de unirse al Che.
Pablo Ribalta, un negro cubano, había estudiado en la Unión Internacional de Estudiantes en Praga y se había graduado en la escuela de cuadros políticos de élite del Partido Comunista. En la época de su viaje, era miembro del Secretariado Nacional de la Juventud Comunista. Ribalta ha confirmado que el partido lo designó a mediados de 1957 para unirse al Che en la sierra con la misión concreta de llevar a cabo el adoctrinamiento político de las tropas rebeldes. «El Che había pedido una gente de las características mías: un maestro, con algún grado de instrucción política y con experiencia en el trabajo político».
Ribalta entró en la sierra desde Bayamo y llegó a La Mesa cuando el Che estaba en campaña. En su ausencia, organizó el ingreso de comunistas locales en la guerrilla y creó una escuela de adoctrinamiento político. Cuando regresó, el Che se sentó con él y lo interrogó sobre sus conocimientos. Aparentemente satisfecho, le ordenó que se sometiera a un período de instrucción como guerrillero. Meses después lo envió a su base permanente de retaguardia en Minas del Frío, donde había una escuela para reclutas, una cárcel y otras instalaciones. Como instructor, Ribalta debía producir combatientes «con educación integral». Según él, «llevaban indicaciones precisas de no decir que era miembro del PSP, aunque un grupo de dirigentes, entre ellos Fidel, conocía esto; pero en aquel momento podía crear divisiones, y yo lo cumplí al pie de la letra».
Los contactos discretos del partido con Fidel y otros miembros del Directorio culminaron en octubre de 1957 con una reunión entre aquél y Urbino Rojas, dirigente del PSP y exdirectivo del Sindicato de Trabajadores Azucareros. Según Rojas, estudiaron la posibilidad de formar una coalición entre sus organizaciones y a la vez los obstáculos que se oponían a ese plan: el anticomunismo furioso de algunos dirigentes del Movimiento en el llano y del Frente Obrero Nacional, la fachada sindical del Movimiento. Fidel consideraba que existían buenas razones prácticas para una alianza con el PSP. Cualesquiera que fueran sus diferencias con el PSP, éste poseía la organización política mejor estructurada del país, y sus vínculos antiguos y profundos con el movimiento obrero organizado hacían de él un partícipe vital en la futura huelga general. Pero hasta que Fidel impusiera su supremacía sobre todo el Movimiento 26 de Julio, los vínculos con el PSP debían ser tan graduales como discretos.
Más seguro que antes sobre el rumbo político de la revolución y renovada su fe en Fidel, el Che empezó a proclamar abiertamente sus convicciones marxistas. Incluso se dedicó a cierto proselitismo discreto entre sus combatientes, que en su mayoría eran políticamente ignorantes y visceralmente anticomunistas. Para ellos, como para sus vecinos norteamericanos en la guerra fría, el comunismo era la «amenaza roja», una insidiosa infección extranjera que se debía temer y resistir. Es interesante ver cómo el Che combatió esa mentalidad entre sus hombres.
Enrique Acevedo, el prófugo de quince años que se había unido a la guerrilla con su hermano mayor como uno de los descamisados, recuerda una ocasión en que los hombres discutían, en ausencia del Che, si su jefe era comunista. Uno de ellos insistió en que el Che era un ñangaro, un «rojo»: «Bueno, ¿tú no ves que en la escuadra de la comandancia siempre hay un gran misterio con los libros del Che y que por la noche se leen en un círculo cerrado? Ésa es su labor: primero capta a los más cercanos, luego ellos lo van regando en la tropa».
Acevedo sentía demasiada veneración por el Che para abordarlo directamente, pero gradualmente los combatientes de su columna comprendieron que su comandante creía en el socialismo. Los primeros rebeldes en enterarse fueron los miembros de su estado mayor. Uno era Ramón «Guile» Pardo, un adolescente que se había incorporado a la columna en agosto de 1957, siguiendo las huellas de su hermano Israel. En el curso de algunos meses el joven Pardo ingresó en el grupo de fieles seguidores, en su mayoría adolescentes, que le servían de mensajeros y escoltas.
«Cuando estábamos en El Hombrito —recuerda Pardo—, oí decir que había algunos campesinos que pertenecían al Partido Socialista Popular… En los recorridos, el Che los visitaba y noté que tenía afinidad con ellos. También discutía mucho de política con el padre [Guillermo] Sardiñas, que permaneció durante algún tiempo en nuestra tropa. El Che tenía un libro azul, que era un tomo de las obras escogidas de Lenin, y lo estudiaba con frecuencia. Me llamó la atención y quise saber quién era Lenin y se lo pregunté. Me explicó: “Tú conoces a José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez.[44] Lenin fue como ellos. Luchó por su pueblo.” Fue la primera vez que alguien me habló de Lenin».
Los combatientes jóvenes eran tablas rasas sobre las cuales el Che imprimió una huella profunda. Enseñó a los analfabetos Israel Pardo y Joel Iglesias a leer y escribir. Para Guile y otros, que tenían algo de instrucción, instituyó grupos de estudio diarios. El material de estudio pasaba gradualmente de la historia cubana y la doctrina militar a la política y el marxismo. Cuando Joel aprendió a leer, el Che le hizo estudiar una biografía de Lenin.
Así como se mostró discreto con respecto a su papel político durante la guerra, el Che en sus escritos publicados sólo se refirió indirectamente a las relaciones iniciales entre el PSP y el 26 de Julio. Trató de demostrar que la revolución había evolucionado naturalmente hacia el socialismo como resultado orgánico de la vida del Ejército Rebelde entre los campesinos desposeídos de la Sierra Maestra.
«La guerrilla y el campesinado se iban fundiendo en una sola masa, sin que nadie pueda decir en qué momento del largo camino se produjo, en qué momento se hizo íntimamente verídico lo proclamado y fuimos parte del campesinado».
En sus escritos sobre la aceptación gradual de la revolución por parte de los campesinos, el Che recurrió al simbolismo religioso. Sus sufrimientos eran una suerte de arduo peregrinaje en el cual los individuos se redimían mediante el sacrificio y alcanzaban la iluminación al aprender a vivir para el Bien Común. «En un nuevo milagro de la Revolución, el individualista acérrimo que cuidaba celosamente los límites de su propiedad y de su derecho propio, se unía, por imposición de la guerra, al gran esfuerzo común de la lucha. Pero hay un milagro más grande. Es el reencuentro del campesino cubano con su alegría habitual, dentro de las zonas liberadas. Quien ha sido testigo de los apocados cuchicheos con que nuestras fuerzas eran recibidas en cada casa campesina, nota con orgullo el clamor despreocupado, la carcajada alegre del nuevo habitante de la Sierra. Ése es el reflejo de la seguridad en sí mismo que la conciencia de su propia fuerza ha dado a los habitantes de nuestra porción liberada».
El Che escribió este artículo, titulado «Guerra y población campesina», apenas siete meses después del fin de la guerra. Por más que idealizara conscientemente la vida en la sierra para el consumo público, posteriormente trató de reproducir a escala nacional esta visión de una utopía pastoral forjada por medio de la lucha armada. Más importante aún, identificó la revolución como la circunstancia ideal para adquirir la conciencia socialista. En esencia, el socialismo era el orden natural de la humanidad y la guerra de guerrillas la crisálida a partir de la cual se originaba.