IV
Antes de la marcha de Aleida, el Che se había dejado convencer por Ariel de que era más conveniente ir a Praga antes de viajar a Sudamérica. Allá estaría a salvo para esperar hasta que Cuba determinara su nuevo destino.[*]
Antes de su partida de Tanzania en marzo, Fernández Mell fue a verlo. Había logrado reunir a los cubanos perdidos, rescatar a los combatientes congoleños abandonados junto al lago y atar los últimos cabos sueltos de la operación cubana en Kigoma. El Che dio a leer a su amigo los pasajes de sus memorias del Congo donde lo criticaba y le dijo: «¿Ves cómo te cago?» Fernández Mell replicó que cualquier crítica afectaría directamente al Che, ya que él se había limitado a obedecer sus órdenes.
La experiencia del Congo los había distanciado. Aunque conservaban su amistad, ya no compartían las mismas ideas. «Oscarito» había meditado profundamente sobre la concepción guevarista de la «guerra de guerrillas continental» y empezaba a dudar de las bondades de esta estrategia, al menos en el caso de África. Y pensaba que el Che, en su obstinación por imponerla, se había engañado a sí mismo.
En el Congo, «el Che nos había dicho cosas que estoy convencido él mismo sabía que no eran realistas —dijo Fernández Mell—, aunque no era la clase de hombre que dice lo que no siente… Pero en realidad el Che estaba convencido del triunfo [en el Congo]… Tenía metido en la cabeza que había encontrado el camino para liberar al pueblo y que tendría éxito, y lo presentaba como la verdad absoluta. Por eso no podía aceptar que su intento en el Congo refutaba una estrategia que había elaborado en todos los detalles».
Fernández Mell sabía que el Che probablemente iría a Sudamérica y en definitiva —como siempre había previsto— a su patria argentina. Antes del Congo, ambos daban por sentado que iría con él, pero en ese momento no hablaron del asunto. Mell no le preguntó qué planes tenía ni se ofreció para acompañarlo. Ese silencio era elocuente: dos amigos seguían caminos distintos. Días después, Fernández Mell volvió a La Habana con el manuscrito de Pasajes de la guerra revolucionaria que el Che enviaba a Fidel. Jamás volvería a verlo.