III
Después de los primeros pasos vacilantes del Che en el INRA, las ruedas empezaron a girar. A fines de 1959, casi todas las industrias cubanas, tanto grandes como pequeñas, seguían en manos privadas; el departamento sólo poseía algunas fábricas pequeñas abandonadas por sus dueños o confiscadas por pertenecer a Batista y sus cómplices. Éstas cayeron bajo la flamante autoridad del Che, quien designó a veteranos del Ejército Rebelde para administrarlas tal como sucedía con las nuevas cooperativas agrarias en los latifundios expropiados.
Gracias a sus contactos con el Partido Comunista chileno, un pequeño grupo de economistas de ese país y Ecuador fueron a trabajar con el Che. Ingresaron varios cubanos, se contrataron contables y comenzó la elaboración de un plan para el desarrollo industrial de Cuba. Después de las primeras semanas, cuando Borrego se quemaba las pestañas con los anuarios estadísticos para tener un panorama de la industria cubana, se empezaba a esbozar los rudimentos de un plan.
«Y entonces, bueno, muy rápidamente empezaron a producirse intervenciones de fábricas —dijo Borrego—, y digo intervenciones porque no eran nacionalizaciones; eran fábricas que tenían conflictos laborales, porque los capitalistas que estaban al frente de ellas tenían dudas de qué cosa iba a ser el proceso revolucionario, no invertían… y entonces, pues, se intervenían».
Para legalizar este proceso, el Ministerio de Trabajo —que estaba en las manos fieles de Augusto Martínez Sánchez, el antiguo asesor de Raúl— autorizó al departamento del Che a intervenir las fábricas y administrarlas el tiempo que fuera necesario. Pero Borrego no tardó en comprender, según dijo, que las intervenciones serían definitivas.
«Claro que en el pensamiento del Che [las intervenciones] eran definitivas, pero no estaba eso dicho legalmente», añadió. Borrego tenía la tarea de poner esas propiedades en funcionamiento, y su primer dolor de cabeza surgió de la necesidad de encontrar gente capaz de administrarlas. «Empezamos a nombrar algunos administradores. Fundamentalmente los escogíamos de los oficiales del propio Ejército Rebelde que no tuvieran baja escolaridad. Estamos hablando de escolaridad, de hombres que tuvieran sexto grado o más. Eran de muy bajo nivel cultural, y empezamos entonces a administrar las industrias».
En abril el Che había estimado que más del ochenta por ciento de los rebeldes de Fidel eran analfabetos. Había instituido un programa de alfabetización en La Cabaña para erradicar el problema, pero a fines de 1959 la mayoría de los militares eran guajiros semiletrados o con algunos rudimentos de educación; muchos apenas salían de la adolescencia. Por eso era inevitable que sus primeras armas como administradores de fábricas provocaran caos y desastres. Mientras tanto, el Che se esforzaba por superar su propia falta de conocimientos en economía, disciplina que estudió con el economista mexicano Juan Noyola. A petición suya, el doctor Vilaseca le enseñaba matemáticas superiores. A partir de septiembre, Vilaseca empezó a concurrir al INRA los martes y sábados a la mañana para enseñar matemáticas durante una hora al Che, García Vals y Patojo. Para el profesor, esas clases eran el comienzo del día; el Che las aprovechaba para distenderse antes de volver a casa después de trabajar durante toda la noche. Empezaron con álgebra y trigonometría y pasaron a la geometría analítica.