VI

Según los hombres que lo interrogaron, fue Régis Debray quien confirmó definitivamente la presencia del Che Guevara en Bolivia.[129] Al principio, Debray insistió que era un periodista francés y no tenía nada que ver con las guerrillas, pero la dureza del interrogatorio acabó por quebrarlo y finalmente confirmó que el comandante guerrillero llamado «Ramón» era el Che Guevara.

Lo cierto es que Debray no hubiera podido ocultar la verdad por mucho tiempo, ya que sus vínculos con Cuba eran de conocimiento público. Meses antes el gobierno cubano había publicado su libro Revolución en la revolución, que al circular por América Latina había suscitado fuertes polémicas en los círculos izquierdistas. En esa monografía basada en apuntes de sus conversaciones con Fidel, conceptos de los escritos y discursos del Che y sus propias observaciones en los campos de batalla guerrilleros de la región, Debray trataba de establecer las bases teóricas para fundamentar el argumento de Cuba a favor de la «opción guerrillera», contra la posición de los partidos comunistas latinoamericanos. Su argumento, más explícito que el del Che o Fidel, era que el foco o núcleo guerrillero rural debía ser la élite de vanguardia de la lucha revolucionaria, de la cual nacería la futura dirección del partido. (Debray llevó un ejemplar de su libro al Che, quien lo leyó de un tirón y lo sintetizó en una serie de apuntes que utilizó luego para dar un cursillo a los combatientes.)

Por su parte, Bustos dijo a sus interrogadores que era un «viajante de comercio» de ideas izquierdistas, que no sabía muy bien cómo se había metido en esa situación. Sin embargo, su verdadera identidad salió a la luz un par de semanas después, cuando peritos forenses de la policía argentina tomaron sus huellas digitales y las compararon con el juego que tenían en sus archivos en Buenos Aires. Conocidos los resultados del peritaje, Bustos acabó por confesar la verdad. Por ser artista profesional, los interrogadores le pidieron que dibujara retratos de los guerrilleros. Así lo hizo, y también croquis de los campamentos y redes de cuevas en Ñancahuazú. Afortunadamente no salió a la luz que era el enlace del Che con la guerrilla argentina; así sus camaradas de la red clandestina nunca estuvieron en peligro de caer presos.

Los norteamericanos ya participaban directamente en las operaciones de Bolivia. El ministro del Interior, Antonio Arguedas, estaba en la nómina de la CIA.[130] Uno de sus colaboradores más estrechos, un agente cubano-norteamericano que se hacía llamar «Gabriel García García», asistió a los interrogatorios de Debray y Bustos. Apenas se supo que el Che estaba en Bolivia, el mecanismo se puso en marcha. Un grupo de las Fuerzas Especiales norteamericanas (los «Boinas Verdes») fueron rápidamente a Bolivia para crear un batallón Ranger de contrainsurgencia, y la CIA empezó a reunir a ciertos agentes para una nueva misión: hallar al Che e impedir que encontrara apoyo en el país.

Uno de los candidatos para la misión era Félix Rodríguez, el joven paramilitar cubano-norteamericano que había participado en la operación clandestina anticastrista desde el principio. Trabajaba en la oficina de la CIA en Miami, desde su retirada de Nicaragua en 1964, y hasta mediados de 1967 uno de los enigmas que confundía a la agencia era el paradero del Che.

«Si yo recuerdo bien —dijo Rodríguez—, había alguna gente algo alto en la agencia que habían reportado el hecho de que el Che murió en África, así es que cuando decían que estaba en Bolivia, pues había dos tendencias dentro de la agencia, unos decían que no estaba ahí… Así que cuando vino la evidencia de Debray estaba ya confirmado, ahí es cuando realmente decidieron adelantar y poner un esfuerzo máximo en Bolivia». (Rodríguez aseguró que la agencia hubiera iniciado acciones mucho antes de no haber sido por la teoría del «Congo», que según él era defendida por un alto funcionario de la CIA que había jugado toda su reputación a favor de esa versión.)

En junio de 1967, Rodríguez recibió una llamada de su superior en la agencia. En la oficina lo presentaron a un jefe de división de la CIA que expuso un proyecto nuevo. Se creía que el Che Guevara estaba en Bolivia, y la agencia quería enviar hombres a «capturarlo»; ¿aceptaba formar parte de la misión? Rodríguez no titubeó.

Era la misión de su vida, y sabía que la agencia le otorgaba una alta prioridad. «Creo que temían… el hecho de que [el Che] podía agarrarse de Bolivia —recordó—. Con una base segura cubana allí, expandirían la revolución hacia países importantes como Brasil, Argentina…» Además de esas preocupaciones existía la clara impresión de que la operación del Che era dirigida desde La Habana, que hablaba de crear «varios Vietnam» en América Latina.

En efecto, el Mensaje a la Tricontinental, escrito por el Che en vísperas de su partida de Cuba, apareció en abril e inmediatamente provocó una conmoción. Convocaba a los revolucionarios del mundo a crear «dos, tres… muchos Vietnam» en la guerra internacional contra el imperialismo. El mensaje comenzaba con una cita de José Martí: «Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz». Luego rechazaba la validez de la llamada «paz» del mundo injusto de la posguerra y exigía un conflicto global «largo y cruel» para provocar la «destrucción» del imperialismo con el fin de gestar un nuevo orden mundial basado en la «revolución socialista». En una letanía de las cualidades que requería la batalla, enumeró las siguientes: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal».

Sería una «guerra total» contra los yanquis, desde la periferia del imperio hasta llegar a su propio territorio. Había que librar la guerra en «su hogar», en sus «centros de diversión»; cuando se sintiera como una «bestia acorralada» y su «fibra moral» empezara a debilitarse, ése sería el primer síntoma de su «decadencia» y de la victoria de las fuerzas populares. Instó a los hombres en todas partes a asumir las causas justas de sus hermanos como parte de la guerra global contra Estados Unidos. «Cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido es experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego en la lucha por la liberación de su lugar de origen…»

No podemos eludir el llamado de la hora. Nos lo enseña Vietnam con su permanente lección de heroísmo, su trágica y cotidiana lección de lucha y de muerte para lograr la victoria final…

¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo!…

Si a nosotros, los que en un pequeño punto del mapa del mundo cumplimos el deber que preconizamos y ponemos a disposición de la lucha este poco que nos es permitido dar: nuestras vidas, nuestro sacrificio, nos toca alguno de estos días lanzar el último suspiro sobre cualquier tierra, ya nuestra, regada con nuestra sangre, sépase que hemos medido el alcance de nuestros actos…

Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria.

No era la primera vez que empleaba un lenguaje apocalíptico en un manifiesto; pero éste, que expresaba sus verdaderas convicciones de manera implacable y sin tapujos, era tanto más estremecedor y dramático por cuanto todos sabían que el Che se encontraba en algún lugar del campo de batalla para tratar de llevar a cabo precisamente lo que proponía: en esencia, provocar una nueva guerra mundial con la esperanza de que fuera definitiva.

Para impedirlo, la CIA eligió a dos hombres que debían meter en cintura al Che. Uno era Félix Rodríguez. Convocado a Washington, leyó las confesiones de Debray y Bustos y vio los croquis que éste había dibujado. Le interesó especialmente un nombre mencionado por Debray, el de José Castillo Chávez, alias Paco. Según el francés, era parte de la «resaca» boliviana, un desertor en potencia, trastornado porque lo habían llevado a la zona guerrillera con argumentos falsos.

Rodríguez y el otro agente cubano-norteamericano, Gustavo Villoldo, disfrazados como los empresarios «Félix Ramos» y «Eduardo González», respectivamente, llegaron a La Paz el 1 de agosto, listos para unirse a la caza del Che Guevara.

Che Guevara
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