III
Mientras se preparaba para atacar de nuevo a las fuerzas del mayor Joaquín Casillas, el Che debía ocuparse de los problemas cotidianos de los reclutas nuevos, los chivatos y los desertores. Recibió un grupo nuevo de voluntarios de Las Minas, entre ellos la primera mujer, Oniria Gutiérrez, de diecisiete años. Como siempre, los dejó partir varios días después, apenas empezaron a mostrar síntomas de cafard, el término francés que empleaba para referirse a la cobardía.
Se enteró de que David Gómez, el mayoral que colaboraba con él, había sido detenido, torturado y aparentemente asesinado por el ejército. Las tropas habían ocupado la finca de Peladero, donde uno de los trabajadores reveló bajo presión todo lo que sabía sobre los contactos locales de los rebeldes. El Che escribió con indignación: «El resultado fue que mataron a 10 personas, incluyendo dos arrieros que tenía David, tomaron toda la mercancía, quemaron todas las casas del contorno y golpearon malamente a varios vecinos, algunos de los cuales luego fueron muertos y otros, como el papá de Israel, sufrieron fracturas. Había, según los informes, tres chivatos y yo pedí voluntarios para matarlos. Se brindaron varios voluntarios pero elegí a Israel, a su hermano Samuel, a Manolito y a Rodolfo, que salieron temprano con unos cartelitos que decían: Ajusticiado por traidor al pueblo M-26-7».
El grupo de ejecución volvió una semana después, tras haber capturado y matado a uno de los chivatos. (El informe sobre la muerte de David resultó inexacto: él mismo fue a informar al Che de que lo habían detenido y torturado brutalmente, pero que no había abierto la boca.) Poco después, cuando la columna se retiraba por el mismo territorio que habían recorrido tras la batalla de El Uvero, recibió un mensaje de un desertor de esa odisea, René Cuervo, quien pedía perdón y decía, como si quisiera congraciarse, que había matado a un chivato. En La Mesa, uno de sus proveedores dijo que Cuervo andaba por la aldea y preguntó qué debía hacer con él. «Di orden de que lo mataran si los molestaba mucho», escribió el Che sin rodeos.[40]
A finales de agosto la columna del Che se encontraba acampada en el valle de El Hombrito. A pesar de la búsqueda afanosa del enemigo, sus hombres no entraban en combate desde Bueycito, casi un mes antes. El 29 de agosto, un campesino avisó al Che de que se acercaba una gran columna enemiga y le indicó dónde acampaban. El Che decidió atacar inmediatamente antes de que el enemigo pudiera avanzar más. Esa noche apostó a sus combatientes a ambos lados de una senda que conducía al campamento de los soldados y por la cual vendrían marchando al día siguiente. El plan era dejar pasar a los primeros diez o doce soldados, luego atacar el centro de la columna y así dividirla en dos grupos que se pudiera rodear y reducir fácilmente.
A primera luz observaron a los soldados que se despertaban y se colocaban los cascos, disponiéndose a partir. Cuando los soldados iniciaron la marcha cuesta arriba, el Che se sintió intranquilo, inquieto por la inminencia de la batalla y ansioso por estrenar su nueva Browning. A medida que se acercaban, empezó a contar. Pero cuando llegó al sexto, un soldado gritó y el Che abrió fuego en un acto reflejo; cayó el sexto hombre. Al segundo disparo, y antes de que sus hombres pudieran reaccionar, los otros cinco soldados desaparecieron de la vista. El Che ordenó el ataque, pero la columna enemiga, recuperada de la sorpresa, abrió fuego con lanzagranadas. Al ordenar la retirada a la posición defensiva se enteró de la muerte de Hermes Leyva, el primo de Joel Iglesias. Desde su puesto de observación, a un kilómetro de distancia, vieron cómo los soldados avanzaban, se detenían y a plena vista de ellos mutilaban y quemaban el cadáver de Leyva. «Nuestra ira impotente se limitaba a disparar desde lejos con fusiles y algunas ráfagas que ellos contestaban con bazookas», escribió el Che.
El intercambio de disparos duró todo el día, y al anochecer la columna enemiga se retiró. El Che calificó esa acción de «gran triunfo» a pesar de que había perdido a un hombre valioso y tomado una sola arma enemiga.
Con un puñado de armas, sus hombres habían detenido el avance de una compañía de ciento cuarenta soldados armados con lanzagranadas. Pero días después el Che se enteró de que la compañía había asesinado a varios campesinos e incendiado sus casas en represalia por su presunta complicidad con los rebeldes; fue una dura lección sobre el precio que pagaban los civiles en las zonas no protegidas. Resolvió que en el futuro evacuaría a los civiles antes de los ataques para evitar semejantes atrocidades.
Después de la batalla, el Che se reunió nuevamente con Fidel, quien acababa de atacar un campamento militar cerca de Las Cuevas. Había perdido a cuatro hombres, pero había causado bajas y obligado al enemigo a retirarse. Resueltos a aprovechar el impulso, decidieron atacar juntos un cuartel pequeño en Pino del Agua. Si había tropas, atacarían; si no, dejarían señales de su presencia para atraer al enemigo hacia el monte. La columna de Fidel sería el cebo; la del Che aguardaría en la emboscada. Elaborado el plan, las dos columnas se pusieron en marcha hacia el objetivo.
Pero las cosas no iban bien en la columna del Che. Hubo varias deserciones y luego un joven rebelde llamado Roberto Rodríguez, desarmado por insubordinación a su teniente de pelotón, consiguió un revólver y se mató de un tiro en la cabeza frente a sus atónitos camaradas. En el entierro surgió una discusión entre el Che y algunos hombres sobre si Rodríguez merecía honores militares. El Che se opuso. «Nosotros argumentábamos que suicidarse en unas condiciones como las nuestras era un acto repudiable, independientemente de las buenas cualidades del compañero. Tras un conato de insubordinación, solamente se veló el cuerpo del compañero, sin rendirle honores».
Ante semejantes muestras de insatisfacción, el Che decidió tomar medidas más estrictas y designó una nueva «comisión de disciplina» encabezada por un muchacho. Enrique Acevedo, un chico de quince años que había huido de su hogar para incorporarse como descamisado a la columna con su hermano Rogelio, recuerda que la decisión despertó el encono de los combatientes. «Algo así como una pequeña policía militar —dice Acevedoque, entre otras cuestiones, debe velar por que no se hable alto, no se encienda fuego antes del anochecer, por que al lado de las fogatas haya agua o mantas para apagarlas en caso de que aparezca la aviación… recorrer las postas e impedir que se lleven diarios. En fin, que sentimos el rigor de una nueva medida disciplinaria. El elegido disfruta con el cargo y le coge el gusto hasta llegar a ser una pesadilla para todos».
El Che tenía fama entre los rebeldes por su tendencia a ser estricto en la disciplina, y algunos pedían que los transfirieran de su columna a la otra. El joven Acevedo continuaba en ella a pesar de la renuencia inicial del Che —«¿Vos crees que esto es un orfelinato o una creche [guardería]?»— y se dedicó a observarlo con gran cuidado. Escribió en su diario «ilegal»: «Todos lo tratan con gran respeto. Es duro, seco, a veces irónico con algunos. Sus modales son suaves. Al impartir una orden se ve que manda de verdad. Se cumple en el acto».
Días después, los hermanos presenciaron un ejemplo de la justicia sumaria del Che. Enrique Acevedo tomó nota de la escena: «Al amanecer traen a un hombre fornido vestido de verde, pelado a lo militar, con grandes bigotes: es [René] Cuervo, quien campea por sus respetos en la zona de San Pablo de Yao y Vega la Yúa. Ha cometido tropelías bajo las banderas del 26 de Julio… El Che lo recibe en una hamaca. El prisionero intenta darle la mano, pero no encuentra respuesta. Lo que se habla no llega hasta nosotros, pese a que se discute fuerte, parece un juicio sumario. Al final [el Che] lo manda a retirarse con un gesto de desprecio de su mano. Lo llevan a una cañada y lo ejecutan con un fusil [calibre] 22, por lo cual hay que darle tres disparos. El Che salta de la hamaca y grita: “¡Basta!”» Más adelante, dijo Acevedo, bautizaron al lugar como el Hoyo del Cuervo.
Posteriormente, el Che justificó su decisión de matar a Cuervo. «Con el pretexto de luchar por la causa revolucionaria y ejecutar a los espías, hostigaba a todo un sector de la población de la sierra, tal vez en complicidad con el ejército. En vista de su carácter de desertor, el juicio fue veloz, procediéndose luego a su eliminación física. La ejecución de individuos antisociales que aprovechaban el clima prevaleciente en la zona para cometer crímenes desgraciadamente no era infrecuente en la Sierra Maestra».
Pero unas semanas después, en otra batalla breve, salió a la luz una faceta más compasiva del Che, tan respetuoso de los enemigos que enfrentaban con valor la muerte en combate como era implacable con los espías, traidores y cobardes. Después de emboscar un camión de transporte de tropas cerca de Pino del Agua, el Che se acercó a inspeccionar los resultados. Según su relato escrito años después: «Al tomar el primer camión encontramos dos muertos; un herido, que todavía hacía gestos de pelea en su agonía, fue rematado sin darle oportunidad de rendirse, lo que no podía hacer un combatiente cuya familia había sido aniquilada por el ejército batistiano. Le recriminé violentamente esa acción sin darme cuenta que me estaba oyendo otro soldado herido que se había tapado con unas mantas y había quedado, quieto, en la caja del camión. Al oír eso y las disculpas que daba el compañero nuestro, el soldado enemigo avisó de su presencia pidiendo que no lo mataran; tenía un tiro en la pierna, con fractura, y quedó a un costado del camino mientras proseguía el combate en los otros camiones. El hombre, cada vez que pasaba un combatiente por el lado, gritaba: “No me mate, no me mate, el Che dice que no se matan los prisioneros.” Cuando finalizó el combate, lo llevamos al aserrío, le hicimos las primeras curas y quedó allí para ser devuelto».