III
Viajaron hacia el norte en autobús a lo largo de la costa peruana mientras Ernesto sufría un nuevo ataque de asma. El 28 de septiembre entraron en Ecuador y tuvieron que esperar transporte en el pueblo fronterizo de Huaquillas. Fue según Ernesto «un día perdido en cuanto a viaje, aprovechado por Calica para tomar cerveza…». Tras navegar un día y una noche por un río hasta el golfo de Guayaquil, cruzaron el delta cenagoso hasta la tórrida ciudad portuaria tropical. Ricardo Rojo los esperaba en el muelle con tres amigos, estudiantes de derecho en la Universidad Argentina de La Plata. Los amigos eran Eduardo «Gualo» García, Oscar «Valdo» Valdovinos y Andro «Petiso» Herrero, quienes al igual que Rojo se dirigían a Guatemala y querían vivir algunas aventuras por el camino.
La pensión era una mansión colonial decrépita con un muelle para botes en la orilla fangosa del río Guayas, en un barrio pobre llamado Quinta Pareja. Los dueños subdividían las enormes habitaciones en cubículos diminutos por medio de cajones de madera utilizados para el transporte de automóviles. Ernesto y Calica se juntaron con los demás en una gran habitación mientras las dimensiones internas de la casa se encogían a su alrededor.
La dueña de la pensión, llamada María Luisa, era una persona de gran corazón y medios escasos. Vivir en su rústico establecimiento era formar parte de una gran familia caótica que pasaba por estrecheces financieras. María Luisa regentaba la pensión con su madre Agripina —una vieja bruja que pasaba los días tendida en una hamaca y fumando constantemente— y su esposo Alexander. Se decía que había sido huésped de la pensión y que su deuda había llegado a un monto tal que se había visto obligado a casarse con María Luisa.
Finalmente no tuvieron que viajar a Quito para visitar al presidente Velasco Ibarra. Al enterarse de que el jefe del Estado visitaba Guayaquil, Ernesto y Calica vistieron sus mejores galas y fueron a arrojarse a los pies de su secretario privado. El 21 de octubre Ernesto escribió a su madre el siguiente relato burlón de la entrevista: «Me dijo que a Velasco Ibarra no se lo podía ver, que la desastrosa situación económica [personal] que le pinté era una baja de la vida, añadiendo con tono filosófico: “Porque la vida tiene altas y bajas, ustedes están en una baja, ánimo, ánimo. Bueno, van a disculpar pero tengo que ir al acto de los bomberos; ¿eh?” Ni una copa, ni una triste copa para ahogar las penas…»
Ernesto y Calica regresaron tal como habían salido, prácticamente sin un centavo, igual que sus compañeros. Entretanto, sus deudas con María Luisa crecían constantemente. Juntaron sus fondos e instituyeron un régimen económico estricto que Ernesto obligaba a todos a respetar. Si Calica había sido hasta entonces el encargado del «cinturón de castidad», la experiencia del viaje indicaba quién era el más «ahorrador». Ernesto impuso la consigna de «austeridad absoluta» que él mismo sólo violaba de vez en cuando para comprarse una banana; era prácticamente lo único que comía.
A mediados de octubre, Ricardo Rojo y Oscar Valdovinos se embarcaron hacia Panamá en un buque de la United Fruit Company; los demás los seguirían cuando zarpara el siguiente. Entretanto, Ernesto y Calica acampaban al aire libre con Gualo García y Andro Herrero. Mientras discutían los pasos siguientes y disfrutaban de la camaradería, sin deseos por el momento de partir hacia Venezuela, Ernesto exploraba Guayaquil. En la pensión jugaba al ajedrez y conversaba con los nuevos amigos. Todos sentían un poco de nostalgia por la Argentina, hablaban de sus familias, su pasado y sus esperanzas para el futuro. Ernesto pidió que lo llamaran Chancho, y mejoró de su asma.