VII

A pesar de sus esfuerzos por despersonalizar su existencia, el Che aún tenía una vida íntima, siquiera en apariencia. En julio de 1960, Aleida estaba en el quinto mes de embarazo de su primer hijo, y su vida matrimonial había adquirido una relativa paz y normalidad. El traslado del Che al Banco Nacional fue útil en ese sentido, ya que puso fin al forzoso contacto cotidiano con Hilda, que por entonces trabajaba en Prensa Latina.

Habían vuelto a mudarse, llevando consigo a su eterno huésped Fernández Mell, esta vez a una bonita casa neocolonial de dos pisos con jardín en el barrio residencial de Miramar, en la calle Dieciocho con la Séptima avenida. Al otro lado de la calle vivía el economista Regino Boti, graduado en Harvard, uno de los pocos moderados que conservaba su puesto en el Ministerio de Economía. A una manzana y media, una bella mansión neocolonial de la Quinta avenida era la sede de la Seguridad del Estado.

Para gran regocijo del Che, su viejo amigo y compañero de viaje Alberto Granado apareció a tiempo para los festejos del 26 de julio. Ocho años antes, «Fúser» se había despedido de «Mial» en Caracas con la promesa de regresar después de rendir los últimos exámenes de medicina; Ernesto no había regresado, pero Alberto había continuado trabajando en el leprosario y se había casado con Delia, una muchacha venezolana. El nacimiento de su primer hijo coincidió con los titulares del desembarco del Granma y las noticias falsas sobre la muerte de Ernesto Guevara. Desde entonces, Granado había seguido las hazañas de su antiguo compinche por medio de la prensa. Visitaba a su familia en la Argentina cuando llegaron las noticias de la fuga de Batista; luego celebró con el clan Guevara el ingreso del Che en La Habana. Enterado de que el Che acompañaría a Fidel a Caracas en 1959, Granado lo esperó con avidez y sufrió una gran decepción cuando no llegó. Sin embargo, intercambiaban correspondencia y por fin Granado había llegado a Cuba con su familia.

Pasó el mayor tiempo posible con el Che y lo acompañó a recibir al capitán de uno de los primeros buques cisterna soviéticos que llevaban petróleo ruso a Cuba. El Che dijo al capitán que estaba feliz de «tener amigos que dan una mano cuando hace falta». Si la insinuación estaba dirigida a Granado, logró el efecto deseado porque, meses después, éste renunció a su puesto de profesor en Venezuela y se trasladó con su familia a Cuba para echar una mano.

Otro amigo llegó a tiempo para los festejos del 26 de julio por invitación del Che. El doctor David Mitrani, su amigo y colega del Hospital General de México, esperaba ansioso la oportunidad de ver a Guevara. Debía cumplir dos misiones, una encomendada por el presidente de México, la otra por el gobierno de Israel.

Mitrani, hijo de inmigrantes judíos europeos, era sionista; un mes antes de que el Che abordara el Granma, había ido a Israel a trabajar en un kibbutz. A pesar de sus diferencias políticas, ya que Guevara calificaba al sionismo de «reaccionario», eran amigos y ambos se consideraban comprometidos con la causa socialista. Después de conocer a Fidel en México, Guevara había instado a Mitrani a unirse a la aventura revolucionaria cubana y se había mofado de su plan de «ir a cosechar papas» en Israel. Ofendido por la soberbia de Fidel, Mitrani había dicho a Guevara que su amigo era un «mentiroso de mierda» y que el plan de invadir Cuba era una locura. Conservaron su amistad, pero perdieron el contacto al iniciar sus respectivas aventuras. Tras su regreso a México, en vísperas de la victoria rebelde, había enviado al Che un telegrama de felicitación.

Desde entonces, Mitrani se había instalado en Ciudad de México, y su consultorio prosperaba. Estaba al tanto de los sucesos cubanos y mortificado por el papel de su amigo en las ejecuciones revolucionarias, pero aceptó la invitación del Che de ir a Cuba en 1960. Antes de partir, se reunió con el presidente mexicano Adolfo López Mateos, quien le pidió que le llevara un ejemplar autografiado de La guerra de guerrillas. La otra petición fue del embajador israelí en México, quien le rogó que utilizara su contacto con el Che para tratar de mejorar las relaciones con Cuba. Por casualidad, el embajador israelí en la isla era pariente de Mitrani.

En La Habana, lo alojaron en el elegante Hotel Nacional y el Che lo invitó a almorzar en su comedor privado del Banco Nacional. Con humor sardónico le dijo: «Como yo sé que tú eres un burgués, te hice una comida muy especial y tengo un vino…»

Encontró a un Che mucho más acerbo que el de sus recuerdos. Conservaba el sentido del humor, pero ahora era mordaz. Se reunieron varias veces, siempre en el banco y en presencia de otros. Sólo en su tercera o cuarta visita Mitrani pudo decir lo que pensaba.

El Che lo invitó a ir a Oriente, donde Fidel pronunciaría el discurso del 26 de julio. Mitrani se negó: sin ocultar su antigua antipatía por el caudillo, dijo que había ido a verlo a él, no a Fidel. Cuando le dijo que Israel deseaba mejorar las relaciones, el Che apoyó la idea. (Aún faltaban años para que Cuba adoptara la posición soviética a favor de la OLP.)

Pasadas las primeras reuniones, el Che le habló con franqueza sobre la revolución: «Para los primeros días de agosto vamos a transformar este país en un país socialista». Al menos eso esperaba y deseaba, dijo, porque Fidel no era socialista ni estaba totalmente convencido; aún trataba de ganarlo para esa idea.

Mitrani abordó el asunto que lo mortificaba: la participación del Che en las ejecuciones. No lo comprendía, puesto que no era cubano ni había sufrido por culpa de los batistianos. ¿A qué se debía ese odio, ese deseo de venganza? «Mira —dijo el Che—, en este problema si no matas primero te matan a ti». Mitrani no volvió a hablar de ello, pero el razonamiento de su amigo lo perturbó; jamás lo conciliaría con el Ernesto Guevara que había conocido.

Antes de su partida, el Che le obsequió uno de los nuevos billetes con su firma y tres ejemplares firmados de La guerra de guerrillas: uno para él, otro para su antiguo mentor mexicano Salazar Mallén y un tercero para el presidente López Mateos. El de Mitrani tenía la siguiente dedicatoria: «De Mico para mi amigo David, deseando que regrese al camino correcto otra vez».

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