II
Para el Año Nuevo le había empezado a crecer el pelo y tenía otra vez su barba rala. Sus camaradas cubanos y el guerrillero peruano Eustaquio ya estaban en Ñancahuazú y se entrenaban junto con los bolivianos. Tenía un ejército de veinticuatro hombres, de los cuales sólo nueve eran bolivianos. Entre ellos se encontraban Inti Peredo, el hermano mayor de Coco, y Freddy Maymura, un ex estudiante de medicina boliviano de padres japoneses. Ambos se habían entrenado en Cuba.
Sus hombres habían instalado un campamento base y un vivac secundario oculto en el bosque sobre un abrupto cañón de piedra roja, a varias horas de caminata río arriba del lugar que llamaban «Casa de Calamina»: una casa de ladrillos con techo de cinc, la «fachada» legal del futuro «establecimiento porcino y maderero» de Ñancahuazú.
Había un horno de barro para cocer el pan, una choza para el secado de carne, una enfermería rústica y hasta mesas y bancos toscos de madera para comer. Habían cavado una letrina, así como un sistema de túneles y cuevas para almacenar los alimentos, las armas y los documentos comprometedores. En una cueva estaba instalada la radio que utilizaban para enviar y recibir comunicaciones cifradas de La Habana, cuyo nombre en clave era «Manila». La red urbana de La Paz empezaba a consolidarse; bolivianos como Rodolfo Saldaña, Coco Peredo y Loro Vázquez Viaña —«propietario» de la finca— iban y venían con provisiones, mensajes, reclutas y armas.
El predominio de los extranjeros en su «ejército boliviano» preocupaba al Che.[123] Peor aún, advertía señales de discordia competitiva entre los cubanos y los bolivianos, que trataba de corregir con sermones sobre la disciplina. El anuncio de que los cubanos serían los oficiales de la pequeña tropa hasta que los bolivianos adquirieran experiencia evidentemente no cayó bien entre estos últimos. Cuando Juan Pablo Chang anunció que enviaría veinte combatientes peruanos, el Che le pidió que esperara; no quería «internacionalizar» la lucha sin la participación de Monje. Necesitaba una sólida base de apoyo local y quería contar con un mínimo de veinte bolivianos antes de iniciar las operaciones. No los conseguiría sin ayuda de Monje.
A pesar de todas las precauciones, la presencia de los forasteros despertó rápidamente la curiosidad de los escasos vecinos de esa selva remota, tal como había sucedido con la base de Masetti en el río Bermejo, más al sur. En realidad, antes de la llegada del Che, los hombres del pelotón de vanguardia se enteraron de que Ciro Algañaraz, su vecino más próximo, expresaba sospechas de que los forasteros fueran traficantes de cocaína, un negocio que empezaba a florecer en la nación productora de coca. La casa y el criadero de cerdos de Algañaraz estaban junto al camino que conducía a la finca, y los guerrilleros debían pasar por ahí para llegar a la Casa de Calamina. Algañaraz pasaba la semana en Camiri, pero tenía un casero permanente en la finca. En una de sus primeras batidas de exploración al monte, Pombo y Pacho habían sido avistados por el hombre al que llamaban el «chófer de Algañaraz».
A fines de diciembre, el Che esperaba a Monje en el campamento. Antes de su llegada, expuso a sus hombres las propuestas que haría al secretario del Partido Comunista. Ante todo, él sería el comandante militar y estaría a cargo de las finanzas; en cambio, no tenía interés en ejercer la jefatura política. En cuanto al apoyo externo, pediría ayuda tanto a la Unión Soviética como a China. Moisés Guevara podría llevar a Pekín una carta suya a Chou En-lai en la que pediría ayuda «sin condiciones»; Monje podría viajar a Moscú «junto con un camarada que al menos atestiguara cuánto [dinero] recibía».
Las propuestas demuestran que a pesar de lo avanzado del proceso, podía allanar las diferencias entre los comunistas pro chinos y pro soviéticos bolivianos y aprovechar esa unidad para comprometer a los dos colosos socialistas en una causa común. Si pudiera forjar la paz en algún lugar de Sudamérica, tal vez habría esperanzas para alcanzar la unidad socialista en escala mayor. Por último, dijo: «Bolivia será sacrificada por la causa de crear las condiciones para la revolución en otros países. Debemos crear un nuevo Vietnam en las Américas con su centro en Bolivia».
Desde su primitivo campamento en la remota selva boliviana, el Che preveía una sucesión asombrosa, incluso fantástica de acontecimientos, de la cual el inicio de la guerra y su extensión a las naciones vecinas eran apenas las dos etapas iniciales. En la tercera etapa, las guerras en Sudamérica forzarían la intervención norteamericana; eso favorecería la causa de las guerrillas al dar a sus campañas un tinte nacionalista; como en Vietnam, combatirían contra un invasor extranjero. Al desplegar y dispersar sus fuerzas en Latinoamérica, Estados Unidos se debilitaría en todos los frentes, tanto el boliviano como el vietnamita. Por último, al extenderse la conflagración, China y Rusia deberían abandonar sus riñas y alinearse con los revolucionarios en todas partes para la derrota final del imperialismo norteamericano. Para el Che, lo que sucedía en Bolivia era nada menos que el disparo inicial de una nueva guerra mundial que determinaría en última instancia si el planeta sería socialista o capitalista. Pero antes debía tratar con Mario Monje.
El 31 de diciembre Monje llegó a Ñancahuazú y por fin los dos rivales se encontraron frente a frente. Se apartaron para conversar en el bosque. Dos fotografías de pésima calidad son la única prueba visual de ese encuentro. En una de ellas el Che está tendido en el suelo y clava su mirada sarcástica en Monje, sentado con las piernas encogidas en actitud defensiva.
Monje exigió que se le entregara el mando general de la lucha armada y que no se concertara una alianza con los «pro chinos». El Che respondió que podía descartar la alianza con los comunistas sinófilos, pero en cuanto al mando no cedería un ápice. Era el comandante militar porque estaba mejor capacitado que nadie para ello. Además, pensaba que sus decisiones políticas eran más acertadas que las de Monje. Pero le ofreció designarlo «jefe nominal» de la operación guerrillera si eso le permitía «salvar las apariencias».
Más tarde, en el campamento, Monje dijo a los hombres que renunciaría a su puesto en la dirección del partido y volvería para tener el orgullo de combatir con el Che, no como dirigente sino como «Estanislao», un combatiente raso. Ahora se iba a La Paz a informar al partido sobre la inminencia de la guerra para que todos tomaran precauciones; renunciaría a su puesto y volvería en diez días.
Eso era una fanfarronada con el fin de arrancarle al Che un nuevo gesto que salvara las apariencias o bien una mentira lisa y llana. A la mañana siguiente, antes de partir, reunió a los bolivianos para decirles que el partido no apoyaba la lucha armada, que se los expulsaría si permanecían ahí y se suspenderían las asignaciones a sus familias. Sólo cuatro hombres —Coco, Saldaña, Ñato y Loro— estaban autorizados por el partido para estar ahí y se respetaría eso, pero el resto debía elegir entre el partido y la guerra. Optaron por ésta, Monje se fue y jamás volvió.
Rafael Segarra, dirigente comunista en Santa Cruz, dijo que Monje pasó a verlo de regreso de Ñancahuazú y le advirtió: «La mierda va a saltar. La cosa está en marcha y si no la enterramos, nos va a enterrar a nosotros». Aconsejó a Segarra que se ocultara o desapareciera y durante los días siguientes repitió el mismo consejo a los militantes del partido en todos lados.
Sobre las acciones equívocas de Monje aún pesa el manto de intrigas y sospechas tejido por él. Treinta años después, Pombo asegura que Monje perpetró un acto de «traición consciente» y Aleida, que lo llama «ese indio feo», dice que es el hombre que traicionó a su esposo.
El encuentro del Che con Monje había culminado en un desastre, provocado tanto por la falta de tacto de aquél como la hipocresía y la indecisión de éste. La suerte estaba echada. A partir del 1 de enero de 1967, el Che y sus dos docenas de combatientes estaban librados prácticamente a sus propios medios.