VI
Después de la oleada de ejecuciones, el Che y sus hombres volvieron a El Hombrito. Ya era finales de octubre de 1957, y el Che quería iniciar la construcción de una infraestructura «industrial» para sostener la presencia permanente de la guerrilla. Esta ambiciosa intención recibió un impulso adicional con la llegada de dos estudiantes universitarios de La Habana a quienes encargó la construcción de una represa para obtener energía hidroeléctrica del río Hombrito. Su otra tarea fue ayudarlo a lanzar un diario de la guerrilla: El Cubano Libre. El primer número apareció a principios de noviembre, impreso con una antigua multicopista de 1903 que llevaron a la sierra con ese fin.
El Che tomó nuevamente la pluma y escribió una serie de artículos bajo su antiguo seudónimo: «El Francotirador». En su primer artículo, «El principio del fin», vinculó hábilmente el problema de la ayuda militar norteamericana a Batista con las recientes protestas de los defensores de los animales frente a la ONU en Nueva York por la decisión soviética de enviar al espacio a una perra llamada Laika en su satélite Sputnik II. (El mes anterior los soviéticos habían puesto en órbita el Sputnik I, el primer satélite artificial.)
«El alma se nos llena de compasión, pensando en el pobre animal que morirá gloriosamente en aras de una causa que no comprende. Pero no hemos oído que ninguna sociedad filantrópica norteamericana haya desfilado frente al noble edificio, pidiendo clemencia para nuestros guajiros, y ellos mueren en buen número, ametrallados por los aviones P-47 y B-26 enviados por las fragatas o acribillados por los competentes M-1 de la tropa. ¿O será que en el marco de la conveniencia política vale más una perra siberiana que mil guajiros cubanos?»
Ese periódico fue apenas el comienzo. Con su visión de dejar instalada una infraestructura social eficiente en El Hombrito, hizo construir un hospital rudimentario y trazó planos para otro más. En poco tiempo, además de la panadería, tenían una «embrionaria» granja avícola y porcina, un taller de zapatería y talabartería, y una «armería» que funcionaba a todo vapor. Habían iniciado la producción de minas terrestres rudimentarias y granadas para lanzar con fusil, llamadas «Sputnik» en honor de los nuevos satélites soviéticos, y empezaban a reunir los materiales para fabricar obuses. Para coronar simbólicamente estos logros, el Che encargó la confección de una enorme bandera del 26 de Julio con la inscripción «Feliz Año 1958» para izarla en la cima del monte El Hombrito. Supervisaba estas actividades con el orgullo de saber que instituía una «autoridad real» en la zona. Al mismo tiempo, consciente de que las tropas del capitán Sánchez Mosquera merodeaban por la zona, hizo construir refugios antiaéreos y fortificaciones defensivas a lo largo de las rutas que conducían al interior de su pequeño feudo. «Decidimos entonces crear una base de operaciones fija… y crear allí nuestra industria pesada», escribió a Fidel el 24 de noviembre.
Pero en el momento de escribir esa carta recibió la noticia de que las tropas de Sánchez Mosquera atravesaban el valle adyacente de Mar Verde, incendiando en su camino los bohíos de los campesinos. El Che envió a Camilo Cienfuegos a emboscar a las tropas y lo siguió con la intención de atacar al enemigo por la retaguardia.
Mientras los soldados avanzaban cuesta arriba por el valle de Mar Verde, los hombres del Che lo hacían por las laderas boscosas que lo flanqueaban para alcanzarlos sin dejarse ver. Trataron de apretar la marcha, pero descubrieron que los seguía su nueva mascota, un cachorro. El Che le dijo al combatiente que cuidaba del cachorro, un hombre llamado Félix, que lo obligara a volver, pero el perrito fiel siguió a la columna. Descansaron junto a un arroyo y el perrito empezó a aullar. Trataron de hacerlo callar con caricias, pero el perrito seguía aullando. El Che ordenó que lo mataran. «Félix me miró con unos ojos que no decían nada —escribió el Che tiempo después—. Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito. Con toda lentitud sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extiguiéndose al compás de un quejido muy fino que podía burlar el círculo atenazante de la garganta. No sé cuánto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin. El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse. Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte».
El grupo reanudó la marcha en silencio. El enemigo se había alejado. Disparos remotos les indicaron que las tropas emboscadas de Camilo habían atacado, pero los exploradores enviados por el Che sólo hallaron una tumba cavada poco antes. El Che ordenó que la abrieran y en su interior hallaron el cadáver de un soldado enemigo; la escaramuza había terminado y tanto las tropas como el grupo de Camilo se habían alejado. Decepcionados por no haber podido entrar en acción, volvieron al fondo del valle y al anochecer llegaron a la aldea de Mar Verde. Los habitantes habían huido sin llevarse sus pertenencias. Los rebeldes cocinaron un cerdo y un poco de yuca, y uno de ellos se puso a cantar al son de una guitarra.
«No sé si sería sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio —escribió el Che—. Lo cierto es que Félix, que comía sentado en el suelo, dejó un hueso. Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió. Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró; Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable. Quedamos repentinamente en silencio. Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible. Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque obervábamos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado».
Todavía estaban en Mar Verde cuando al día siguiente los exploradores avisaron que las tropas de Sánchez Mosquera estaban acampadas a menos de dos kilómetros de ahí. La fuerza de Camilo ya estaba en posición y antes de atacar esperaba que lo hiciera la columna del Che. Ésta se desplazó rápidamente hasta el lugar. Al amanecer del día siguiente, 29 de noviembre, los rebeldes ocupaban sus posiciones en las márgenes del río Turquino, bloqueando las posibles vías de escape. El Che apostó su propia unidad en el punto más vulnerable; si los soldados pasaban por ahí, tendrían que dispararles a quemarropa.
El Che con dos o tres hombres estaba oculto detrás de unos árboles cuando pasó un pequeño pelotón enemigo. Armado sólo con una pistola Luger, el Che se apresuró nerviosamente en su primer disparo y erró. Comenzó el tiroteo, y en la confusión los soldados se refugiaron en el monte. Al mismo tiempo las demás unidades abrieron fuego sobre la casa donde se hallaba la mayoría de los soldados enemigos. Durante el tiroteo, Joel Iglesias fue herido de seis balazos mientras perseguía a los soldados. El Che lo halló bañado en sangre, pero vivo. Después de evacuar al chico al hospital de campaña en El Hombrito, volvió a la batalla, pero las tropas de Sánchez Mosquera, bien atrincheradas, mantenían un fuego intenso, por lo cual un asalto sobre su posición era sumamente peligroso. Cuando empezaron a llegar refuerzos militares, el Che envió a varios pelotones a detenerlos mientras sus hombres mantenían inmovilizados a los de Sánchez Mosquera. Ciro Redondo, amigo del Che y veterano del Granma, trató de acercarse, pero cayó muerto de un balazo en la cabeza.
Hacia la media tarde terminó todo. Los refuerzos enemigos habían logrado atravesar las emboscadas, y el Che ordenó la retirada. Había sido un día sangriento. Además de Ciro, habían perdido a otro hombre, asesinado después de caer prisionero. Otros cinco, incluido Joel, estaban heridos. Pensaban que el ejército los perseguiría y volvieron a El Hombrito a marchas forzadas para prepararse para la confrontación.
Después de varios días de preparativos febriles para la defensa, recibieron el aviso: las tropas de Sánchez Mosquera estaban en camino. El Che había trasladado a los heridos y las provisiones a su nueva posición de retirada en La Mesa. Esperaba que las nuevas minas terrestres fabricadas por su armería, colocadas en la ruta de aproximación a El Hombrito, detendrían el avance enemigo. Pero las minas no explotaron, y las unidades guerrilleras de vanguardia tuvieron que abandonar rápidamente sus posiciones. La ruta hacia El Hombrito estaba despejada y había poco tiempo que perder. El Che y sus hombres se retiraron del valle por una senda que ascendía la cuesta bautizada como Los Altos de Conrado en honor a un guajiro comunista que los ayudaba. Debían subir una cuesta abrupta hasta una casa abandonada, que el Che consideraba el mejor lugar donde apostarse. Montaron la emboscada detrás de una gran piedra que dominaba el camino. Allí esperarían durante los tres días siguientes.
El plan, aunque escasamente ambicioso, era arriesgado. Oculto detrás de un gran árbol junto al camino, Camilo Cienfuegos trataría de matar al primer soldado que apareciera. Los francotiradores apostados a ambos lados del camino abrirían fuego y otros lo harían desde el frente. El Che y un par de hombres ocupaban posiciones de reserva a unos veinte metros, pero no estaban totalmente ocultos. El Che había ordenado que nadie se asomara a echar una mirada (el primer disparo les indicaría la llegada de los soldados), pero él violó su propia orden.
«Pude apreciar ese momento tenso antes del combate —escribió—, en que el primer soldado apareció mirando desconfiado a uno y otro lado y fue avanzando lentamente… Escondí la cabeza esperando el comienzo del combate; sonó un disparo y enseguida se generalizó el fuego». El estrépito de la batalla invadió el bosque mientras los dos bandos disparaban a corta distancia uno del otro. Los soldados dispararon rápidamente algunos obuses, pero éstos cayeron lejos de los rebeldes, y en ese momento una bala impactó en el Che. «De pronto sentí la desagradable sensación, un poco como de quemadura o de la carne dormida, señal de un balazo en el pie izquierdo que no estaba protegido por el tronco».
Oyó ruidos de hombres que se acercaban a través de la maleza y comprendió que estaba indefenso. Había vaciado el cargador del fusil y no había tenido tiempo para cambiarlo; su pistola había caído al suelo y ahora la cubría con su propio cuerpo, pero no podía alzarse para recogerla por temor a que lo descubriera el enemigo. Rodó desesperado y cogió la pistola en el momento en que uno de sus hombres, el llamado «Cantinflas», venía hacia él para decirle que se retiraba porque su arma estaba trabada. Colocó el cargador en el arma y alejó al joven con un insulto. En un alarde de coraje, Cantinflas salió al descubierto para disparar al enemigo, pero recibió un balazo que entró por su brazo izquierdo y salió por el omoplato.
Los dos estaban heridos y no tenían la menor idea de dónde estaban sus camaradas. Se arrastraron para salir de la línea de fuego y conseguir ayuda. Huyeron hacia la casa de un colaborador, a varios kilómetros de distancia. Cantinflas iba en una camilla, pero el Che, sostenido por la adrenalina, anduvo a pie hasta que el dolor lo doblegó y tuvieron que subirlo a un caballo.
Temeroso de que el enemigo continuara su avance, el Che organizó una nueva emboscada en La Mesa y envió una carta urgente a Fidel para ponerlo al tanto de los sucesos: «La ayuda rápida con 30-06 y automáticas calibre 45 sería muy oportuna». Informó de que había vengado la pérdida de El Hombrito matando a «por lo menos tres soldados enemigos», y luego dio las malas nuevas; habían perdido un fusil, no habían tomado armas del enemigo y él mismo estaba herido. «Lamento muchísimo no haber seguido tu consejo, pero la moral de los hombres estaba bastante baja… y consideraba que mi presencia en las primeras líneas era absolutamente necesaria. Sin embargo, en general me cuidé mucho y la herida fue accidental…»
Después de escribir la carta, el Che descubrió que su situación no era tan mala como temía. El enemigo, lejos de aprovechar su ventaja, se había retirado totalmente de la zona. Y no era ésa la única buena noticia. Habían operado al joven Joel Iglesias, quien ya se recuperaba. En el nuevo refugio, uno de los médicos que se habían unido recientemente a los rebeldes «operó» al Che. Con una hoja de afeitar le extrajo el proyectil del M-1 del pie, y el Che pudo volver a caminar.
Pero al volver a El Hombrito, halló que el lugar estaba devastado. «Nuestro horno de pan había sido concienzudamente destruido y entre las ruinas humeantes solamente se encontraron algunos gatos y algún puerco que escapó a la vesania del ejército invasor para caer en nuestras fauces». Volverían a empezar de cero, pero no en El Hombrito. Al finalizar su primer año de guerra y comenzar 1958, el Che empezó a construir una nueva base en La Mesa.