VI
A partir de entonces, las actividades de quienes, como Urrutia, intentaban «sabotear» la «unidad» revolucionaria, cayeron bajo el calificativo de «contrarrevolución». En efecto, ya aparecían las primeras señales de actividad contrarrevolucionaria. Además de la fuerza que se entrenaba en la República Dominicana, diversos grupos de exiliados organizaban fuerzas paramilitares sin disimulo en Miami. Después de que explotaran varias bombas en La Habana y se descubriera una conspiración para asesinarlo, Fidel hizo introducir una enmienda en la Constitución para sancionar el nuevo delito de «contrarrevolución» con la pena de muerte.
En agosto, la Legión Anticomunista de Trujillo estaba movilizada para invadir Cuba, pero Fidel había preparado una sorpresa para recibir a sus combatientes. Era un plan astuto realizado con la complicidad de los jefes del antiguo Segundo Frente, Eloy Gutiérrez Menoyo y el norteamericano William Morgan. Ellos hicieron creer al dictador dominicano que estaban dispuestos a dirigir una insurrección anticastrista (precisamente lo que harían antes de que pasara mucho tiempo, pero en esa época aún colaboraban con Fidel). En el momento indicado, enviaron un radiograma a la República Dominicana para informar de que sus fuerzas habían tomado la ciudad cubana de Trinidad: era la señal convenida para que la Legión Anticomunista volara a darles su apoyo. Cuando el avión que transportaba a un centenar de combatientes, pilotado por el mismo aviador que había llevado a Batista al exilio, aterrizó en el campo cerca de Trinidad, Fidel y sus soldados estaban esperándolo. Sin embargo, unos cuantos legionarios aún se hallaban en la República Dominicana. Uno de éstos tendría una importante participación en sucesos posteriores en América Latina: era un cadete de dieciocho años llamado Félix Rodríguez.
El tío de Rodríguez había sido ministro de Obras Públicas de Batista, y toda su familia se había exiliado después de que Castro conquistara el poder. Amargado por los infortunios de su familia, Rodríguez había abandonado la escuela militar de Perkiomen, Pensilvania, para unirse a la legión de Trujillo. Al quedarse en la República Dominicana, evitó pasar largos años en la cárcel como la mayoría de sus camaradas apresados, pero la derrota agudizó su sensación de impotencia. Volvió a Perkiomen a finalizar sus estudios y resolvió que dedicaría su vida a destruir la Revolución Cubana. La mayoría de sus intentos resultarían vanos, pero a lo largo de su carrera pudo asestarle algunos golpes rudos. Su camino se cruzaría con el del Che ocho años después del fiasco de Trinidad, el último día de vida de Guevara.