I

Durante las seis semanas siguientes, bajo los incesantes aguaceros de la estación lluviosa, las columnas del Che y Camilo vadearon los arrozales y pantanos del llano, cruzaron ríos crecidos, esquivaron al ejército y sufrieron frecuentes ataques aéreos. Las «marchas agotadoras» a través de «pantanos hediondos» y por «sendas infernales» eran «realmente horribles», escribió el Che. El enemigo había detectado su presencia, y después de un par de escaramuzas el 9 y 14 de septiembre, el ejército rastreaba sus movimientos.

«El hambre y la sed, el cansancio, y la sensación de impotencia frente a las fuerzas enemigas que cada vez nos cercaban más y, sobre todo, la terrible enfermedad de los pies conocida por los campesinos con el nombre de mazamorra (que convertía en un martirio intolerable cada paso dado por nuestros soldados), habían hecho de éste un ejército de sombras. Era difícil adelantar; muy difícil. Día a día empeoraban las condiciones físicas de nuestra tropa y las comidas, un día sí, otro no, otro tal vez, en nada contribuían a mejorar ese nivel de miseria, que estábamos soportando».

En las escaramuzas murieron varios combatientes, otros desertaron y el Che permitió que varios hombres desmoralizados o temerosos abandonaran la columna. Como siempre, los chivatos causaban problemas. El Che informó a Fidel de que «la conciencia social del campesinado camagüeyano es mínima, y tuvimos que enfrentar las consecuencias de numerosos informantes».

Mientras tanto, el gobierno intensificaba la propaganda sobre el comunismo del Che. El 20 de septiembre, después de las escaramuzas con las tropas en el llano, el jefe de estado mayor de Batista, general Francisco Tabernilla, informó de que el ejército había «destruido» una columna de cien hombres conducida por el «Che Guevara» y había capturado pruebas de que sus rebeldes eran entrenados mediante métodos comunistas.

Lo cual era totalmente cierto. «Lo que pasó —explicó el Che a Fidel más adelante— es que en una de las mochilas [abandonadas durante una escaramuza] encontraron un cuaderno que daba el nombre, dirección, arma y municiones de toda la columna, miembro por miembro. Además, un miembro de esta columna que también es miembro del PSP [Pablo Ribalta] abandonó su mochila conteniendo documentos de esa organización».

Además de la ofensiva propagandística, el ejército utilizó las «pruebas comunistas» para inculcar el miedo y el odio a los rebeldes entre sus tropas. El 21 de septiembre, en un radiograma a las unidades apostadas en la ruta del Che, el teniente coronel Suárez Suquet exhortó a los oficiales a que emplearan todos los recursos disponibles y «juntaran coraje» para detener al «enemigo guerrillero» que «asesinaba hombres cualesquiera que fuesen sus ideas». Señaló que «la reciente captura de documentación comunista del extranjero conocido como “Che Guevara” y sus secuaces, que siempre han vivido fuera de la ley [demuestra que están] a sueldo del Kremlin… Adelante, Soldado Cubano: no permitiremos que estas ratas que penetraron subrepticiamente en esta provincia vuelvan a salir».

Y por si la persecución del ejército no fuera problema suficiente, el Che sabía que al acercarse a la sierra de Escambray penetraba en un avispero de rivalidades e intrigas. Varios grupos armados operaban en la zona, prácticamente todos competían por la influencia y el control territorial y algunos eran poco menos que bandas de cuatreros llamados comevacas. El 7 de octubre, aún en ruta, lo visitó una delegación rebelde del Escambray con un «rosario de quejas» sobre Eloy Gutiérrez Menoyo, quien se había escindido del Directorio de Chomón y constituido su propio «Segundo Frente Nacional del Escambray». Cada fracción se había adueñado de una porción de territorio y no ocultaba su hostilidad por la otra. Poco antes, Gutiérrez Menoyo había secuestrado brevemente a Víctor Bordón Machado, dirigente de la guerrilla del 26 de Julio en Las Villas, y sus respectivas fuerzas estaban al borde de una confrontación armada. El Che mandó aviso de que Bordón fuera a verlo y escribió en su diario: «Me da la impresión desde aquí que hay muchos trapos sucios que limpiar por todos lados».

Además de extender la guerra al centro de Cuba, Fidel le había ordenado que «unificara» a las diversas fracciones y las pusiera bajo su control, pero para ello no podía contar con la ayuda del Movimiento 26 de Julio. Hasta entonces, su experiencia en el llano indicaba que el aliado natural era el PSP.

La llegada del Che brindaba al PSP una oportunidad única para desempeñar un papel importante en la lucha armada, algo que le negaban las demás corrientes. En Yaguajay, un distrito rural en el norte de Las Villas, el PSP tenía su propia columna rebelde, la «Máximo Gómez», con sesenta y cinco hombres armados y encabezada por el dirigente del partido Félix Torres. Tanto la organización local del Movimiento 26 de Julio como el Segundo Frente de Gutiérrez Menoyo habían rechazado sus ofrecimientos de unirse a ellos.

A principios de octubre, al llegar el Che a la región, el Partido envió emisarios a su encuentro. Le ofrecieron guías y dinero y le prometieron un transmisor de radio y una multicopista para llevar adelante su campaña de propaganda una vez que se instalara en el Escambray. El Che aceptó con gratitud y pidió que lo comunicaran directamente con los dirigentes del PSP en Las Villas.

Tras una semana atroz de marchas por el fango y los pantanos bajo el acoso constante de los aviones, el Che y sus hombres llegaron a una finca en las estribaciones del Escambray. Estaban famélicos, enfermos y exhaustos, pero habían recorrido casi la mitad del largo de Cuba, algo más de seiscientos kilómetros, casi siempre a pie. Y allí, tal como había pedido, los esperaba un dirigente comunista.

A los veintiséis años, Ovidio Díaz Rodríguez era el secretario de la Juventud Socialista en la provincia de Las Villas. El partido le había encomendado que recibiera al Che, y él había ido a su encuentro a caballo. Era un día horrible —había llovido y todo estaba empapado—, pero Díaz estaba eufórico. La propaganda incesante del gobierno sobre el «comunista argentino» había despertado en él una verdadera veneración por Guevara, y al acercarse al lugar del encuentro, Díaz se sintió embargado por una fuerte emoción. «Sentía deseos de abrazarlo cuando me lo encontrara», recuerda Díaz, pero cuando Guevara le tendió la mano, abandonó tímidamente la idea. «Lo vi muy delgado y me imaginé las penurias que seguramente vivió desde la salida de la Sierra Maestra. Me impactó su personalidad y el respeto con que todos lo trataban. La admiración que sentía por él aumentó».

Con la aspereza que lo caracterizaba, el Che regañó a Díaz por su imprudencia al ir de frente hacia su campamento. «Debiste seguir mis pasos», dijo antes de invitarlo a sentarse para conversar. «Me pidió que le hiciera un recuento de todo lo que conocía, de la situación del Escambray, de los grupos de alzados que existían, de la situación del partido en la provincia y en las montañas, el apoyo que tenía, que si las bases socialistas eran fuertes en la zona. Habló conmigo con respeto y de forma muy afable».

El 15 de octubre el Che apuntó en su diario que se había reunido con «un representante del PSP» quien le dijo que su partido se ponía «a nuestra disposición» si se podía lograr la unidad de los distintos grupos armados. Era un buen comienzo.

Para entonces, Camilo también tenía contactos con el PSP. Su columna se había desviado hacia el norte, a Yaguajay, donde se encontraba la de Félix Torres, y el 8 de octubre los dos hombres se habían conocido en el terreno. Torres había tenido el placer de colocarse con toda su columna bajo el mando de Camilo, y éste lo había aceptado con igual placer. A partir de entonces, cada uno en su propio campamento, coordinaron todas sus acciones. Fidel, complacido por el acuerdo, ordenó a Camilo que permaneciera en Las Villas y respaldara las acciones del Che en lugar de seguir adelante hasta Pinar del Río.

Durante los días siguientes, mientras el Che y sus hombres penetraban en el Escambray propiamente dicho, Díaz lo visitaba para coordinar las actividades. En cada visita aumentaba su admiración por las cualidades de mando del Che. «Conocía perfectamente a sus hombres, quiénes procedían de las diferentes organizaciones revolucionarias, quiénes se alzaron siendo campesinos y obreros, quiénes eran anticomunistas por una situación de incultura. Él apreciaba a sus hombres por su valor combativo, pero sabía distinguir perfectamente entre las personas de posiciones de izquierda o de derecha».

El grupo era, como todos, heterogéneo. Además de los graduados relativamente inexpertos de Minas del Frío, el Che había traído a sus protegidos. Entre ellos estaban los comunistas Ribalta y Acosta y su lugarteniente de confianza, Ramiro Valdés. Ramirito lucía una barba de chivo que le daba un aspecto siniestro; según el Che, se parecía a Félix Dzerjinski, el fundador de la KGB. También estaba el joven médico Oscarito Fernández Mell, de quien el Che se mofaba por ser un «pequeñoburgués», a la vez que disfrutaba de su compañía.

Estaban asimismo presentes los jovencitos de la zona como Joel Iglesias, Guile Pardo, el Vaquerito, al frente de su temerario «escuadrón suicida», y los hermanos Acevedo. Y no faltaban personajes pintorescos como el «Negro» Lázaro, un hombre robusto y valiente, poseedor además de un gran sentido del humor. Durante toda la campaña arrastró consigo una silla de montar, diciendo que quería tenerla para el día en que consiguiera un caballo; de más está decir que ese día nunca llegó.

Por último, había un grupo de jóvenes cuyos destinos se enlazarían permanentemente con el del Che. Muchos lo acompañaron como guardaespaldas después de la guerra y participaron en sus aventuras guerrilleras. La mayoría de ellos carecían de formación política pero anhelaban vivir aventuras. Para ellos, el Che tenía la llave para una vida de gloria en la que uno podía llegar a ser como él, un «héroe de la liberación».[*]

¿En qué consistía el magnetismo del Che? Era imposible concebir una personalidad más distinta de la de casi todos ellos. Era un extranjero, un intelectual, un profesional, leía libros que ellos no comprendían. Era un comandante exigente, estricto, célebre por la severidad de sus castigos, sobre todo con aquellos que había escogido para formar como «verdaderos revolucionarios». En Minas del Frío, cuando Harry Villegas y otros jóvenes iniciaron una huelga de hambre en protesta por la mala calidad de la comida, el Che había amenazado con fusilarlos, pero después de conferenciar con Fidel había mitigado la pena, quitándoles los alimentos durante cinco días «para que supieran lo que era el hambre de verdad». Ese castigo no había sido un incidente aislado; habían padecido la severidad del Che por cometer errores que otros comandantes hubieran pasado por alto o cometido ellos mismos.

Pero el Che era distinto; todos lo sabían. Era tan exigente consigo mismo como con ellos. Cada sanción iba acompañada por una explicación, un discurso sobre la importancia de la abnegación, el ejemplo personal y la conciencia social. Quería que supieran por qué los castigaba y qué podían hacer para rehabilitarse. Naturalmente, no cualquiera podía militar en su columna. Los que eran incapaces de soportar las penurias y sus rigurosas exigencias quedaban atrás, pero para los que seguían adelante, el hecho de estar «con el Che» era motivo especial de orgullo. Y por el hecho de vivir con ellos, rechazar los lujos propios de su grado y correr los mismos riesgos en combate, se ganó su respeto y devoción. Para esos jóvenes, muchos de ellos negros y de familias campesinas pobres, el Che era un guía y maestro, un modelo a emular, y acabaron por creer en todo lo que él creía.[55]

Al mismo tiempo, aunque se esforzaba por ocultarlo, el Che sufría en carne propia a causa de la imagen de austeridad revolucionaria que se había creado. Su relación con Zoila, su afición por las mulas, su hábito de mantener mascotas podían considerarse señales de hambre de ternura y solaz para mitigar la dureza de la vida que había elegido.

Al llegar al Escambray, esperaba que su mensajera Lidia se reuniera con él. Además de servirle de correo con Fidel y La Habana, había prometido traerle un cachorro para reemplazar a «Hombrito», un perro que había bautizado con el nombre del valle donde había combatido y que había abandonado en la Sierra Maestra. Pero Lidia no logró llegar. Junto con su acompañante Clodomira, fueron traicionadas, apresadas y «desaparecidas» por los agentes de Batista.

El Che lamentó profundamente su muerte. Meses después de su asesinato, escribió: «Para mí, Lidia ocupa un lugar de preferencia. Por eso hoy vengo a dejar en homenaje estas palabras de recuerdo, como una modesta flor, ante la tumba multitudinaria que abrió sus miles de bocas en nuestra isla otrora alegre».

Durante la travesía de Camagüey, el Che perdió la gorra militar que había pertenecido a Ciro Redondo y que usaba desde la muerte de éste. La reemplazó con la boina negra que con el tiempo se convertiría en su símbolo personal, pero en aquel momento había perdido un objeto irreemplazable. Oscarito Fernández Mell dijo que pocas veces lo vio tan trastornado como en aquella ocasión. «Pero la gorra…, que quería esa gorra que era un desastre, que tenía la visera caída, pero que había sido de aquel hombre, estaba sucia, cagada y todo, pero ésa era la que él quería… Porque era un poco la continuación de la amistad que él tenía con Ciro… El Che es este tipo de hombre, un hombre duro y hombre extraordinariamente sentimental».

Che Guevara
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