VI
La mayoría de los participantes en la planificación secreta de la misión del Che a Bolivia coinciden en que en cierto momento Cuba había logrado un acuerdo con el dirigente comunista boliviano Mario Monje. El único que no coincide es el mismo Mario Monje. Casi tres décadas después, desde su hogar en el gélido Moscú donde vive en exilio voluntario, el ex dirigente se explayó larga y sinceramente sobre sus complicados tratos, a menudo llenos de hipocresía, con Piñeiro, Fidel y el Che.
La relación de Monje con la Revolución Cubana se remontaba a los primeros días de ésta; aprobó la decisión de su partido de apoyar las guerrillas de Béjar y Masetti con la esperanza de que no tratarían de iniciar una guerra en su país. Sin embargo, esos episodios no habían disipado su desconfianza de las intenciones cubanas, y vigilaba sus actividades con ojo atento, en especial las del Che Guevara.
En 1965, cuando el Che desapareció de Cuba y empezaron a circular rumores sobre su paradero, Monje tomó nota. Lejos de dar crédito a los cuentos sobre una ruptura entre Fidel y el Che, sabía que estaban de acuerdo en el objetivo de extender la revolución y sospechaba que éste se encontraba en algún lugar de África.
Así estaban las cosas en septiembre de 1965, cuando el partido recibió una invitación del gobierno cubano para enviar a tres miembros a la Conferencia Tricontinental, convocada para enero del año siguiente en La Habana. Pero Monje se enteró de que Oscar Zamora, dirigente del Partido Maoísta Boliviano, también había recibido una invitación y se le permitía una delegación más grande. Para él y sus camaradas del Buró Político era evidente que por algún motivo los cubanos otorgaban sus preferencias al partido pro chino. En noviembre, los camaradas instaron a Monje a que viajara a La Habana anticipadamente para desentrañar el misterio.
Su temor era que detrás de la invitación al grupo de Zamora hubiera algo más inquietante que un mero desaire protocolar: temía que los cubanos estuvieran planificando una insurrección en Bolivia. Sabían que Zamora había ofrecido aportar sus fuerzas para esa alternativa y, más importante aún, tenía relaciones cordiales con el Che. Fue entonces, dijo Monje, cuando empezó a preguntarse: ¿dónde está el Che? ¿Qué papel desempeña en todo esto?
A partir de entonces empezó a estudiar las noticias cuidadosamente en busca de pistas sobre el paradero del Che. Dijo a sus camaradas que en La Habana se mostraría conciliador, trataría de congraciarse con los cubanos para averiguar sus intenciones. Su idea era decirles que su partido no se oponía a «prepararse» para la eventualidad de una lucha armada con ayuda cubana y que tanto él como otros miembros querían recibir instrucción militar.
Con «ciertas reservas», en diciembre de 1965 Monje partió hacia Praga, donde se reunían muchas delegaciones que se dirigían a la Conferencia Tricontinental para volar desde allí a La Habana. En el avión hacia la capital cubana reconoció a Régis Debray, un joven teórico marxista francés a quien sabía estrechamente relacionado con Fidel y el aparato cubano de seguridad y que había estado en Bolivia el año anterior. Entonces era muy conocido por una serie de artículos combativos de los que era autor que lo mostraban como un activo propiciador del modelo revolucionario cubano en América Latina.[*]
Cuando llegó a la Habana, Monje dijo al servicio de seguridad cubano que no estaba allí sólo para la Conferencia Tricontinental sino para tratar «otro asunto». Fue rápidamente transferido del hotel a una casa de seguridad de la inteligencia cubana donde se le unieron dos camaradas bolivianos elegidos para servirle de escoltas. Más adelante llegarían los otros dos miembros de la delegación a la Tricontinental.
Monje se puso en contacto con el círculo de «estudiantes» bolivianos en La Habana, todos ellos miembros de la Juventud Comunista, y se enteró de que varios recibían instrucción militar sin la autorización del partido. En lugar de enfrentarlos, decidió «unirse» a ellos. En una reunión con funcionarios del Ministerio del Interior —la gente de Piñeiro—, Monje dijo que le interesaba recibir instrucción militar junto con otros camaradas. «Se pusieron muy felices», recordó.
En efecto, estaban tan felices que con esa maniobra pudo desplazar totalmente al grupo de Zamora. En lo que según él constituyó una maniobra de gran audacia, exigió que los cubanos reconocieran como delegación oficial a su grupo —dispuesto a tomar las armas— o al de Zamora. El reconocimiento fue para su delegación, mientras que el grupo de Zamora, según Monje, fue enviado «de viaje» por el campo.
En la conferencia, Monje comprendió rápidamente que lo importante no eran los discursos sino lo que sucedía entre bambalinas. «Los cubanos comenzaron a buscar contactos con unos y con otros —recordó—, pero siempre con una intención de ver cómo crear nuevos focos guerrilleros en América Latina. Prestaban mayor atención a aquellos grupos más radicales, aquellos que se proyectaban más, aquellos que desafiaban más, y en cierta medida entraban en contradicción con los comunistas».
Consciente de que la campaña de reclutamiento de guerrilleros también incomodaba a los soviéticos, apenas terminó la Tricontinental decidió hacer un viaje relámpago a Moscú para «sondear la situación». Para su sorpresa, lo llevaron directamente a la oficina de Boris Ponomoriov, jefe supremo del Departamento Internacional del Comité Central.
«Comenzamos a conversar sobre Bolivia, sobre las relaciones, y él me preguntó sobre la Tricontinental, el criterio que tenía el partido comunista para que se preparara. Yo le di mi criterio, más o menos, qué es lo que pensábamos hacer. Y entonces me preguntó si yo sabía dónde estaba el Che, y yo le dije que sí sabía que estuvo en el África, pero había salido ya». Monje tuvo la impresión nítida de que era una novedad para Ponomoriov.[114]
Asimismo, comprendió que el Kremlin estaba «inquieto» por lo sucedido en la Tricontinental, donde los cubanos habían alentado a «los movimientos más radicales». «Podían crear problemas, y entonces querían saber cuál era el papel [del Che] o dónde estaba la figura [detrás de todo eso]». Los soviéticos y Monje habían llegado a la misma conclusión: el principal impulsor de la Conferencia Tricontinental era el hombre que había brillado por su ausencia, el Che Guevara.
Después de las conversaciones en el Kremlin, Monje volvió a Cuba para iniciar su instrucción militar con los bolivianos. También traía un plan para demorar el regreso a Bolivia de los estudiantes que habían completado su instrucción; les pediría que se quedaran hasta que todos finalizaran el entrenamiento militar y luego irían a Moscú para recibir «instrucción teórica». Con esta maniobra pensaba frustrar cualquier intento subrepticio de enviar a los jóvenes a combatir sin autorización del partido, como sospechaba que era la intención de los cubanos. La instrucción duraría tres o cuatro meses, tiempo suficiente para prevenir a sus camaradas en Bolivia.
A fines de enero de 1966, cuando estaba por iniciar su instrucción, Fidel lo convocó a su oficina, donde se encontraban también Piñeiro y varios agentes. Fidel le preguntó cuáles eran sus intenciones con respecto a los cuadros bolivianos en Cuba.
Monje le dio una respuesta que no era del todo sincera pero sí creíble. Recordó que Bolivia tenía toda una tradición de insurrecciones populares y dijo que en la situación imperante, bajo una dictadura militar, era posible que se produjera una nueva. «Si hay algún levantamiento —dijo a Fideltendremos la posibilidad de tener el control de la situación… Si eso me obliga a la guerra civil, entonces lo veo para buscar una salida electoral…, una salida en que [los comunistas] salgamos fortalecidos».
No era la respuesta que quería Fidel. ¿Y las posibilidades de una lucha guerrillera? Monje respondió que no le parecía una alternativa realista en Bolivia. En ese momento le respondieron los agentes de Piñeiro; Monje se dio cuenta de que habían estado en Bolivia y estudiado la situación.
Después de la reunión, dijo Monje, Piñeiro lo puso contra la pared y le dijo: «La entrevista no le gustó a Fidel. Tu plan no le gusta porque no piensas en la lucha guerrillera, y esta gente que se prepara tiene que ser para la lucha guerrillera. Tú tienes dos o tres meses. Revisa tus puntos de vista y entra a la lucha guerrillera».
Con el pretexto de que no había previsto una ausencia tan prolongada y debía atender a ciertos problemas en su país, pidió a Piñeiro que mandara llamar a Ramiro Otero, representante del Partido Comunista Boliviano en Praga. «Yo hice ese juego porque sabía que ellos no me podían dejar salir», dijo Monje.
En febrero, cuando llegó Otero, Monje lo llevó al jardín de la casa clandestina para darle instrucciones precisas: «Anda a Bolivia, pide reunión con el Buró Político y diles que [los cubanos] están preparando la lucha guerrillera en Bolivia».
Mientras Otero volaba a La Paz, Monje inició su instrucción. A los treinta y cinco años era el mayor del grupo —los demás tenían entre veinticinco y treinta—, pero trataba de realizar los ejercicios a la par de ellos. Otero volvió con malas noticias. No había podido hablar con el Comité Central sino sólo con el Secretariado —un organismo inferior— y no creían a Monje. Además, éste debía suspender la instrucción militar y regresar inmediatamente porque durante su ausencia se habían sembrado dudas sobre sus actividades y en cualquier momento su reemplazante podía quedarse con su puesto.
Monje se sintió atrapado entre la espada y la pared. Según su explicación un tanto tortuosa, había fingido aceptar los planes cubanos de una guerra en Bolivia sólo para prevenirla, pero ahora los camaradas de su partido estaban muy alarmados. Debía volver al país para explicar la situación a ciertos dirigentes clave del partido y aclarar los malentendidos, pero eso despertaría las sospechas de los cubanos. Su plan original —de enviar a los cuadros a la Unión Soviética para mantenerlos lejos de Bolivia— era irrealizable porque estaban ansiosos por volver a su país apenas terminara la instrucción. Desesperado, Monje pidió una reunión con Fidel a la que asistiría también otro miembro del Buró Político boliviano, Humberto Ramírez, para definir la situación. En mayo volaron a Santiago para conversar con Fidel durante su viaje a La Habana en coche.
Por el camino, dijo Monje, Fidel habló de cualquier cosa menos de Bolivia. «En el camino algunas veces paraba y nos explicaba cómo había hecho sus emboscadas… Él estaba interesado en que nosotros viéramos cómo se desarrolla la lucha guerrillera y nos pusimos a disparar en el camino, a hacer puntería, a probar armas».
Llegaron en coche a Camagüey, donde pernoctaron. Aún no se había dicho una palabra sobre Bolivia. Al día siguiente tomaron el avión a La Habana. Monje, que ocupaba el asiento al lado de Ramírez, temía que su misión hubiera fracasado. Entonces vino Papi a decirle que Fidel quería hablar a solas con él.
Apenas se sentó, éste le preguntó cómo «veía las cosas». Pero no le dio tiempo para responder: «Sabes, has sido un buen amigo para nosotros. Has desarrollado una política internacionalista hacia nosotros. Francamente quiero agradecer toda tu ayuda, y ahora resulta que un amigo común quiere volver a su país, alguien cuyo calibre revolucionario nadie puede poner en tela de juicio. Y nadie puede negarle el derecho de regresar a su país. Y él piensa que el mejor lugar por donde pasar es Bolivia. Te pido que le ayudes a pasar por tu país».
No hacía falta preguntar quién era el amigo común. Monje prometió ayudarlo. Entonces Fidel añadió: «Mira, tus planes los sigues desarrollando. Si ustedes quieren que ayudemos con más gentes para preparar, manda más gentes para ayudar a preparar. Nosotros no vamos a intervenir en los asuntos de ustedes». Monje le dio las gracias y repitió que estaba dispuesto a ayudar al amigo común en su «paso» por Bolivia.
Con esa combinación de halagos y enigmas que lo caracterizaba, Fidel dijo: «Tú siempre has sabido escoger gentes, yo quiero que tú escojas gente que lo reciba a él [al Che] y que lo acompañe en el país, y lo acompañe hasta la frontera. Ahora si tú y el partido y ellos están de acuerdo, puedes acompañarlo dentro de su país, para que recojan experiencias, o si no, llegan a la frontera y ahí terminó la historia».
Pidió algunos nombres. Monje nombró a los cuatro mandos autorizados por él para recibir instrucción en Cuba: Coco Peredo, Loro Vázquez Viaña, Julio «Ñato» Méndez y Rodolfo Saldaña. Papi, que lo escuchaba, comentó que era una elección «excelente». Fidel anotó los nombres y dijo: «Eso es todo». Era el fin de la reunión.
Con gran alivio, Monje dijo a Humberto Ramírez que no había motivos para preocuparse, que sus sospechas sobre los planes cubanos eran infundadas, pero aun así debían informar al partido.
En junio Monje finalizó su entrenamiento. Envió a los cuatro camaradas escogidos a Bolivia, pero a los demás les dijo que «continuaran sus estudios» en la isla hasta que el partido decidiera su destino. Escribió una carta a Jorge Kolle Cueto, su reemplazante en La Paz, para informarle de su promesa a Fidel de que el partido ayudaría al «amigo común» a pasar por Bolivia. Pero antes de regresar, decidió viajar a Moscú.
Antes de partir, dijo Monje, los cubanos sugirieron que hiciera una escala en Praga donde «alguien» quería verlo. Pero decidió no pasar por la capital checa por temor a una «trampa». «Me esperaban en Praga. ¿Para qué?» Pensó que querían presentarle un hecho consumado: al realizar la instrucción militar, había aprobado la lucha armada y ahora no tenía otra alernativa que iniciarla.
Monje no explicó el motivo de ese viaje a Moscú ni con quién se reunió. A juzgar por sus otros dichos, es razonable suponer que habló en el Kremlin sobre la petición de Fidel y reveló el destino siguiente del Che. Y en vista de la irritación creciente que los «incendiarios» cubanos provocaban en el Kremlin, también se puede presumir cuál fue su reacción. Sin duda le dijeron a Monje que hiciera valer sus derechos como jefe del partido boliviano y no se dejara matonear por el Che y Fidel. Tal como sucedieron las cosas, eso es precisamente lo que Monje trataría de hacer.