I
Al llegar diciembre de 1957, Fidel quería extender la guerra de la Sierra Maestra al llano. Grupos de rebeldes bajaban subrepticiamente para acosar a los soldados en cuarteles tan distantes como el de Manzanillo, e incendiar camiones cargados de caña de azúcar y autobuses en las rutas. Esta estrategia, además de perseguir el objetivo evidente de extender la guerra, servía para desviar la atención de la Sierra Maestra, donde los rebeldes se habían apresurado a consolidar su dominio del terreno. Esta situación de equilibrio inestable se prolongó a los primeros días del año nuevo: el ejército no realizaba incursiones y los rebeldes se abstenían de efectuar asaltos a gran escala.
En esa calma relativa nadie se mostraba tan activo como el Che Guevara. En su nueva base de operaciones de La Mesa hizo construir instalaciones para reemplazar las de El Hombrito, incluidos una carnicería, un taller de talabartería y una fábrica de cigarros. El Che se había vuelto adicto al tabaco cubano y, al igual que Fidel, fumaba habanos cuando podía conseguirlos.
El taller de talabartería debía abastecer a las tropas de calzado, mochilas y cananas. Cuando produjo la primera gorra militar, el Che se la presentó con orgullo a Fidel, pero en lugar de elogios escuchó una carcajada estrepitosa; sin quererlo, era una gorra casi idéntica a la que usaban los conductores de autobuses. Recuerda el Che: «El único que se mostró clemente conmigo fue un concejal batistiano de Manzanillo que había ido de visita… y se la llevó como recuerdo».
Otorgaba gran importancia a los proyectos periodísticos del Ejército Rebelde, ya que eran el medio para violar la censura impuesta por el gobierno y contrarrestar la desinformación difundida por los militares. Había traído una multicopista nueva para imprimir El Cubano Libre, y uno de sus proyectos más ambiciosos era la instalación de un pequeño transmisor de radio. Radio Rebelde empezó a emitir en febrero.
El Che también dedicó grandes esfuerzos a mejorar la calidad y la producción total de material de guerra que salía de la fábrica de armas reconstruida. Lo entusiasmaban sobre todo las nuevas bombas M-26, llamadas Sputnik. Las primeras Sputnik eran bombas pequeñas lanzadas por medio de las bandas elásticas de arpones. Más adelante las perfeccionaron para poder lanzarlas mediante fusiles, pero los primeros modelos eran poco más que hondas explosivas: un poco de pólvora comprimida en una lata de leche condensada. Provocaban un estruendo aterrador pero escasos daños, y el enemigo aprendió rápidamente a rodear sus campamentos con alambradas «antisputnik». A principios de 1958 aún no estaban probadas en combate y el Che tenía grandes esperanzas en su eficacia.
Mientras tanto, Fidel hizo una propuesta extraña a Batista. Le hizo saber por un intermediario que si el ejército se retiraba de Oriente, él estaba dispuesto a aceptar la convocatoria de elecciones bajo supervisión internacional. En aquellos momentos reinaba un ambiente de fuerte intranquilidad debido a los sabotajes rebeldes y la brutalidad policial en las ciudades, y aparentemente Fidel quería dar la impresión de un campeón de la paz. El aspirante a mediador llevó el mensaje a La Habana, donde el régimen de Batista rechazó la oferta con una vehemencia tal que el mensajero huyó al exilio.
Al mismo tiempo, Fidel se convertía en el hombre más solicitado por la prensa internacional. El problema cubano ocupaba un espacio en los medios; el New York Times le dedicaba editoriales, y el Chicago Tribune había enviado a su corresponsal en Latinoamérica, Jules Dubois, a cubrirlo. Durante enero y febrero, multitud de periodistas escalaron la sierra en busca de entrevistas; entre ellos había corresponsales del New York Times, Paris Match y los periódicos latinoamericanos. Volvió Andrew St. George, y Fidel lo aprovechó para hacer llegar mensajes tranquilizadores a la opinión pública norteamericana. Incluso escribió un artículo para la revista Coronet, uno de los medios de comunicación en que St. George colaboraba, que lo publicó en febrero. En esa nota Fidel se declaraba partidario de la libre empresa y las inversiones extranjeras, y enemigo de las nacionalizaciones. El gobierno provisional que reemplazaría a Batista estaría integrado por miembros del Rotary Club y, en general, por profesionales de clase media.
En enero, el movimiento sufrió un revés que pudo haber sido desastroso cuando Armando Hart y otros dos miembros del 26 de Julio cayeron presos después de una visita a Fidel. Todos los relatos del episodio coinciden en que los hubieran matado si el vicecónsul norteamericano en Santiago (y agente de la CIA), Robert Wiecha, no hubiera logrado que el embajador Smith se interesara por su suerte.
Desgraciadamente, en el momento en que lo capturaron, Hart tenía consigo un documento bastante comprometedor, una crítica furibunda de la fogosa carta a Daniel del Che en la que abordaba tanto el marxismo de éste y Raúl como la disputa entre el llano y la sierra. Después de leer la carta, Fidel había ordenado a Hart que no la enviara por temor a que si continuaba la guerra epistolar, tarde o temprano una carta caería en manos del enemigo y le daría a Batista una nueva arma propagandística. Ese temor se vio justificado. Días después de la detención de Hart, Rafael Díaz-Balart, un excuñado de Fidel que lo detestaba con virulencia, citó la carta en una entrevista radial como prueba de la influencia comunista en la organización rebelde.
Sin embargo, la campaña propagandística surtió escaso efecto. Días después de la detención de Hart, el ejército sacó a veintitrés rebeldes de la cárcel de Santiago, los llevó a las estribaciones de la sierra y los masacró. Luego informó de que habían muerto en una batalla en la cual el ejército no había sufrido bajas. El Che publicó una réplica ferozmente irónica en su columna «Tiro al aire» de El Cubano Libre, bajo el seudónimo de El Francotirador. Tras reseñar varias guerras revolucionarias en el mundo, observó:
Todas tienen características comunes: a) El poder gobernante «ha infligido numerosas bajas a los rebeldes». b) No hay prisioneros. c) «Sin novedad» por parte del poder gobernante. d) Todos los revolucionarios, cualquiera que sea el nombre del país o la región, reciben «ayuda subrepticia de los comunistas».
¡Qué cubano nos parece el mundo! Todo es igual. Un grupo de patriotas es asesinado, tengan o no armas, sean o no rebeldes, siempre después de «una batalla encarnizada»…, matan a todos los testigos, por eso no hay prisioneros. El gobierno nunca sufre una baja, lo cual a veces es cierto, porque matar a seres humanos indefensos no es muy peligroso, pero a veces también es una gran mentira; la Sierra Maestra es nuestro testigo irrefutable.
Y finalmente, tienen a mano la acusación de siempre: «comunistas». Comunistas siempre son los que toman las armas cansados de tanta miseria, en cualquier parte del mundo donde suceda la acción; los demócratas son los que matan al pueblo indignado, sean hombres, mujeres o niños. ¡Qué cubano es el mundo! Pero en todas partes, como en Cuba, el pueblo tendrá la última palabra, la de la victoria, contra la fuerza bruta y la injusticia.
Gracias a la masacre de Santiago, la opinión pública dejó de prestar atención a la ofensiva propagandística batistiana sobre la influencia comunista en el grupo de Fidel, pero no sucedió lo mismo con los norteamericanos. El embajador Earl Smith consideró que la carta secuestrada a Hart confirmaba sus sospechas crecientes sobre la infiltración «roja» del Movimiento 26 de Julio; esto a su vez alentó su creciente aceptación de Batista. En enero, Smith viajó a Washington para promover la causa del dictador ante el Departamento de Estado, basándose en su promesa de restaurar las garantías constitucionales y realizar las elecciones de junio si Estados Unidos continuaba enviándole armas. Dijo a la prensa que no confiaba en Castro ni pensaba que el gobierno norteamericano pudiera «hacer tratos» con él.
A principios de febrero, la fábrica de armas del Che se apresuró a perfeccionar los Sputnik en previsión de la primera gran acción militar rebelde del año. Fidel había resuelto atacar nuevamente la comunidad maderera de Pino del Agua, donde el ejército había instalado una base permanente. Batista había eliminado la censura en toda la isla salvo la provincia de Oriente, y Fidel quería «dar un golpe espectacular» que le mereciese los titulares de primera plana.