I
Miramar, donde veraneaba Chichina, era el último obstáculo que los separaba de la carretera. Ernesto aún estaba enamorado y lo acosaban dudas sobre si debía abandonarla. ¿Era lo más justo? ¿Lo esperaría ella? Contaba con recibir una promesa suya y había resuelto que si aceptaba el cachorro Come-back, ése sería un «símbolo de los lazos» que exigían su regreso.
A su vez Alberto temía que su amigo pusiera fin al viaje antes de empezar. Ernesto se dio cuenta de ello y escribió en su diario:[6] «Alberto veía el peligro y ya se imaginaba solitario por los caminos de América, pero no levantaba la voz. La puja era entre ella y yo».
La estancia prevista de dos días «se estiró como goma hasta hacerse ocho». Ernesto trataba de obtener de Chichina la promesa de que lo esperaría. Cogidos de las manos «en el enorme vientre de un Buick», Ernesto le pidió su pulsera de oro para llevarla como talismán y recuerdo durante el viaje. Ella se negó. «¡Pobre! Yo sé que no pesó el oro, pese a lo que digan: sus dedos trataban de palpar el cariño que me llevara a reclamar los kilates que reclamaba…»
Finalmente, Ernesto decidió que viajaría. No había obtenido el recuerdo simbólico que pedía ni la bendición de Chichina para su viaje, pero ella había aceptado a Come-back a pesar de las burlas de sus amigas, quienes aseguraban que el cachorro no era un ovejero alemán puro como decía Ernesto sino un «mesticito feo». Y le dio quince dólares norteamericanos para que le comprara un pañuelo para el cuello en Estados Unidos. Como símbolo de amor eterno y lealtad no era gran cosa, y seguramente Ernesto tuvo un mal presentimiento al acomodarse en el asiento trasero de La Poderosa el 14 de enero.