V

Guevara viajó luego a El Cairo, donde reveló sus planes para el Congo a Nasser según su yerno y asesor personal, Muhammad Heikal. Cuando dijo que tenía la intención de dirigir personalmente la expedición militar, el líder egipcio se sobresaltó. Dijo al Che que sería un error participar directamente en el conflicto, y se equivocaba al pensar que podía cumplir el papel de «Tarzán, un hombre blanco que conduce y protege a los negros». Nasser pensaba que semejante iniciativa sólo podía terminar mal.

A pesar de esa amonestación, la mala acogida que recibieron sus estrategias en Dar es Salam, sus propias reservas sobre los dirigentes rebeldes que había conocido y su falta de información fehaciente sobre la verdadera situación interna del Congo, el Che decidió seguir adelante con sus planes.

Su último discurso en el continente africano fue también su canto del cisne como figura pública o, como suelen decir discretamente en Cuba, «su último cartucho». El 25 de febrero, ante el Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática realizado en Argel, el Che dejó de lado toda ambigüedad para reclamar a las superpotencias socialistas su apoyo desinteresado a los movimientos de liberación del Tercer Mundo y suscribir los costos de la transformación de esas naciones subdesarrolladas en sociedades socialistas.

Se dirigió a las cuarenta y tantas delegaciones africanas y asiáticas —representantes de una gama pintoresca de Estados tercermundistas, flamantes naciones independientes y movimientos guerrilleros en actividad— llamándolos «hermanos». «En nombre de los pueblos de América», dijo que la causa que unía su región del mundo con la de ellos era «la aspiración común de derrotar al imperialismo». Advirtió que muchos de los presentes provenían de naciones que combatían el colonialismo a la antigua o se habían liberado recientemente de éste, mientras que Cuba había vencido la otra forma de imperialismo que dominaba las Américas: el neocolonialismo, la cooptación y explotación de los países subdesarrollados por medio del «capital monopolista». Para que esto no sucediera en las nuevas sociedades en formación, era «imperioso obtener el poder político y liquidar a las clases opresoras».

«No hay fronteras en esta lucha a muerte; no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo; una victoria de cualquier país sobre el imperialismo es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacionalismo proletario es no sólo un deber de los pueblos que luchan por asegurar un futuro mejor; además, es una necesidad insoslayable… Si no hubiera ningún otro factor de unión, el enemigo común debiera constituirlo».

Por consiguiente, argumentó, los países socialistas desarrollados tenían no sólo el «interés vital» sino también el «deber» de ayudar a concretar esa separación entre las nuevas naciones subdesarrolladas y el mundo capitalista. «De todo esto deber extraerse una conclusión —prosiguió—; el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación debe costar a los países socialistas. Lo decimos así, sin el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad, ni para la búsqueda fácil de una aproximación mayor al conjunto de los pueblos afroasiáticos; es una convicción profunda. No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construida el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».

Después de sentar las bases de su argumentación, el Che increpó duramente a los Estados socialistas desarrollados que hablaban de acuerdos comerciales de «beneficio mutuo» con los más pobres. «¿Cómo puede significar “beneficio mutuo”, vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente? Si establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial. Se puede argüir que el monto del intercambio con los países subdesarrollados constituye una parte insignificante del comercio exterior de estos países. Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral del cambio. Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores de Occidente».

Estaba claro para todos los presentes que el Che dirigía su ataque directamente contra Moscú, que junto con China tenía representantes en el foro. Si bien elogió a las dos naciones por comprarle azúcar a Cuba en términos ventajosos para ésta, añadió que era apenas el primer paso. Se debían fijar precios que permitieran el desarrollo real de las naciones pobres, y las potencias socialistas debían extender esa nueva concepción fraternal del comercio exterior a todas las naciones subdesarrolladas que iniciaban el camino hacia el socialismo.

No era la primera vez que el Che criticaba a los soviéticos por «especular» a la manera capitalista en su comercio con otras naciones en desarrollo —la élite revolucionaria de La Habana conocía muy bien sus puntos de vista—, pero sí era la primera vez que lo hacía abiertamente en un foro internacional. Con ello sobrepasaba consciente e intencionalmente los límites de lo permitido, con la evidente esperanza de hacerle sentir «vergüenza» a Moscú para obligarlo a actuar… y aún no había terminado.

Reclamó la formación de un «gran bloque compacto» de naciones que ayudara a otras a liberarse del imperialismo y de las estructuras económicas impuestas por éste. Los países socialistas poseedores de una industria bélica debían entregar armas «sin el menor costo y en las cantidades determinadas por sus necesidades y disponibilidad a los pueblos que las pidan».

Nuevamente hizo una pausa para elogiar a la Unión Soviética y a China por aplicar ese principio al otorgar ayuda militar a Cuba, pero a continuación volvió a fustigarlos. «Somos socialistas, y esto constituye la garantía del uso correcto de esas armas; pero no somos los únicos, y todos deben recibir el mismo trato». Destacó a los acosados norvietnamitas —cuyo país era blanco de bombardeos norteamericanos sistemáticos desde apenas dos semanas antes— y a los congoleños como pueblos dignos de recibir la «solidaridad incondicional» que exigía.

Por cierto que el discurso indignó a los soviéticos. Calificar al Kremlin de «cómplice del imperialismo» constituía una violación pasmosa del protocolo interno del bloque socialista. En vista de la ayuda financiera otorgada a Cuba, semejante discurso era una bofetada en la cara y una señal de la mayor ingratitud.

Durante los últimos tramos de la prolongada peregrinación del Che (de Argelia nuevamente a Egipto, antes de volar a Praga el 12 de marzo) los sucesos en el Congo parecían dar la razón a Soumaliot y Kabila cuando pedían premura en el cumplimiento de su promesa de enviarles instructores y armamentos cubanos. Los mercenarios blancos reunidos por Mike Hoare habían entrado en acción contra los rebeldes, conducían a las tropas del gobierno en asaltos por tierra y realizaban incursiones aéreas. Tomaron varios baluartes clave y apuntaron rápidamente al «territorio liberado» en la margen oriental del lago Tanganyika. Si Cuba pensaba participar en el conflicto congolés, el momento de actuar se acercaba a toda prisa.

Che Guevara
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