III
Entre 1929 y 1935, Paraguay y Bolivia libraron una cruenta guerra intermitente por el control del árido y solitario Chaco fronterizo.
Ernesto Guevara Lynch seguía la Guerra del Chaco en los periódicos y debido a sus amigos paraguayos de Misiones simpatizaba con su país. Llegó a decir que estaba «dispuesto a tomar las armas» para defender a Paraguay. Contagiado por el entusiasmo de su padre, el hijo mayor también empezó a seguir las noticias de la guerra. Guevara Lynch advirtió poco después que la guerra se había infiltrado entre los niños, que se dividían en paraguayos y bolivianos para jugar a la guerra.
Más adelante Guevara Lynch diría que la Guerra del Chaco influyó en la formación de la conciencia política de su hijo. Parece improbable, ya que al finalizar la guerra Ernesto tenía siete años. Pero el Che recordaría la pasión con que su padre seguía el conflicto, y cómo con afecto no exento de sorna relataba a sus amigos argentinos sus amenazas altisonantes de «irse» a la Guerra del Chaco. Para el hijo era la síntesis de una verdad triste y risueña a la vez: su padre, siempre lleno de buenas intenciones, se pasaba la vida elaborando planes que rara vez llevaba a la práctica.
Probablemente el primer suceso político que causó impresión en la conciencia de Ernesto Guevara fue la Guerra Civil española de 1936-1939. En efecto, era imposible sustraerse a su influencia. A partir de 1938, cuando el curso de la guerra se volvió a favor de los fascistas de Franco, grupos de refugiados republicanos empezaron a llegar a Alta Gracia.
Entre ellos estaban los cuatro niños González Aguilar, quienes llegaron con su madre. Su padre, Juan González Aguilar, jefe de sanidad de la Armada durante la República, había permanecido en su puesto, pero se reunió con ellos tras la caída de Barcelona en enero de 1939. Las dos familias, con hijos de aproximadamente las mismas edades que pasaban juntos las horas en que estaban exentos de clase de religión, entablaron rápidamente una estrecha amistad.
Y durante un tiempo los Guevara acogieron en su hogar a Carmen, la hermana mayor de Celia, y sus dos hijos, mientras el padre, el poeta y periodista comunista Cayetano «Policho» Córdova Iturburu, era corresponsal de guerra en España del diario porteño Crítica. Cuando llegaban cartas y despachos de Policho, Carmen los leía en voz alta al clan reunido y así les hizo llegar a la casa el impacto brutal de la guerra como no lo podía lograr artículo periodístico alguno.
En poco tiempo los Guevara se enrolaron en la apasionada campaña de apoyo a la República acosada. A principios de la década de los treinta, la política interior argentina difícilmente podía entusiasmar a izquierdistas como los Guevara. La Argentina había sido gobernada por una sucesión de regímenes militares conservadores en coaliciones ocasionales con distintas alas de la Unión Cívica Radical, el partido «liberal» tradicional, dividido y sumido en una oposición inoperante desde el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen en 1930. Pero la guerra por la República española, símbolo dramático de la resistencia frente a la amenaza creciente del fascismo internacional, sí podía despertar grandes pasiones.
Guevara Lynch fue uno de los fundadores del pequeño Comité de Ayuda a la República en Alta Gracia, parte de una red nacional de solidaridad con la España republicana. Se hizo amigo de los exiliados españoles. Admiraba especialmente al general Jurado, un héroe militar que había derrotado a las tropas de Franco y a sus aliados fascistas italianos en la batalla de Guadalajara y ahora se ganaba la vida como corredor de seguros de vida. Guevara Lynch lo invitaba a comer en su casa y con toda la familia escuchaba embelesado sus relatos sobre la guerra.
En un ambiente de solidaridad apasionada con la causa republicana española, Ernesto, que ya tenía diez años, se interesó profundamente por el conflicto. Llamó a la mascota de la familia, una perra schnauzer-pinscher, «Negrina» porque era negra y en honor de Negrín, presidente del gobierno de la República. Siguió los avatares de la guerra marcando con banderitas en un mapa las posiciones de los ejércitos republicano y fascista.
Tras la derrota de la República española comenzó la verdadera guerra europea. Consolidada la anexión de Austria y parte de Checoslovaquia con la firma del Pacto de Munich, en 1939 Adolf Hitler invadió Polonia. Gran Bretaña declaró la guerra a las potencias del Eje, señalando el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En Alta Gracia, como en todas partes, la gente se alineó con uno u otro bando.
Guevara Lynch volcó toda su energía en la Acción Argentina, un grupo de solidaridad con los aliados, y fundó una sección local en Alta Gracia. La familia Lozada le alquiló una oficina pequeña construida junto a la pared de piedra exterior del edificio de la misión jesuita con vista a la laguna Tajamar rodeada de sauces. Ernesto, que había cumplido once años, ingresó en el «ala juvenil» de Acción Argentina y poseía su propio carnet que, según su padre, «exhibía con orgullo».
Guevara Lynch viajaba por la provincia, hablaba en público e investigaba informes sobre una posible «infiltración nazi». Su grupo, temeroso de que los nazis decidieran invadir Argentina, observaba las actividades de la importante comunidad alemana en Córdoba. En cuanto al joven Ernesto, su padre dice: «Todo el tiempo que disponía fuera de sus estudios y juegos lo dedicaba a colaborar con nosotros».
En Córdoba les preocupaba especialmente la colonia alemana del valle de Calamuchita, cerca de Alta Gracia. A fines de 1939, después de atacar a buques británicos en el Atlántico, el averiado buque alemán Graf Von Spee, perseguido hasta el Río de la Plata, fue hundido por su capitán frente a Montevideo. Las autoridades argentinas decidieron «internar» a los oficiales y tripulantes en Córdoba.
El grupo de Guevara Lynch, que sospechaba de los marinos alemanes internados, los espiaba y, según las memorias de éste, los vio realizar instrucción militar con fusiles de madera. En otra ocasión detectaron unos camiones que se dirigían al valle presuntamente transportando armas desde Bolivia. Sospechaban que el propietario alemán de un hotel en otra localidad encubría a un grupo de espías nazis que se comunicaba clandestinamente con Berlín por radio, pero debido al fuerte dispositivo de seguridad no pudieron obtener informes precisos.
Los informes de Guevara Lynch sobre estas misiones despiertan en el lector una ineludible sensación de hallarse ante una personalidad del tipo de Walter Mitty.[0] Anhelaba llevar una vida intrépida y aventurera, pero estaba condenado a vivir casi siempre en la periferia de los grandes sucesos de su tiempo. Había anunciado a los cuatro vientos que estaba dispuesto a combatir por Paraguay, pero no lo hizo. La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial le brindaron nuevas causas por las cuales militar, y más adelante lo haría por otras, pero siempre desde fuera. Y al fin y al cabo no se lo recordaría por esas actividades, sino por haber sido el padre de Ernesto Che Guevara.
Entretanto, convencidos de haber descubierto indicios de una floreciente red clandestina nazi en Córdoba, Guevara Lynch y sus camaradas enviaron un informe detallado a la sede de Acción Argentina en Buenos Aires; esperaban que el gobierno proaliado del presidente Roberto Ortiz reaccionaría al instante. Pero en 1940, quebrantada su salud, Ortiz fue reemplazado por su astuto y corrupto vicepresidente, Ramón Castillo. Éste expresaba fuertes tendencias pronazis y, según Guevara Lynch, no tomó medidas sustanciales contra la red nazi.
La posición ambigua de la Argentina durante la guerra —oficialmente neutral hasta la víspera de la derrota de Alemania en 1945— se debía tanto a sus intereses económicos como a las importantes tendencias partidarias del Eje entre las fuerzas políticas y militares. El bloqueo aliado de Europa devastó la economía argentina, que dependía tradicionalmente del viejo continente y en especial de Gran Bretaña para colocar sus carnes, cereales y otros productos agrícolas. A cambio de su apoyo a los aliados, el gobierno de Ortiz pidió garantías para exportar sus excedentes a la emergente superpotencia norteamericana, su mayor proveedora de bienes manufacturados. Pero la incapacidad de Ortiz para obtener un «trato justo» ayudó a instaurar el régimen pro Eje de Castillo. Los ultranacionalistas argentinos veían en la ascendente Alemania un mercado en potencia para sus exportaciones y un proveedor militar para sus fuerzas armadas.