III

El 26 de julio, para festejar el segundo aniversario del asalto al Moncada, Fidel organizó un acto en el Parque de Chapultepec, en el que él mismo y otros exiliados latinoamericanos pronunciaron discursos. Después se reunieron en una casa donde Fidel preparó uno de sus platos predilectos, spaghetti alla vongole.

Durante la cena, Ernesto se mostró muy callado. Al advertirlo, Fidel exclamó: «¿¡Oye, Che! Estás muy callado? ¿Es porque tu controladora está presente?» Se refería a Hilda. Ella comentó que «evidentemente, Fidel sabía que pensábamos casarnos; de ahí la broma. Entonces me di cuenta de que conversaban mucho. Yo sabía muy bien que cuando Ernesto estaba a sus anchas era muy hablador; le encantaban las discusiones. Pero cuando había mucha gente se mostraba introvertido».

Hilda interpretó el silencio de Ernesto como una meditación sobre la magnitud del emprendimiento en que se había embarcado, pero este comentario tiene el tono inconfundible de un mito post factum. Parece mucho más probable que ponderara el dilema en que se había metido con ella. Estaba resuelto a casarse —después de todo, así lo exigía el honor—, pero en su diario íntimo escribió: «Para otro tipo la cosa sería trascendental; para mí es un episodio incómodo. Voy a tener un hijo y me casaré con Hilda en estos días. La cosa tuvo momentos dramáticos para ella y pesados para mí, al final se sale con la suya, según yo, por poco tiempo, ella tiene la esperanza de que sea para toda la vida».

Ciertamente, para un hombre que siempre había rechazado las ataduras familiares y que por fin había encontrado una causa y un líder a quien seguir, la perspectiva no podía ser más inoportuna. No obstante, aceptó la realidad y el 18 de agosto se casó con Hilda en el registro civil de Tepotzotlán, un pueblo en las afueras de la capital. Los testigos fueron Lucila Velásquez, Jesús Montané Oropesa, un contable menudo y de orejas grandes (y miembro del flamante Directorio Nacional del Movimiento) que acababa de llegar de La Habana y era el tesorero de Fidel, y dos colegas de Ernesto del Hospital General. Raúl Castro asistió a la ceremonia, pero por orden de Fidel de mantener una presencia discreta, no firmó el acta. Fidel, quien sospechaba que la policía secreta de Batista y el FBI norteamericano vigilaban sus movimientos, no asistió por razones de seguridad, pero sí fue a la fiesta posterior, en la que Ernesto preparó un asado argentino.

Después de la boda, Ernesto e Hilda dejaron el apartamento de Lucila y alquilaron otro en un edificio Art Déco de cinco pisos en la calle Nápoles del barrio Colonia Juárez. Sólo entonces comunicaron la noticia a sus respectivos padres. «Mis padres nos regañaron por no haberles avisado para que pudieran asistir a la boda —escribió Hilda—. Nos enviaron un giro bancario por quinientos dólares como regalo de bodas, pidieron que enviáramos fotografías y mamá pidió que nos casáramos por la Iglesia y dijo que le enviáramos la fecha exacta para que pudiera enviar participaciones a nuestros amigos de allá».

Ernesto respondió a sus flamantes suegros con una carta cuya mezcla de franqueza y picardía seguramente provocó algún desconcierto entre los Gadea, una familia de clase media. «Queridos suegros: Me imagino la sorpresa que habrá sido para ustedes recibir esa bomba tan explosiva y comprendo la cantidad de interrogantes que habrá provocado. Tienen ustedes razón en quejarse de que no hayamos informado de nuestro matrimonio en el momento en que lo efectuamos. Nos pareció más prudente hacerlo así dada la cantidad de dificultades con que tropezamos y el no haber creído nunca que tan pronto tendríamos un hijo…

»Les agradezco mucho todas las manifestaciones de cariño expresadas por ustedes que me consta son sinceras, la conozco a Hilda el tiempo suficiente como para conocer en cierta manera a la familia. Trataré de merecerlo en todo momento. Les agradezco también por lo que a mí me toca el “pequeño” regalo; creo que han hecho más que suficiente y no se deben molestar ya. Si bien no tenemos una posición económica holgada, lo que ganamos Hilda y yo nos alcanza para mantener nuestra casa decorosamente…

»Con esto creo contestar la cariñosa carta de ustedes; para agregar algo debo contarles nuestros planes futuros con Hilda; esperaremos que nazca “Don Ernesto” (si no es varón se arma lío), luego estudiaremos dos propuestas en firme que tengo yo, una para Cuba y otra una beca a Francia, adaptándolas a las posibilidades de traslado de Hilda. Nuestra vida errante no ha acabado todavía y antes de establecernos definitivamente en Perú, país al que admiro en muchos aspectos, o Argentina queremos conocer algo de Europa y dos países apasionantes como son la India y China; particularmente me interesa a mí la Nueva China, por estar acorde con mis ideales políticos y espero que pronto, o no muy pronto pero algún día, después de conocer aquéllos y algún otro país auténticamente democrático, Hilda piense como yo.

»Nuestra vida matrimonial no será probablemente igual a la que ustedes llevaron; Hilda trabaja 8 horas diarias y yo, aunque algo irregulares, alrededor de 12, pues me dedico a la investigación, que es la rama más ardua (y peor pagada) de la medicina. Sin embargo, hemos acoplado nuestros sistemas de vida de forma de hacerlos un todo armónico y hemos convertido nuestro hogar en una libre asociación de dos seres iguales (por cierto señora, la cocina de Hilda es lo peor de la casa, ya sea en orden, limpieza o alimentación; lo más triste)… Yo sólo puedo decir que es tal como he vivido casi toda mi vida, pues mi mamá cojea del mismo pie, y para mí la casa desarregladona y la comida medio sosa, junto con mi compañera muy saladita, y sobre todo muy compañera, es el ideal de mi vida.

»Espero ser recibido en la familia como un hermano que hace mucho camina por la misma senda y hacia un mismo destino, o por lo menos que mis rarezas de carácter (que son muchas) se vean disimuladas por el cariño sin condiciones que me tiene Hilda, que es el que yo tengo por ella.

»Reciban en el seno de la familia el filial y fraterno abrazo de este todavía desconocido componente. Ernesto».

Frente a su propia familia Ernesto restó importancia a su casamiento e inminente paternidad, mencionándolos al final de una carta que escribió el 24 de septiembre a su madre. La carta trataba sobre todo de su reacción ante el golpe de Estado militar que había derrocado a Perón cuatro días antes. «Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos,[23] Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte».

Después de vaticinar que su patria sufriría nuevas divisiones sociales y mayor violencia política, dedicó algunos párrafos a sus propias novedades: «Quién sabe qué será mientras tanto de tu hijo andariego. Tal vez haya resuelto sentar sus reales en la tierra natal (única posible) o iniciar una jornada de verdadera lucha…

»Tal vez alguna bala de esas tan profusas en el Caribe acaben con mi existencia (no es una baladronada, pero tampoco una posibilidad concreta, es que las balas caminan mucho en estos lares), tal vez, simplemente siga de vagabundo el tiempo necesario para acabar una preparación sólida y darme los gustos que me adjudiqué dentro del programa de mi vida, antes de dedicarla seriamente a perseguir mi ideal. Las cosas caminan con una rapidez tremenda y nadie puede predecir dónde ni por qué causa estará al año siguiente».

Casi como posdata, añadió: «No sé si han recibido la noticia protocolar de mi casamiento y la llegada del heredero… Si no es así, te comunico la nueva oficialmente, para que la repartas entre la gente; me casé con Hilda Gadea y tendremos un hijo dentro de un tiempo…»

Por aquella época, la salud de María, una anciana asmática a quien Ernesto había tratado durante el año anterior, empeoró bruscamente. A pesar de todos sus esfuerzos, murió asfixiada por el asma. Él estaba junto a su lecho cuando exhaló el último suspiro. Fruto de esa vivencia, expresó en un poema toda su furia por el abandono social que, en su opinión, había provocado esa muerte.

En «Vieja María, vas a morir», la moribunda representa todas las vidas pobres, despilfarradas, de América Latina. Para Ernesto, era la vieja de Valparaíso, la pareja fugitiva de Chuquicamata, los humillados indios peruanos.

… pobre vieja María.

¡No, no lo hagas!

No ores al dios indolente que toda

una vida mintió tu esperanza

ni pidas clemencia a la muerte,

tu vida fue horriblemente vestida de hambre,

acaba vestida de asma.

Pero quiero anunciarte,

en voz baja y viril de las esperanzas,

la más roja y viril de las venganzas

quiero jurarlo por la exacta

dimensión de mis ideales.

Toma esta mano de hombre que parece de niño

entre las tuyas pulidas por el jabón amarillo,

restriega los callos duros y los nudillos puros

en la suave vergüenza de mis manos de médico.

Descansa en paz, vieja María,

descansa en paz, vieja luchadora,

tus nietos todos vivirán la aurora.

Che Guevara
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