IX
El Che permaneció oculto hasta los últimos días de su estancia en Cuba. Aparte de Fidel, los hombres en el campamento de instrucción y un puñado de dirigentes revolucionarios, Orlando Borrego era uno de los muy pocos que estaban al tanto de su presencia. Aún no había cumplido treinta años, era ministro del Azúcar, pero ardía en deseos de acompañarlo al frente de guerra. Enterado de que habían escogido a su segundo, Jesús Suárez Gayol, para ir a Bolivia, Borrego dijo que él también quería ir. El Che rechazó su petición, pero prometió que lo mandaría llamar en una etapa más avanzada, cuando la revolución estuviera más consolidada.
El Che tenía otros motivos para que su protegido permaneciera en Cuba. Después de uno de sus encuentros clandestinos con el Che en el exterior, Aleida había regresado con un presente especial para Borrego. Era la edición subrayada por el Che de Economía política, el manual oficial soviético de la era estalinista para la «recta» interpretación de las enseñanzas de Marx, Engels y Lenin y su aplicación en la construcción de una sociedad socialista. La acompañaba un grueso bloc de hojas con anotaciones y comentarios, muchos de los cuales criticaban o ponían en duda ciertos principios fundamentales del «socialismo científico» tal como estaba codificado en la Unión Soviética. También había un esbozo teórico del «sistema financiero presupuestario» que consideraba preferible a las teorías que seguían la línea moscovita. Su idea era redactar un nuevo manual de economía adaptado a los tiempos modernos para uso de las naciones en desarrollo y las sociedades revolucionarias del Tercer Mundo. Además quería exponer su teoría económica en forma de libro. Sabía que no tendría tiempo para completar esos proyectos y, al enviárselos a Borrego, le encomendaba implícitamente esa tarea.
Con el paquete iba una carta dirigida a Borrego por su apodo de «Vinagreta». Con referencia al material que le enviaba por intermedio de «Tormenta» (una alusión burlona a Aleida), el Che le pedía que hiciera «lo mejor que puedas» con él. También le recomendaba fuera «paciente» con respecto a Bolivia, pero que estuviera «preparado para la segunda etapa».
En su crítica del manual estalinista, el Che señaló que aparte de unos cuantos escritos de Stalin y Mao, era poco lo que se había hecho después de Lenin para actualizar las apreciaciones del marxismo. Lenin, que en la década de 1920 había introducido formas de competencia capitalista para provocar el despegue de la economía soviética, era «culpable» de muchos errores, dijo el Che, y aunque reiteró su «admiración y respeto por ese culpable», advirtió en letras de molde que la Unión Soviética y el bloque soviético estaban condenados a «regresar al capitalismo».
En medio de su estupor, Borrego pensó: «El Che es demasiado audaz; ¡esto es una herejía!» En ese momento pensó que el Che iba demasiado lejos y que su vaticinio funesto no se cumpliría. Desde luego, el tiempo daría la razón al Che.[*]
Según lo entendió Borrego, el Che esperaba que algún día esos escritos saldrían a la luz. «Aunque comprendiera que el camino que proponía no se podía implantar aquí por varias razones, probablemente esperaba poner algo en marcha y probarlo si tomaba el poder en Bolivia o alguno de esos países». En la Cuba cada vez más sovietizada de los años siguientes, Borrego nunca encontró el «momento oportuno» para pedir que se publicaran los escritos del Che. Se dice que aún hoy Fidel los considera un material muy delicado para autorizar su publicación.[121]
Durante la estancia del Che en el Congo y Praga, Borrego y Enrique Oltuski habían trabajado arduamente durante meses para editar las «obras escogidas». Finalmente compilaron una edición de siete tomos llamada El Che en la revolución cubana que incluía La guerra de guerrillas, Pasajes de la guerra revolucionaria, discursos y una selección de cartas y artículos inéditos. El Che quedó sorprendido y encantado al ver el producto final, pero los hojeó y dijo con la sorna que lo caracterizaba: «Hicieron un verdadero popurrí».
Borrego hizo imprimir doscientos ejemplares y entregó el primero de todos a Fidel, pero el público cubano no llegó a conocerlos. Los libros fueron enviados a los dirigentes revolucionarios y a una lista de individuos preparada por el Che poco antes de partir de Cuba. Al final sólo se entregó un centenar; los demás quedaron almacenados en un depósito.