V
El Che pasó el resto de abril en marcha constante. Junto con algunos pilotos que se habían pasado al bando rebelde, buscó un buen lugar donde construir una pista aérea y lo halló cerca de La Plata; dejó a varios hombres encargados de limpiar la maleza y cavar un túnel donde ocultar los aviones de abastecimiento. Inspeccionaba las obras de construcción de la escuela para reclutas en Minas del Frío y se reunía con Fidel a intervalos de algunos días.
Tanto en Cuba como en el exterior, los grupos de oposición a Batista maniobraban con ahínco. Con todo, el debilitamiento patente del régimen batistiano, lejos de impulsarlos a buscar la unidad, provocaba una sucesión de maniobras políticas incesantes. Dada la prominencia y la autoridad moral de Fidel Castro y su banda rebelde, los demás grupos se dedicaban a un juego bizantino: le proponían alianzas con el fin de ganar sus favores a la vez que trataban de socavarlo y obtener el apoyo destinado a él. Justo Carrillo, dirigente exiliado de una frustrada sublevación militar en 1956 que aún tenía fuertes vínculos con elementos del ejército cubano, le ofreció apoyo militar si Fidel «elogiaba» a las fuerzas armadas. Si bien Fidel quería poner de su parte a sectores de éstas, comprendió que se trataba de una maniobra peligrosa. Un golpe militar de Carrillo y su cómplice en la conspiración, el coronel Ramón Barquín, que aún estaba en la cárcel, probablemente atraería a la comunidad empresarial cubana, los partidos políticos tradicionales y Washington. Entonces Carrillo podría traicionar fácilmente a Fidel.
Con todo, la mayor amenaza contra su poder probablemente se encontraba en el seno de su propio Movimiento 26 de Julio, y el 1 de mayo convocó a los dirigentes del Directorio Nacional a los Altos de Mompié. El vergonzoso fracaso de la huelga general le daba el arma que necesitaba para actuar contra los dirigentes del llano, y se apresuró a utilizarla. El Che desempeñó un papel clave en la dramática confrontación del 3 de mayo.
«Yo hago un pequeño análisis de la situación planteando la realidad de dos políticas antagónicas, la de la Sierra y la del Llano, la vigencia de la política de la Sierra y nuestra razón al temer por la suerte de la huelga», escribió en su diario. Fustigó el sectarismo de los dirigentes del llano al impedir la participación del PSP, que había condenado a la huelga al fracaso. «Opiné que la mayor responsabilidad recaía sobre el responsable obrero, sobre el máximo dirigente de las brigadas [las milicias del llano] y sobre el jefe de La Habana, es decir Mario [David Salvador], Daniel y Faustino. De modo que debían renunciar».
Después de un debate acalorado que duró hasta entrada la noche, Fidel sometió a votación la propuesta del Che, que ganó por mayoría. El resultado fue una reestructuración global de la dirección del llano. Faustino, Daniel y David Salvador fueron relevados de sus puestos y transferidos a la Sierra Maestra. El cambio más importante fue el traslado del Directorio Nacional a la sierra. A partir de entonces, Fidel era «secretario general», la autoridad suprema en materia de relaciones exteriores y abastecimiento de armas, además de «comandante en jefe» de la red nacional de milicias clandestinas. Un secretariado de cinco miembros, subordinado a él, se ocuparía de las finanzas, los asuntos políticos y los problemas obreros. El local del 26 de Julio en Santiago, hasta entonces la sede del movimiento en Oriente, quedó relegado al papel de una «delegación» subordinada al secretario general.
A fines de 1964, el Che escribió el artículo «Una reunión decisiva» para la revista de las fuerzas armadas Verde Olivo en el que sintetizó los sucesos de ese día crucial en la carrera de Fidel Castro: «En esa reunión se tomaron decisiones en las que primó la autoridad moral de Fidel, su indiscutible prestigio y el convencimiento de la mayoría de los revolucionarios allí presentes de los errores de apreciación cometidos… Pero lo más importante, es que se analizaban y juzgaban dos concepciones que estuvieron en pugna durante toda la etapa anterior de conducción de la guerra. La concepción guerrillera saldría de allí triunfante, consolidado el prestigio y la autoridad de Fidel… Surgía ya una sola capacidad dirigente, la de la Sierra, y, concretamente, un dirigente único, un comandante en jefe, Fidel Castro».[*]
Si el caudillismo de Fidel preocupaba a alguien, a partir de entonces se volvió una cuestión discutible. El problema jamás había quitado el sueño al Che. Él siempre había pensado en la revolución verdadera y considerado que ésta requería un hombre fuerte. A partir de entonces, el camino estaba despejado.
Tuvo poco tiempo para saborear la victoria. El ejército ya realizaba los primeros movimientos de su ofensiva estival al apostar tropas en los flancos de las montañas y reforzar los cuarteles de la costa. Había que planificar las emboscadas, cavar las trincheras, trazar rutas de abastecimiento y retirada, todo en el marco de un plan de acción coordinado. Hacia el oeste, en las colinas en torno al monte Caracas, Crescencio Pérez tendría que defender la línea con sus «grupos pequeños y mal armados», mientras que en el este correspondería a Ramiro Valdés defender el territorio en torno a La Botella y La Mesa. Una pesada responsabilidad recaía sobre los hombros del Che, quien desplegaba una actividad febril para cumplir con ella. «Este pequeño territorio debería defenderse con no muchos más de doscientos fusiles útiles, cuando pocos días después comenzara la ofensiva de “cerco y aniquilamiento” del ejército de Batista».