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En Buenos Aires, los Guevara festejaban el Año Nuevo cuando escucharon el boletín noticiero sobre la fuga de Batista. Exactamente dos años después de que una mano misteriosa entregara la carta de Teté con la confirmación de que estaba vivo, los Guevara tenían nuevos motivos para el júbilo: las agencias internacionales informaban de que las columnas rebeldes conducidas por el Che Guevara y Camilo Cienfuegos avanzaban sobre La Habana.
El júbilo resultó efímero. Como recordó su padre, «en nuestra casa aún no habíamos bajado las copas brindando por la caída de Batista, cuando llegó una noticia terrible. Ernesto había caído fatalmente herido en la toma de la capital cubana». Nuevamente, Guevara Lynch hizo desesperadas averiguaciones para confirmar la noticia, y pasaron dos horas de angustia antes de que el representante del 26 de Julio en Buenos Aires llamara para anunciar que el informe era falso. «Festejamos esa noche el Año Nuevo con la alegría de saber que Ernesto vivía y estaba al frente del cuartel de La Cabaña en La Habana», escribió su padre.
La comitiva del Che llegó a la gran fortaleza colonial española poco antes del amanecer del 3 de enero. Su regimiento de tres mil efectivos, que ya se había rendido a los milicianos del 26 de Julio, lo esperaba en formación. Se dirigió a los soldados en términos condescendientes, calificándolos de «ejército colonial» capaz de enseñar a los rebeldes «a marchar», mientras que los guerrilleros podían enseñarles «a combatir». A continuación se instaló con Aleida en la casa del comandante, contigua a los contrafuertes de piedra que dominaban la capital.
El día antes, Camilo se había presentado en la sede del estado mayor en Campo Columbia, al otro lado de la ciudad, para arrebatar el mando del coronel Ramón Barquín; el general Cantillo estaba detenido. Fidel había realizado su entrada triunfal en Santiago. Ante las multitudes que lo aclamaban, declaró a la ciudad «capital» provisional de Cuba y proclamó a Manuel Urrutia, quien acababa de llegar de Venezuela, presidente de la nación.
Para Carlos Franqui, que acompañaba a Fidel, era incomprensible que relegaran al Che a La Cabaña. «Recuerdo que medité largamente las razones de esta orden de Fidel: Campo Columbia era el corazón y el alma de la tiranía y el poder militar… El Che había tomado el tren blindado y la ciudad de Santa Clara, era la segunda figura en importancia de la Revolución. ¿Qué motivos tenía Fidel para enviarlo a La Cabaña, una posición secundaria?»
Sin duda, Fidel le había reservado esa posición menos visible porque no lo quería en el centro de la escena. Para el régimen derrotado, sus partidarios y Washington, el Che era el temible «comunista internacional», y otorgarle una posición destacada desde el comienzo sólo traería problemas. En cambio el jocoso Camilo, apuesto jugador de béisbol, donjuán con gran sombrero de ala ancha, era cubano, se había convertido en una leyenda popular y, que se supiera, no era comunista. A él le correspondía el centro de la escena.
Fidel necesitaba que el Che se ocupara de la tarea indispensable de purgar el antiguo ejército y que consolidara la victoria mediante la aplicación de la justicia revolucionaria a los traidores, chivatos y criminales de guerra batistianos. Así como su hermano Raúl, el otro extremista, permanecería en Oriente —donde Fidel lo había designado gobernador militar—, el Che debía asegurar el cumplimiento de esa tarea en La Habana.