II
La «delegación» del Che era tan pequeña como ecléctica. Lo acompañaban su asesor del PSP, Pancho García Vals, el economista y especialista en azúcar Alfredo Menéndez, el capitán del Ejército Rebelde Omar Fernández y un escolta adolescente, el teniente José Argudín. El decano del grupo era el doctor Salvador Vilaseca, de cincuenta y cinco años, profesor de matemáticas en la Universidad de La Habana y miembro del directorio del Banfaic, el banco de desarrollo agrícola, presidido por Javier Carrillo. Unas semanas después, a instancias de Fidel, se les unió en Nueva Delhi el conocido politólogo y comentarista de radio José Pardo Llada, quien tenía una gran audiencia en la isla.
Las escalas principales eran Egipto, la India, Indonesia, Yugoslavia y Ceilán, miembros clave del Pacto de Bandung con los cuales Cuba quería establecer relaciones diplomáticas y, más importante aún, comerciales. La excepción, que aun así ocupaba un lugar destacado en el itinerario, era Japón, un importante importador de azúcar además de un país altamente industrializado. Faltaba poco para la promulgación de la ley de reforma agrícola que, como sabían tanto Fidel como el Che, suscitaría la hostilidad de los terratenientes cubanos y Washington; de ahí la necesidad de explorar mercados alternativos para el azúcar cubano.
La decisión de Fidel de sumar a Pardo Llada a la caravana era algo insólita por cuanto el Che y el periodista de derechas no se profesaban gran estima. Se habían visto una sola vez, en enero, cuando Pardo Llada fue a La Cabaña a interesarse por la suerte de su amigo Ernesto de la Fé, exministro de Información de Batista. El Che le dijo que no podía hacer nada por él; el caso de De la Fé estaba en manos de los tribunales revolucionarios y abundaban las pruebas en su contra. Según Pardo Llada, el Che puso fin a la conversación al decirle: «Y para serle franco, si por mí fuera, mañana lo mandaba fusilar».
Pero el caso se había prolongado y los medios cubanos le daban mucho espacio. Los periodistas habían interrogado al Che sobre el particular durante su conferencia de prensa televisada del 28 de abril, y él había aprovechado la ocasión para agravar la situación procesal de De la Fé al señalar que en el momento de su detención el exministro tenía en sus manos varias copias de expedientes del BRAC, el tristemente célebre buró anticomunista policial creado por la CIA. Orlando Borrego dijo que la impotencia que sintió el Che cuando Fidel le ordenó poner fin a los tribunales revolucionarios se debió en buena medida a la imposibilidad de «cerrar» el caso De la Fé.
Pardo Llada le dijo a Fidel que no comprendía por qué lo enviaban en una misión comercial: era periodista y no sabía nada sobre comercio. Pero Fidel respondió: «El Che tampoco sabe de eso, pero todo es cuestión de sentido común. ¿Acaso tú crees que yo también sé gobernar? Aquí todos estamos aprendiendo». En vista del precedente sentado por Fidel al rodearse de «burgueses de derecha» para su viaje a Estados Unidos, la inclusión de Pardo Llada en la comitiva respondía a una pauta establecida; nada mejor que enviar a un anticomunista influyente junto con el Che para serenar a sus compatriotas del mismo parecer y convencerlos de la benignidad de la misión. Pero Fidel tenía otros motivos. Pardo Llada era un hombre inteligente, respetado como periodista y como expolítico opositor; su programa diario de radio tenía una audiencia enorme en la isla; en suma, sería un factor peligroso en la ruptura inevitable que se avecinaba y por eso debían encontrarle un puesto donde no constituyera una amenaza.
En todo caso, Pardo Llada partió hacia Nueva Delhi con la sospecha de que se trataba de alejarlos al Che y él mismo del centro de poder; se lo dijo al Che, quien no intentó sacarlo de su error. Pero era a Pardo, no al Che, a quien Fidel deseaba tentar con el exilio. El segundo día en Nueva Delhi, el Che le propuso tentativamente —por orden de Fidel, dijo— permanecer en la India como embajador. Pardo se negó terminantemente a estudiar siquiera la oferta, y el Che, con tacto, se abstuvo de insistir.
Permaneció a regañadientes con la misión del Che durante varias semanas, las que abarcaron las visitas a Japón e Indonesia, pero por lo que pudo ver, tanto viaje no dio beneficio alguno: no vendieron azúcar cubano ni compraron nada. A principios de agosto, cuando la delegación enfiló hacia el oeste, hacia Ceilán y Yugoslavia, Pardo Llada decidió que estaba harto y dijo al Che que volvería a casa.
«¿Y no será —dijo el Che— que no te quieres comprometer visitando un país comunista como Yugoslavia?» Pardo rechazó la insinuación e insistió en su sospecha de que Fidel los había enviado a una suerte de exilio peripatético. El Che, como oficial del ejército, no podía desobedecer una orden, pero él era un ciudadano particular con libertad para tomar sus propias decisiones y había resuelto abandonarlos.
Pardo Llada se separó de la comitiva en Singapur, y aceptó llevar unas cartas del Che a Aleida y Fidel. Al llegar a La Habana, dejó la carta para Aleida en el nuevo hogar de los Guevara, en las afueras de la capital, y a continuación se dirigió a la oficina de Fidel en el nuevo edificio del INRA, que dominaba el gran centro cívico bautizado en los últimos tiempos Plaza de la Revolución. Fidel hizo algunas preguntas sobre el viaje y la salud del Che, luego desplegó la carta de dos hojas y la leyó lentamente. Sin decir palabra, entregó a Pardo una de las hojas, señalando un pasaje con el dedo. Éste lo leyó y releyó para memorizar las palabras del Che:
Fidel:
… Aprovecho el rápido e inesperado regreso de tu amigo Pardito, para enviarte ésta. A propósito de Pardo, ya ves cómo no quiso aceptar la embajada en la India. Y ahora parece que tampoco se animó para seguirnos a Yugoslavia. Sus motivos tendrá. He discutido mucho durante estos dos meses con él, y te puedo asegurar que Pardito no es de los nuestros…
Pardo piensa que Fidel mostró una «perversa satisfacción» al permitirle leer el pasaje, y cuando devolvió la hoja se limitó a comentar: «Como que el Che no te quiere mucho».
Pardo Llada y el Che volverían a encontrarse en varias ocasiones, de nuevo a causa de un amigo de aquél que se había malquistado con la revolución. Pero ese problema —y el via crucis del propio Pardo Llada— aún eran cosa del futuro. El periodista reanudó su trabajo como comentarista de radio, cada vez más preocupado por el rumbo político del país. Mientras tanto, la «misión comercial» del Che proseguía su deambular aparentemente infructífero por Asia, el norte de África y Europa.