V
Durante el curso escolar de 1945, Ernesto empezó a mostrar una mayor seriedad. Ese año hizo su primer curso de filosofía, materia que captó su interés como lo demuestran sus calificaciones de «muy bueno» y «sobresaliente». Empezó a escribir su propio «diccionario filosófico».
Su primer cuaderno manuscrito, de ciento sesenta y cinco páginas, estaba organizado por orden alfabético con minuciosas referencias de número de página, tema y autor. Comprende biografías breves de pensadores famosos y una amplia variedad de citas sobre conceptos tales como el amor, la inmortalidad, la histeria, la moral sexual, la fe, la justicia, la muerte, Dios, el diablo, la fantasía, la razón, la neurosis, el narcisismo y la moral.
Es evidente que no desdeñaba ninguna de las fuentes disponibles. Sus citas sobre el marxismo provienen de Mein Kampf e incluyen pasajes en los que Hitler revela su obsesión por una conspiración judeomarxista. Los esbozos biográficos de Buda y Aristóteles provienen de la Breve historia universal de H. G. Wells; su fuente sobre el amor, el patriotismo y la moral sexual fue La vieja y la nueva moral sexual de Bertrand Russell. Fascinado por las teorías de Sigmund Freud, Ernesto cita de la Teoría general de la memoria una variedad de temas que van del sueño a la libido y del narcisismo al complejo de Edipo. Otras fuentes son Jack London sobre la sociedad, Nietzsche sobre la muerte y, en cuanto al revisionismo y el reformismo, tomó las definiciones de un libro de su tío Cayetano Córdova Iturburu.
Éste fue el primero de una serie de siete cuadernos escritos a lo largo de diez años. A medida que profundizaba sus estudios y sus intereses se volvían más concretos, nuevos apuntes reemplazaban a los anteriores. Los cuadernos posteriores revelan sus lecturas de Jawaharlal Nehru y también su gran interés por el marxismo, ya no con citas de Hitler sino de Marx, Engels y Lenin.
En cuanto a ficción, empezaba a leer obras con un cierto contenido social. Su amigo Osvaldo Bidinosd Payer dice que para Ernesto Guevara todo empezó con la literatura. En esa época, Ernesto y él leían las mismas novelas de autores como Faulkner, Kafka, Camus y Sartre. Ernesto leía a los poetas republicanos españoles García Lorca, Machado y Alberti y las traducciones de Walt Whitman y Robert Frost, pero su poeta preferido seguía siendo Pablo Neruda.
Bidinosd no tardó en descubrir que Ernesto ya había ahondado en la literatura latinoamericana a través de autores tales como Ciro Alegría, Jorge Icaza, Rubén Darío y Miguel Ángel Asturias. Sus novelas y poesías eran con frecuencia las primeras que trataban temas latinoamericanos —como la desigualdad y la marginación a la que eran sometidos los indios y mestizos—, ignorados por la literatura de moda y desconocidos por el medio social de Ernesto. Bidinosd cree que esas lecturas le permitieron a Ernesto vislumbrar la sociedad en la que vivía, pero que desconocía por experiencia propia. «Fue como un vistazo previo de lo que quería experimentar, y objetivamente lo que lo rodeaba era América Latina, no Europa ni Wyoming».
La otra gran influencia en la formación social de Ernesto fue su madre Celia. Tal como había sucedido con los amigos de Ernesto en Alta Gracia, Bidinosd fue seducido por la informalidad igualitaria que reinaba en el hogar de los Guevara y por Celia madre. Pensaba que en ese hogar se hacía un culto de la creatividad y de lo que él llama «el descubrimiento del mundo por la puerta de servicio», ya que Celia recogía toda clase de gente pintoresca, independientemente de su origen social, y la llevaba a su casa. En aquel hogar conoció a pintores itinerantes que trabajaban de lustrabotas, a errabundos poetas y profesores ecuatorianos que permanecían ahí durante una semana o un mes, según el hambre que tuvieran. «Era un zoológico humano fascinante».
Mientras Celia presidía su salón con visitas permanentes, el padre de Ernesto iba y venía en una vieja motocicleta que llamaba La Pedorra debido al ruido flatulento que producía el tubo de escape. Celia y él vivían bajo el mismo techo, pero estaban distanciados y sus vidas seguían rumbos diferentes.
Otro joven cordobés atrapado por el hechizo de los Guevara fue Roberto «Beto» Ahumada, condiscípulo de Roberto, un hermano de Ernesto. Ahumada recuerda que en muchas ocasiones, invitado a cenar por Roberto, la familia dividía la comida preparada en porciones menores para incluirlo. «Nadie estaba preocupado por comer un poco menos a raíz de la idea de uno de los chicos de traer a sus amigos. Y traía los que quería y a nadie le importaba».
No es de extrañar que en una casa tan ajetreada, repleta de niños, huéspedes itinerantes y conversaciones, Ernesto tuviera dificultad para concentrarse en la lectura o el estudio. Adquirió el hábito de leer en el baño durante horas y lo conservó durante el resto de su vida.
Un día, un viejo amigo de la pandilla infantil llamado Enrique Martín se tropezó inesperadamente con Ernesto en Alta Gracia. Enrique se sorprendió, puesto que era un día de semana en plena época de clases. Ernesto le hizo jurar que guardaría el secreto y dijo que había alquilado una pequeña habitación en el Hotel Cecil, cerca de la estación de autobús, donde nadie lo conocía. «Estoy acá porque me he aislado de todos», dijo.
A Enrique Martín no se le ocurrió preguntar por qué quería estar solo, pero guardó lealmente el secreto de su amigo durante años. Fuese para estudiar y pensar o para encontrarse con una de las criadas promiscuas de Alta Gracia, lo cierto es que aquél no era el sujeto extrovertido y travieso a quien llamaban el Loco, el Chancho o el Pelao en la escuela y el campo de rugby, sino un joven notablemente reservado que anhelaba aislarse.