II

El segundo día de marcha hacia la granja donde se reuniría el Directorio Nacional, cuando los rebeldes se sentaban a comer un guiso de chivo preparado por una familia negra simpatizante, reapareció el Gallego Morán. Justificó su desaparición con un pretexto que no convenció a nadie: al salir en busca de alimentos, había visto al traidor Eutimio Guerra. Pero luego lo perdió de vista y no pudo hallar el camino de regreso al campamento. El Che observó en su diario: «La verdad de la actitud del Gallego es muy difícil saberla, pero para mí se trata simplemente de una deserción frustrada… Aconsejé matarlo ahí mismo, pero Fidel dio larga al asunto».

Al proseguir la marcha, llegaron a una tienda de comestibles, propiedad de un amigo de Eutimio Guerra. Como no había nadie la tomaron por asalto y se encontraron con un «verdadero paraíso de latas», de los que comieron a discreción. Después de dejar un rastro falso para despistar a los perseguidores, continuaron la marcha durante toda la noche y al amanecer del 16 de febrero llegaron al bohío del campesino colaborador Epifanio Díaz, donde se debían celebrar las reuniones.

Los miembros del Directorio Nacional habían empezado a llegar. Frank País y Celia Sánchez estaban ahí; luego se presentaron Faustino Pérez y Vilma Espín, una nueva activista del Movimiento que venía de Santiago; más tarde, Haydée Santamaría y Armando Hart. Éste era el núcleo central activo del grupo de dirección del 26 de Julio que Fidel había creado en el verano de 1955 al ser liberado de la cárcel de isla de Pinos.

Frank País, de veintitrés años, era el miembro más joven del Directorio, pero acreditaba una carrera impresionante como activista político en Oriente, donde era vicepresidente de la federación estudiantil. Desde la creación del 26 de Julio, había decidido compartir la suerte de Fidel como coordinador de las actividades rebeldes en Oriente. Celia Sánchez, de treinta y siete años, había impulsado la campaña por la liberación de los presos del Moncada y desde su ciudad de Manzanillo colaboraba con Fidel desde la fundación del Movimiento. Ella había reclutado a Crescencio Pérez y organizado el grupo que aguardaba la llegada del Granma. Al igual que Fidel, el médico Faustino Pérez, de treinta y siete años, se había licenciado en la Universidad de La Habana, donde a partir del golpe de 1952 había encabezado la lucha estudiantil contra Batista. Se había reunido con Fidel en México y regresado con él a bordo del Granma.

Armando Hart, estudiante de derecho de veintisiete años, hijo de un conocido juez, había comenzado su militancia en la Juventud Ortodoxa, luego se había unido a Faustino Pérez en la lucha estudiantil y en la fundación del Movimiento de Fidel. Su novia, Haydée Santamaría, de veinticinco años, había participado en el asalto al Moncada y luego había pasado siete meses en la cárcel; era otra fundadora del 26 de Julio y participante en la insurrección de Oriente en noviembre de 1956, encabezada por Frank País. Su familia había pagado muy caro la amistad con Fidel. Su hermano Abel, militante de la Juventud Ortodoxa, había sido el lugarteniente de Fidel hasta su muerte bajo tortura en el Moncada; su hermano Aldo estaba preso por sus actividades en el Movimiento. La más nueva del grupo era Vilma Espín, de veintisiete años, miembro de una familia acomodada de Santiago y poseedora de un título universitario del Massachusetts Institute of Technology de Estados Unidos. Como activista del grupo estudiantil de Frank País que se había unificado con el Movimiento 26 de Julio, había participado en la insurrección de noviembre de 1956.

Estos jóvenes, provenientes en su mayoría de la clase media alta urbana, dirigían la estructura clandestina nacional del Movimiento, encargada de toda clase de tareas: la captación de militantes, la adquisición y transporte de armas y voluntarios a la sierra, la recaudación de fondos y recolección de provisiones, las relaciones con el exterior, el sabotaje urbano y la elaboración de un programa político.

Fue un día histórico para todos. Fidel conoció a Celia Sánchez, quien en poco tiempo se convertiría en su confidente íntima y su amante. Raúl conoció a su futura esposa, Vilma Espín. Y el Che conoció a los hombres y mujeres que conformaban la columna vertebral, la élite del movimiento revolucionario de Fidel. Quería formarse una opinión de todos ellos.

En líneas generales, ya consideraba que los colegas de Fidel en el 26 de Julio estaban sujetos por su origen de clase media y su educación privilegiada a una concepción tímida de los objetivos de la lucha, y pensaba con justa razón que sus posiciones eran muy distintas de la suya. Carecían de una concepción marxista de transformación social revolucionaria y en su mayoría consideraban que el objetivo de la lucha era derrocar una dictadura corrupta para reemplazarla por una democracia occidental convencional. Sus primeras reacciones ante los dirigentes urbanos confirmaron sus presentimientos negativos. «Por conversaciones aisladas me enteré de la evidente filiación anticomunista de la mayoría de ellos, sobre todo Hart», escribió en su diario. Pero al día siguiente había modificado levemente sus análisis: «De las mujeres, Haydée me parece la mejor orientada políticamente, Vilma la más interesante, Celia Sánchez es muy activa pero políticamente ahogada. Armando Hart [es] permeable a las nuevas ideas».[*]

Con todo, a medida que se desarrollaba la reunión de Fidel con los dirigentes urbanos, un hecho quedó muy claro. Fidel quería que el Ejército Rebelde fuera la prioridad absoluta del Movimiento. Ellos traían sus propias ideas sobre la estrategia nacional del Movimiento, pero Fidel sostuvo que debían encaminar sus esfuerzos al sostén y fortalecimiento de sus guerrillas como asunto de la mayor prioridad. Obvió la propuesta de Faustino de abrir un «segundo frente» cerca de La Habana, en los montes Escambray de la provincia de Santa Clara, así como la de Frank País de abandonar la sierra para dar discursos y recaudar fondos en el exterior. Finalmente, abrumados por los argumentos de Fidel, acordaron organizar una red nacional de «resistencia cívica» para apoyarlo. Frank País se comprometió a enviar un nuevo contingente de combatientes desde Santiago en una quincena. Se reunirían en el bohío de Epifanio Díaz, que serviría de puerta de entrada clandestina a la sierra.

El Che, que no era miembro del Directorio Nacional, se abstuvo de asistir a las reuniones a fin de no abusar de su autoridad en la etapa inicial. Pero estaba enterado de todo lo que se decía y, como revela su diario, ya aparecían las primeras señales de la brecha que se abriría entre los combatientes armados de la sierra y sus contrapartes urbanas del llano. Por el momento, Fidel pudo establecer la prioridad de la sierra con el argumento irrefutable de la necesidad de sobrevivir. Pero en meses posteriores, a medida que la guerra se extendía, la brecha saldría a la luz bajo la forma de una disputa ideológica entre la izquierda y la derecha y como una lucha por el control del Movimiento rebelde entre los dirigentes del llano y Fidel. En definitiva, el triunfador sería Fidel con la inestimable colaboración del Che.

El 17 de febrero llegó Herbert Matthews, prestigioso corresponsal del New York Times, veterano de la Guerra Civil española, la campaña de Mussolini en Abisinia y la Segunda Guerra Mundial. El Che no presenció la entrevista de tres horas con Fidel, pero éste después le informó, y pudo anotar en su diario los conceptos que le parecieron más significativos: Fidel se quejó de la ayuda militar norteamericana a Batista, y cuando Matthews preguntó si era antiimperialista, respondió que sí, en el sentido de querer liberar a su país de las cadenas económicas. Se apresuró a añadir que no odiaba a Estados Unidos ni a su pueblo. El gringo, dijo Fidel al Che, «hizo preguntas concretas y ninguna capciosa, se mostró como un simpatizante de la Revolución».

En cambio, Fidel había dispuesto una pequeña comedia: un combatiente sudoroso debía irrumpir en medio de la entrevista con un «mensaje de la Segunda Columna». Esperaba hacerle creer a Matthews que contaba con un buen número de combatientes, cuando en realidad, en ese momento el Ejército Rebelde tenía menos de veinte hombres armados. Finalizada la entrevista, llevaron a Matthews a Manzanillo, desde donde viajaría a Santiago, luego volaría a La Habana y tomaría el avión a Nueva York; con una primicia tan importante entre manos, tenía prisa por publicarla.

«Temprano se fue el gringo —escribió el Che en su diario— y yo estaba de guardia cuando me avisaron que redoblara la vigilancia, pues Eutimio estaba en casa de Epifanio». Una patrulla rebelde encabezada por Juan Almeida fue a buscar al traidor, quien desconocía que estaban al tanto de su traición. Fue detenido, desarmado y llevado ante Fidel. Entonces éste le mostró un salvoconducto del ejército a su nombre como colaborador del régimen.

«Eutimio se puso de rodillas pidiendo que lo mataran de una vez —escribió el Che—, Fidel trató de engañarlo haciéndole creer que se le perdonaría la vida, pero Eutimio recordaba la escena de Chicho Osorio y no se dejó engañar. Entonces Fidel le anunció que sería ejecutado y Ciro Frías le espetó un sentido sermón a fuer de viejo amigo. El hombre esperó la muerte en silencio y cierta dignidad. Se largó un chaparrón tremendo y se puso todo negro».

Lo que sucedió a continuación ha sido un secreto de Estado cubano celosamente guardado durante cuatro décadas. Ninguno de los testigos oculares de la ejecución de Eutimio Guerra —el primer traidor ejecutado por los rebeldes— ha dicho públicamente quién hizo el disparo fatal. El motivo es fácil de comprender, según se desprende del diario privado del Che.

«La situación era incómoda para la gente y él, de modo que acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: “Arráncala, chico, total…” Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi poder. Dormimos muy mal, mojados y yo con algo de asma».

El relato del Che es tan sobrecogedor como revelador de su personalidad. La fría objetividad con que describe la ejecución, sus apuntes científicos sobre los orificios de entrada y salida del proyectil, sugieren una indiferencia notable frente a la violencia. La decisión de hacerse cargo de la ejecución de Eutimio obedeció simplemente a la necesidad de «acabar» una «situación incómoda». Su recuerdo de las «últimas palabras» de Eutimio es simplemente inexplicable, y añade una dimensión surrealista a la tétrica escena.

Es notable el contraste con el relato que escribió el Che para su publicación. En un artículo titulado «La muerte de un traidor», describió la escena con aplomo literario y la transformó en una sombría parábola revolucionaria sobre la redención mediante el sacrificio. Sobre el momento en que Eutimio cayó de rodillas delante de Fidel, escribió: «En ese momento parecía envejecido; en su sien había muchas canas que nunca habíamos visto antes».

También describió el «sermón» de Ciro, en que fustigó a Eutimio por causar la muerte y el martirio de muchos amigos comunes y vecinos: «Fue un discurso largo y conmovedor que Eutimio escuchó en silencio, con la cabeza gacha. Le preguntamos si quería algo y respondió que sí, quería que la Revolución, o mejor dicho nosotros, cuidáramos de sus hijos». La Revolución había cumplido su promesa a Eutimio, escribió el Che, pero su nombre «ya había sido olvidado, tal vez incluso por sus hijos», quienes habían recibido nombres nuevos, asistían a las escuelas del Estado, recibían el mismo trato que los demás niños y se preparaban para una vida mejor.

«Pero algún día —añadió— tendrán que saber que su padre fue ejecutado por el poder revolucionario debido a su traición. También es justo que se les diga cómo su padre, un guajiro que se había dejado tentar por la corrupción y había tratado de cometer un crimen grave, movido por el deseo de gloria y riqueza, no obstante había reconocido su error y ni había sugerido un pedido de clemencia, sabiendo que no la merecía. Finalmente, también deberían saber que en sus últimos momentos recordó a sus hijos y pidió que se los tratara bien».

En el relato publicado, el Che concluye la parábola con una descripción de los últimos momentos de la vida de Eutimio cargada de simbolismo religioso. «En ese momento se desencadenó una fuerte tormenta y el cielo se oscureció; en medio de un diluvio, con el cielo cruzado por relámpagos y el ruido de truenos, cuando cayó uno de esos rayos seguido inmediatamente por el trueno, terminó la vida de Eutimio Guerra e incluso los camaradas parados cerca de él no oyeron el disparo».

El incidente sirvió como ningún otro para difundir la mística del Che entre los guerrilleros y guajiros de la Sierra Maestra. A partir de entonces adquirió fama por estar dispuesto a actuar fríamente contra los transgresores de las normas revolucionarias. Fuentes cubanas que hablaron a condición de no ser identificadas dicen que el Che se adelantó para matar a Eutimio cuando resultó claro que nadie más tomaría la iniciativa. Esto aparentemente incluye a Fidel, quien tras dar la orden de matar a Eutimio sin indicar quién debía cumplirla, se alejó para guarecerse de la lluvia.

Un guajiro quería colocar una cruz de madera en la tumba de Eutimio, pero el Che lo prohibió porque podía comprometer a la familia propietaria de la tierra donde acampaban. En cambio permitió que tallaran una cruz en un árbol cercano.

Si el acto de ejecutar a Eutimio lo había perturbado, no hubo señales de ello al día siguiente. En su diario comentó la llegada de una bonita activista del 26 de Julio: «[es una] gran admiradora del movimiento que me parece tiene más ganas de coger que otra cosa».

Che Guevara
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