IV
A mediados de agosto, al cabo de cincuenta y siete días de cárcel, el Che y Calixto García quedaron en libertad, aparentemente gracias a que Fidel pagó un soborno. Así lo insinuó el Che a Hilda, y mucho después escribió que Fidel había hecho «ciertas cosas por la amistad que casi diríamos comprometían su actitud revolucionaria…».
Al igual que sus camaradas, el Che y Calixto fueron liberados con la condición de abandonar el país en pocos días. Y como los demás, pasaron a la clandestinidad. Ante todo, el Che fue a su casa a poner sus asuntos en orden y ver a la niña. Durante esos días, Hilda solía encontrarlo sentado junto a la cuna de «Hildita», leyendo poemas en voz alta o mirándola en silencio. Luego se fue otra vez.
Por orden de Fidel, Calixto y él se refugiaron en Ixtapán de la Sal, un refugio de fin de semana fuera de la capital. Se registraron en un hotel bajo nombres falsos. Durante este período clandestino, que duró tres meses, Ernesto volvió discretamente a la ciudad un par de veces, pero en general Hilda iba a verlo los fines de semana. Una vez se encontraron en un hotel en Cautla donde él se había registrado con el nombre de «Ernesto González». Pero Ernesto estaba absorbido por los problemas del marxismo y la revolución, que dominaban su vida por completo. Ni siquiera cedía cuando volvía a su casa, donde sermoneaba a Hilda sobre la «disciplina revolucionaria» o se sumergía en abstrusos tratados de economía política. Era ideológico hasta con la niña: uno de los poemas que solía recitarle era el de Antonio Machado sobre el general Líster, un héroe de la Guerra Civil española, y habitualmente la llamaba «mi pequeña Mao».
Un día, en presencia de Hilda, tomó a su hija en brazos y le dijo muy serio: «Mi querida hijita, mi pequeña Mao, no sabes en qué mundo tan difícil tendrás que vivir. Cuando seas grande, todo este continente, tal vez el mundo entero, esté luchando contra el gran enemigo, el imperialismo yanqui. Tú también deberás luchar. Tal vez yo no esté aquí, pero la lucha encenderá el continente».
A principios de septiembre, tras un ataque de asma, Ernesto y Calixto se trasladaron de Ixtapán de la Sal a Toluca, donde el clima era más seco. Allí Fidel les indicó que fueran a Veracruz a reunirse con otros expedicionarios. El Che se reencontró con muchos camaradas después de varios meses de separación. Ambos volvieron de Veracruz a la capital, donde se alojaron en una nueva casa-campamento. Pasaron varias semanas en la «Casa de Cuco», cerca del santuario católico de la Virgen de Guadalupe en Linda Vista, un suburbio norteño de la capital.
Todos sabían que la partida era inminente. Fidel se afanaba en los preparativos y todo el mundo debía nombrar «parientes cercanos» a quienes informar en caso de su muerte. Años después, el Che dijo que ése fue un momento trascendente para él y todos los camaradas, ya que adquirieron plena conciencia de la magnitud de su empresa y la realidad de que podrían morir.
Desde el día de su liberación, Fidel mantenía un ritmo de trabajo febril. Debía resolver problemas políticos, de seguridad, financieros y logísticos. Mientras trasladaba a sus hombres de un lugar a otro para burlar a las fuerzas de seguridad mexicanas, trataba de montar una alianza con el fortalecido Directorio Revolucionario. A fines de agosto, su dirigente José Antonio Echevarría voló a México para reunirse con él. Al cabo de un maratoniano encuentro de dos días, firmaron la «Carta de México», un documento en el que sus organizaciones se comprometían a llevar a cabo la lucha contra Batista. Sin llegar a una alianza en regla, los dos grupos acordaron comunicarse mutuamente y de antemano todas las acciones emprendidas y coordinar sus esfuerzos una vez que Castro y sus rebeldes desembarcaran en Cuba.
Semanas después, cuarenta flamantes reclutas revolucionarios llegaron desde Cuba y Estados Unidos. Perdido el Rancho San Miguel, tuvieron que entrenarse en bases alejadas: una en Tamaulipas, cerca de la frontera con Estados Unidos, y otra en Veracruz. Para entonces, la mayoría de los miembros del estado mayor se encontraba con Fidel en México, mientras los jefes regionales coordinaban las actividades en la isla. Pero las arcas estaban casi vacías y aún carecía de un buque para transportar a sus hombres a Cuba. La compra de la lancha torpedera había fracasado, al igual que un efímero plan de comprar un viejo hidroavión Catalina.
En septiembre, Fidel cruzó la frontera clandestinamente para reunirse en Texas con su antiguo enemigo, el expresidente Carlos Prío Socarrás. Desde su derrocamiento, Prío se había vinculado con varias conspiraciones contra Batista y en los últimos tiempos se hablaba de un complot para invadir Cuba juntamente con el dictador dominicano Trujillo, pero en la ocasión aceptó financiar a Fidel. Tal vez pensó que al respaldar a Castro, el joven advenedizo se ocuparía de las tareas más pesadas de la guerra que le permitirían un regreso triunfal al poder, o acaso pensó que le serviría como maniobra diversiva mientras proseguía su propia campaña. Sea como fuere, según los organizadores del encuentro, Fidel se fue con cincuenta mil dólares en el bolsillo y la promesa de más fondos, que efectivamente llegaron más tarde.
Fidel corría un riesgo político al aceptar dinero del hombre al que había acusado públicamente de corrupción cuando estaba en el poder, pero en ese momento no estaba en condiciones de elegir. Según Yuri Paporov, el funcionario de la KGB que financiaba el Instituto Cultural Ruso-Mexicano, Fidel no recibió fondos de Prío sino de la CIA. No identificó las fuentes de semejante información, que de ser veraz confirmarían las versiones de que la agencia norteamericana de inteligencia había intentado al principio ganarse la buena voluntad de Castro por las dudas de que triunfara en su guerra contra un Batista cada vez más acosado. Tad Szulc dice en su biografía de Castro que la CIA efectivamente envió dinero al Movimiento 26 de Julio, pero lo hizo más adelante, entre 1957 y 1958, por intermedio de un agente adscrito al consulado norteamericano en Santiago de Cuba.
Cualquiera que fuese el origen de sus fondos, Fidel actuaba de manera independiente. Si hizo un pacto con el demonio encarnado en Prío, jamás aparecieron pruebas de que cumpliera su parte del pacto, si es que, en verdad, había asumido algún compromiso. En definitiva, si recibió fondos de Prío —o, sin saberlo, de la CIA— se ha de considerar el hecho una maniobra táctica que, por cierto, no tuvo consecuencias negativas para su lucha por el poder.
Ahora tenía fondos, pero aún necesitaba un buque, y lo consiguió a fines de septiembre. Era el Granma, un desvencijado yate de motor de trece metros. Su dueño, el expatriado norteamericano Robert Erickson, aceptó venderlo siempre que Fidel comprara también su casa ribereña en la ciudad portuaria de Tuxpán, junto al Golfo. El precio total era de cuarenta mil dólares. El yate no estaba en condiciones de navegar ni poseía la capacidad requerida, pero, apremiado por el tiempo, Fidel aceptó las condiciones. Pagó una suma por adelantado y envió a varios hombres a vivir en la casa y ocuparse de la reparación general del Granma.
A fines de octubre, el Che y Calixto se instalaron en una casa clandestina en Colonia Roma, cerca del centro de la capital. El Che visitaba a Hilda los fines de semana, y cuando se despedía, ella no sabía si volvería a verlo. La incertidumbre unida a la tensión de la partida inminente agotaba sus nervios. Para levantarle el ánimo, el Che dijo que la llevaría a pasar unos días de descanso en Acapulco.
«Yo empezaba a tener esperanzas con el viaje a Acapulco, siquiera por un fin de semana —escribió Hilda—. Entonces llegó la noticia de que la policía había allanado la casa de una cubana en Lomas de Chapultepec donde se alojaba Pedro Miret y que habían confiscado armas y lo habían detenido. El sábado, cuando vino Ernesto, le conté todo. Reaccionó con mucha calma, sólo dijo que las precauciones [tomadas previamente por el grupo] eran dudosas porque la policía tal vez los vigilaba. El domingo por la mañana llegó Guajiro. Comprendí que estaba nervioso por la forma como preguntó: “¿Dónde está el Che?” Le dije que Ernesto se estaba bañando, y entonces entró derecho al baño. Cuando Ernesto salió, todavía peinándose, dijo tranquilamente: “Parece que la policía anda a la caza, así que tenemos que ser cautos. Nos vamos al interior y probablemente no volveré el próximo fin de semana. Lo siento, tendremos que dejar el viaje a Acapulco para más adelante.”»
Hilda, trastornada, sospechó que «pasaba algo». Preguntó a Ernesto si algún hecho era inminente. «“No, es sólo por precaución”, dijo, juntando sus cosas y sin mirarme. Cuando terminó, como acostumbraba hacer antes de irse, fue a la cuna y acarició a Hildita, después se volvió, me abrazó y me besó. Sin saber por qué, temblé y me apoyé en él… Partió ese fin de semana y no volvió».
La caída del refugio de Miret alarmó a Fidel, porque indicaba la presencia de un traidor en las filas de la organización. Las sospechas se dirigieron a Rafael del Pino, amigo íntimo y confidente de Fidel. En los últimos tiempos Del Pino ayudaba al Cuate a comprar y traer armas de contrabando. Pero había desaparecido, y entre los que conocían la guarida de Miret era el único del que no se sabía nada. (Más adelante, los investigadores cubanos hallaron pruebas de que Del Pino había sido informante del FBI durante varios años. Si no causó mayores daños, probablemente se debió a que había retenido información con la esperanza de obtener más dinero de sus empleadores norteamericanos.)
Para evitar riesgos, Fidel trasladó a todos los hombres a nuevos refugios en la capital y ordenó que se acelerara la reparación del Granma. Che y Calixto se ocultaron en el pequeño cuarto de servicio del apartamento donde Alfonso «Poncho» Bauer Paiz vivía con su familia. La primera noche estuvieron a punto de caer presos porque un robo en un apartamento vecino redundó en el registro policial de todo el edificio. Tras ser avisado, el Che ocultó a Calixto (que era negro y por lo tanto llamaba la atención en México) bajo la cama y salió a recibir a la policía. La táctica resultó efectiva, y la policía salió sin registrar el cuarto. Por el momento estaban a salvo, pero al día siguiente Calixto se fue a otro refugio. Ernesto siguió en la casa de Bauer Paiz hasta la partida.
Fidel se enfrentaba a una serie de obstáculos de último momento. Amigos y rivales trataban de convencerlo de que debía postergar la invasión. Frank País, el coordinador en Oriente, vino a verlo dos veces, en agosto y octubre. Su cometido era provocar insurrecciones armadas en toda la región en coincidencia con el desembarco del Granma, pero le dijo a Fidel que su gente aún no estaba preparada para iniciar un plan de tal magnitud. Sin embargo, ante la insistencia de Fidel, País dijo que haría todo lo posible. Fidel dijo que le informaría sobre el día del desembarco mediante un mensaje cifrado que enviaría poco antes de la partida.
En octubre, el Partido Socialista Popular (partido comunista cubano) le envió emisarios con el mensaje urgente de que las condiciones no eran adecuadas para una lucha armada en Cuba e invitándolo a unir sus fuerzas en una campaña gradual de disenso civil que conduciría a la insurrección. El PSP participaría en la insurrección, dijeron. Fidel respondió que no modificaría sus planes, pero esperaba que el partido lo apoyara por medio de sublevaciones cuando su Ejército Rebelde desembarcara en Cuba.
En esa época las relaciones entre Fidel y los comunistas eran cordiales pero tensas. A pesar de que públicamente repudiaba esos vínculos, conservaba algunas amistades en el PSP, y en el círculo de sus íntimos había algunos marxistas como Raúl y el Che. Mantenía comunicaciones discretas con el PSP, pero conservaba una distancia crítica de ellos a fin de evitar la publicidad negativa y a la vez descartar cualquier compromiso político hasta hallarse en una posición de fuerza.
Entretanto, la embajada soviética estaba molesta porque las relaciones del grupo castrista con el Instituto Cultural Ruso-Mexicano le habían traído publicidad indeseada. A principios de noviembre, Nikolái Leonov fue convocado a Moscú, según él como «castigo» por mantener contactos con los revolucionarios cubanos sin autorización.
Los comunistas no eran los únicos que trataban de asegurarse un lugar en la mesa revolucionaria cubana. Mientras Fidel preparaba su partida de México, se desarrollaron una serie de maniobras en la cuerda floja provocadas por el Directorio, que se afanaba por retener la carta de triunfo revolucionaria. A pesar del documento fraternal firmado por Juan Antonio Echevarría en agosto, el Directorio llevaba a cabo sus propias acciones violentas. En octubre, poco después de un segundo encuentro de los dos dirigentes, pistoleros del Directorio asesinaron al coronel Manuel Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Batista. Es de destacar que Fidel, a punto de iniciar una invasión, condenara públicamente el atentado por «injustificado y arbitrario». La insinuación dirigida a la ciudadanía opositora cubana era transparente: él era el revolucionario responsable, mientras que Echevarría era una bala perdida, un terrorista cuyas actividades sólo provocarían mayor violencia. Pocos días después sus palabras adquirieron una aureola de clarividencia cuando la policía, que buscaba a los asesinos del coronel, asesinó a diez jóvenes indefensos que buscaban asilo en la embajada de Haití.
El 23 de noviembre llegó el momento para el cual el Che se había preparado durante tanto tiempo. Fidel decidió que había llegado la hora de partir y ordenó a los rebeldes ocultos en Ciudad de México, Veracruz y Tamaulipas que se reunieran al día siguiente en Pozo Rico, un pueblo petrolero al sur de Tuxpán. Los cubanos pasaron a buscar al Che sin previo aviso y lo llevaron en coche a la costa del Golfo. Esa noche, la del 24, embarcarían para zarpar.
La ironía en medio de tanta actividad clandestina era que la invasión de Cuba proyectada por Fidel era de conocimiento público. Toda Cuba estaba al tanto, sólo se desconocía dónde y cuándo desembarcarían las fuerzas rebeldes. En efecto, pocos días antes, el jefe de estado mayor de Batista había convocado una conferencia de prensa en La Habana para analizar —y desdeñar— las posibilidades de éxito del líder revolucionario, a la vez que reforzaba las patrullas terrestres y marítimas en la costa del Caribe.
Para Fidel, el éxito de la expedición dependía del apoyo del Movimiento 26 de Julio en Oriente bajo la dirección de Frank País y de mantener en secreto la fecha y el lugar del desembarco. Calculando que el viaje duraría cinco días, antes de partir de Ciudad de México envió un mensaje cifrado a País para informarle que el Granma llegaría el 30 de noviembre a una playa desierta de Oriente llamada Las Coloradas.
A la tenue luz del amanecer del 25 de noviembre, el Che estaba entre los hombres que corrían a embarcarse en el Granma. Las últimas horas del Ejército Rebelde de Fidel Castro en tierra mexicana fueron nerviosas y llenas de confusión. Algunos no llegaron a la cita, y entre los que sí lo hicieron algunos quedaron atrás por falta de espacio. Ahora, para bien o para mal, zarparon. Atestada por ochenta y dos hombres además de armas y equipo, el Granma excesivamente cargado zarpó de la orilla del río Tuxpán y navegó río abajo hacia el golfo de México para iniciar la travesía hacia Cuba.
Antes de la partida, Ernesto dejó una carta para que la enviaran a su madre. Escribió que «para evitar patetismos premortem» la carta no sería enviada hasta que «las papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido…».
«Ahora viene lo bravo, vieja; lo que nunca he rehuido y siempre me ha gustado. El cielo no se ha puesto negro, las constelaciones no se han dislocado ni ha habido inundaciones o huracanes demasiado insolentes; los signos son buenos. Auguran victoria. Pero si se equivocaran, que al fin hasta los dioses se equivocan, creo que podré decir como un poeta que no conocés: “Sólo llevaré bajo tierra la pesadumbre de un canto inconcluso”… Te besa de nuevo, con todo el cariño de una despedida que se resiste a ser total. Tu hijo».