V

Mientras Tania iniciaba su instrucción en Cuba y los hombres de Masetti continuaban la suya en Argelia, el Che analizaba los procesos políticos en su Argentina natal, ya que quería tener toda la información posible para resolver cuándo debía entrar en acción. Un medio para ello era invitar a sus amigos y conocidos argentinos —como Oscar Stemmelin el año anteriorpara conversar con ellos durante semanas, extraerles información, exponerles sus teorías y discutirlas punto por punto. En febrero invitó a Ricardo Rojo. «Quiero conversar», le dijo cuando llegó. Disentían en materia política— Rojo era liberal, «antiimperialista» aunque no socialista—, pero se conocían desde mucho antes y el Che sabía que era un analista político agudo, con muchos contactos. Además, Rojo le había presentado a Hilda, había enviado a Masetti a Cuba y en los últimos tiempos mantenía una amistad estrecha con la madre del Che.

Lo alojó en una casa lujosa reservada para huéspedes del gobierno en el distrito Country Club de Miramar, no lejos de la antigua casa clandestina del grupo de Masetti. Permaneció allí durante dos meses y tuvo conversaciones frecuentes con el Che. Más adelante Rojo escribió que Guevara estaba desalentado por el creciente aislamiento regional de Cuba y todavía furioso por el «paternalismo» soviético durante la crisis de los misiles. En sus conversaciones, el Che expresó claramente su convicción de que Cuba no se sacudiría el chaleco de fuerza regional hasta que se produjeran revoluciones socialistas en otros países latinoamericanos, y no ocultó que estaba abocado al estudio de los medios para iniciar ese proceso. Rojo recuerda que analizaron cada país de la región hasta que un día el Che le pidió que abordaran «sistemáticamente» la situación argentina.

Mientras conversaban, el Che tomaba apuntes. Rojo advirtió que demostraba especial interés por los movimientos obrero y estudiantil y que quería actualizar sus conocimientos sobre el «quién era quién» en la oposición política. También analizaron la perdurable adhesión de la clase obrera a Perón, y el Che le mostró una carta del caudillo depuesto en la que expresaba admiración por la Revolución Cubana. Rojo tuvo la impresión de que ponderaba los pros y los contras de una alianza con los peronistas como medio para hacer explotar la insurgencia. Gobernaba una dictadura militar impopular y aumentaban los conflictos obreros; el Che se preguntó en voz alta cómo «reaccionarían las masas» si Perón fuera a vivir a Cuba; desde hacía algún tiempo, su discípulo izquierdista John William Cooke trataba de convencerlo de que dispusiera los medios para ello.

A principios de abril de 1963, poco antes de la partida de Rojo de Cuba, en Buenos Aires se produjo una breve y cruenta sublevación de la marina. Aunque el ejército la aplastó rápidamente, el Che creyó ver en el hecho una señal de graves divergencias en las filas militares. En su opinión, le dijo a Rojo, empezaban a aparecer las «condiciones objetivas para la lucha», y era el momento de crear las «condiciones subjetivas» para demostrarle al pueblo que podía derrocar al régimen por medios violentos. Rojo replicó que la revolución había triunfado en Cuba porque los norteamericanos estaban desprevenidos, pero el momento había pasado y tanto Estados Unidos como sus aliados regionales estaban sobre aviso. El Che le dio la razón, pero, como siempre, se negó a reconocer que el triunfo cubano era «una excepción» imposible de repetir en otra parte.

El Che no le dijo concretamente a Rojo que estaba preparando un foco guerrillero en Argentina, pero hizo insinuaciones suficientes para que su amigo sacara sus propias conclusiones. Por ejemplo, había viajado a La Habana con un guerrillero peronista de izquierdas que había encabezado una breve insurgencia en la provincia de Tucumán en diciembre de 1959. También él venía a ver al Che. Además, recordaba las palabras de despedida del Che cuando se aprestaba a partir de la isla: «Ya verás que la clase dominante argentina nunca aprende. Sólo una guerra revolucionaria cambiará las cosas».[78]

En Argelia, Masetti se enteró de que por fin los agentes de Piñeiro habían comprado una finca que les serviría de base en Bolivia, pero aún no había señales sobre cuándo el grupo se pondría en marcha. Decidió que ya no podía esperar más y pidió a los argelinos que los ayudaran a viajar a Bolivia y éstos accedieron inmediatamente.

«Los argelinos nos dieron de todo —dijo Bustos—. No nos dieron más armas porque no podían llevarlas, obviamente, porque no podían con tantos hierros; íbamos a atravesar fronteras, cosas, países… pero nos dieron todo el equipo de tropa militar, pasaportes…»

En mayo de 1963, siete meses después de la partida de La Habana, el grupo de Masetti por fin partió rumbo a Sudamérica. Pero les faltaba un hombre. Miguel, uno de los reclutas de Alberto Granado,[79] había sido dejado atrás en forma bastante desalentadora.

Durante la prolongada espera, Miguel había demostrado una inclinación creciente a las discusiones y la indisciplina. Una de las normas más estrictas que habían adoptado desde su paso a la clandestinidad —y cuya aplicación era responsabilidad de Ciro Bustos— era que nadie debía enviar cartas a su familia, «ni siquiera a su madre». Miguel la había violado; Bustos lo había sorprendido en el intento de enviar unas cartas cuando se encontraban en París. Fue apenas el comienzo de una espiral descendiente: en Argelia, Miguel había multiplicado sus críticas a Masetti y puesto en tela de juicio sus dotes de dirigente, lo cual había generado malestar en el grupo. Las pendencias entre ambos eran constantes y además competían ferozmente; un día, en el afán de superar a Miguel durante una instrucción física, Masetti había sufrido una distensión lumbar, lesión que le causaría mucho dolor durante los meses siguientes.

La crisis se produjo en vísperas de la partida de Argelia: Miguel dijo que no quería partir bajo el liderazgo de Masetti y vaticinó que acabarían por pelearse a tiros. Según el recuerdo de Bustos: «Masetti no se quedó atrás, había sido marino en Argentina y siempre era un poco el machote de la película». Los dos estuvieron a punto de enzarzarse en una pelea a puñetazos. Los otros los separaron, pero Masetti quería su venganza. Dispuso que se realizara un «juicio sumario» para determinar si Miguel debía permanecer en el grupo. Designaron fiscal a Bustos y «abogado» defensor a Federico.

La opinión de Bustos en ese momento era que Miguel, en un ataque de cobardía, había provocado la riña con Masetti para que lo dejaran fuera del grupo. Como fiscal, alegó que la actitud negativa de Miguel causaba un problema de seguridad, y puesto que durante el periplo difícil que los aguardaba debían cruzar varias fronteras nacionales, la única decisión razonable era dejarlo atrás. Federico, su defensor, no se opuso a esa solución.

Pero Masetti no estaba satisfecho. Alegó que el deseo de Miguel de abandonar el grupo equivalía a una «deserción», un delito que suponía la pena de muerte, y pidió que condenaran a Miguel al paredón. Más aún, añadió, podía disponer que sus amigos, los militares argelinos, ejecutaran la sentencia. Masetti impuso sus argumentos y el grupo lo condenó unánimemente a muerte. Masetti, Papito Serguera y Furry (Colomé Ibarra) hablaron con los argelinos; vino un pelotón y se llevó al condenado.

Aunque convencido de que la decisión había sido acertada, Bustos se sintió muy mal. «Un día vino una unidad militar y se lo llevó, nos dejó muy jodidos, porque quedamos convencidos de que lo llevaban a fusilar… El tipo preparó las cosas y salió muy bien, yo creo que ésa fue una de las cosas que más nos afectó, que salió como un hombre, correctamente, sin ningún tipo de lamentaciones ni de pedir…»

A partir de entonces jamás volvieron a referirse a Miguel por su nombre sino como «el Fusilado», su primer sacrificio en la causa de la revolución argentina. Sólo mucho tiempo después se enterarían de su error al referirse a él en pasado.

Separados en grupos, con nombres falsos y pasaportes diplomáticos argelinos y acompañados por los dos agentes que durante los últimos tiempos permanecían constantemente con ellos, Masetti y sus hombres volaron a Roma, donde se reunieron. Desde allí, Masetti y Furry siguieron un itinerario propio mientras Bustos, Federico, Leonardo y Hermes volaron a São Paulo, Brasil, siempre acompañados por los dos argelinos, que transportaban su equipo guerrillero en sus valijas diplomáticas selladas. Luego viajaron en tren a Santa Cruz de la Sierra, en la llanura tropical del oriente boliviano. Por razones de seguridad, los argelinos los abandonaron allí y siguieron viaje a La Paz, donde dejaron los pertrechos en un lugar convenido antes de proseguir su «misión diplomática» en los países vecinos de Bolivia al servicio del nuevo régimen. Poco después, Bustos y sus camaradas llegaron a La Paz, donde se reunieron con sus contactos, jóvenes militantes del Partido Comunista Boliviano. Allí, Furry se reunió con ellos.

Después del encuentro se dirigieron hacia su base de operaciones; Masetti se reunió con ellos en las montañas cerca de Sucre, la capital histórica del país. Se hicieron pasar por socios argentinos y bolivianos de una empresa conjunta que se dedicaría a la agricultura y ganadería en tierras que acababan de comprar. Llegaron a su «finca» en una zona remota donde el río Bermejo, que forma el límite argentino-boliviano, vira bruscamente hacia el sur. La hacienda estaba situada estratégicamente en el centro de este triángulo de montañas selváticas bordeado en ambos lados por Argentina. Había un solo camino de tierra para llegar o partir y sus vecinos más próximos estaban a varios kilómetros de distancia.

En la finca los esperaba el «encargado», un militante del Partido Comunista Boliviano; era un hombre mayor que prácticamente no hacía otra cosa que cocinar sopa de cacahuete. Furry, el «administrador» iba y venía en su jeep para traer provisiones y armas, pero quedaron atónitos al ver los pertrechos comprados en el país por los agentes de Piñeiro y sus contactos bolivianos. «Eran pantalones de nailon de ese delgadito —dijo Bustos—. Camisas también de tipo nailon, esas camisas ordinarias que se inventaron para las milicias supuestas, y cartucheras tipo Tom Mix con estrellitas… Realmente, parecía un chiste».

Las mochilas y los borceguíes eran de pésima calidad, pero afortunadamente los argelinos los habían provisto de buenos pertrechos yugoslavos: uniformes, cananas y prismáticos de campaña. El arsenal, traído de contrabando desde Cuba, era abundante y estaba en buenas condiciones: lanzagranadas chinos, pistolas, una metralleta Thompson, fusiles automáticos, municiones en cantidad. Ciro Bustos recibió una pistola con silenciador.

Después de explorar varias rutas de acceso a Argentina, Masetti decidió que estaban en condiciones de partir. El 21 de junio, los cinco hombres del pelotón de vanguardia del Ejército Guerrillero del Pueblo cruzaron la frontera argentina.

Che Guevara
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