I
Ernesto Guevara estaba en guerra, trataba de hacer una revolución, como resultado de un salto consciente en su fe. Había cruzado un umbral que era invisible para los extraños y había entrado en un terreno donde la vida se podía considerar una abstracción y el fin sí justificaba los medios.
Para Ernesto, una persona ya no era simplemente una persona; cada una ocupaba un lugar dentro de un esquema global de las cosas, del cual poseía una estructura mental coherente. Su visión del mundo, que se había expandido cuando abandonó el hogar, luego se había estrechado cuando su búsqueda de convicciones quedó enmarcada en una percepción marxista.
Para él, la realidad se aparecía en blanco y negro, pero al mismo tiempo creía que los confines de su fe eran ilimitados. Su convicción de obedecer a un imperativo histórico le permitía asumir la posición del juez, y desde allí consideraba a la mayoría de las personas como amigos o enemigos. Cualquiera que ocupase una posición intermedia merecía su desconfianza, y así debía ser porque su objetivo era hacer la guerra y tomar el poder. Cada día se renovaba la perspectiva de matar y morir por la causa.