II

Para entonces el Che planificaba un movimiento insurgente en su Argentina natal. Esa idea que germinaba en él desde tiempo atrás adquirió nuevo vigor tras el derrocamiento del presidente Frondizi por un golpe militar. El lugar elegido como teatro tentativo de guerra era la selva del norte argentino en Salta, no lejos de la escarpada frontera con Bolivia. Casualmente era el mismo lugar que había recorrido en moto en 1950 y donde se había detenido a reflexionar sobre el significado de la vida, la muerte y su propio destino.

El plan consistía en que el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti condujera un pelotón de vanguardia; su misión era conocer el terreno e instalar discretamente una base de operaciones para la guerrilla. Antes de hacer frente al enemigo, debía crear una base de apoyo entre los campesinos rurales y una infraestructura de apoyo civil en las ciudades argentinas. Más adelante, cuando las circunstancias fueran adecuadas, el propio Che iría a ponerse al frente de la fuerza.

Pidió a Alberto Granado que lo ayudara a reclutar argentinos para la operación guerrillera. En octubre de 1961, Alberto se había mudado con su familia de La Habana a Santiago para crear un instituto de investigaciones biomédicas en la universidad local, y en 1962 había utilizado su trabajo y su nacionalidad para evaluar a sus compatriotas con vistas a incorporarlos al plan de revolución argentina del Che. En Santiago se hizo amigo del pintor argentino Ciro Roberto Bustos, quien había llegado a Cuba como «voluntario» en la misma época que él. Bustos había instalado un pequeño taller de cerámica en el Oriente rural y dos veces por semana dictaba clases de pintura en la Universidad de Santiago; Granado lo invitó a alojarse en su casa cuando debía pernoctar en la ciudad. El tema de la «lucha armada» entró rápidamente en sus conversaciones, y al enterarse de que Bustos apoyaba la idea de una revolución de tipo cubano en su tierra, Granado transmitió al Che su impresión favorable del pintor. Poco después, concertó una reunión entre ambos.

Ese año, Granado fue a Argentina y viajó por el país; por medio del Partido Comunista argentino reclutaba «técnicos y otras personas capacitadas» para trabajar en Cuba: era una fachada sensata para reclutar posibles mandos guerrilleros. Sin embargo, como el mismo Granado reconoció años después, los servicios de seguridad sospechaban de él y evidentemente vigilaban sus movimientos, porque varias de las personas con las que se reunió fueron «detenidas temporalmente» después de su partida. A pesar de todo, pudo reclutar a un par de hombres que poco después viajaron a Cuba para recibir instrucción guerrillera.

Masetti ya no trabajaba en Prensa Latina. Después de la invasión de bahía de Cochinos había dirigido el interrogatorio televisado de los prisioneros y a continuación había desaparecido. La versión oficial decía que habían solicitado su renuncia; todos sabían que no era comunista y que lo habían despedido al cabo de un prolongado enfrentamiento con la doctrinaria célula comunista en la agencia. Más adelante se dijo que trabajaba para el departamento de propaganda de las fuerzas armadas, pero en realidad su jefe era el Che.

Después de abandonar Prensa Latina, Masetti hizo un curso de entrenamiento militar del que salió con el grado de capitán y realizó varias misiones secretas para el Che en Praga —una nueva estación de paso para el espionaje cubano en el exterior— y en Argelia, donde llevó clandestinamente, por vía de Túnez, un gran cargamento de armas norteamericanas requisadas en Playa Girón para los insurgentes del FLN. Lo acompañó un recluta de Granado, un mecánico argentino veinteañero llamado Federico Méndez que tenía experiencia militar. Permanecieron durante varios meses en el cuartel general del FLN, donde Méndez instruyó a los argelinos en el manejo de las armas norteamericanas. Al regresar a Cuba, habían forjado vínculos estrechos con la agradecida conducción revolucionaria argelina y sus jefes militares.

El Che arrojaba sus redes a diestra y siniestra para sondear la situación política argentina. En marzo de 1962, cuando los diplomáticos cubanos fueron expulsados de la Argentina y volaron a la isla desde Uruguay, envió un telegrama a su viejo condiscípulo de secundaria y militante de la juventud radical Oscar Stemmelin para invitarlo a visitar la isla en el avión de los evacuados. Stemmelin y otro condiscípulo del colegio Deán Funes aceptaron la invitación y pasaron un mes en La Habana. Más adelante, Stemmelin no supo decir con certeza por qué Guevara lo había invitado a Cuba, aparte de que eran viejos amigos y él era uno de los pocos cordobeses conocidos del Che que actuaba en política. Durante su estancia, Stemmelin habló con el Che unas ocho o diez veces, sobre los viejos tiempos y también sobre la Revolución Cubana y la política argentina.

El 25 de mayo, cuando se conmemora la revolución argentina, los trescientos ochenta miembros de la comunidad argentina en La Habana se reunieron para festejarlo con un asado al aire libre y un espectáculo de música, danzas tradicionales y vestimenta típica. Cuando lo invitaron a ser el huésped de honor, el Che sugirió que invitaran también a la joven germano-argentina Haydée Tamara Bunke. Desde su llegada de Berlín, Tamara, como la llamaba todo el mundo, trabajaba como traductora de alemán-español en el Ministerio de Educación y demostraba gran entusiasmo por todo lo que vivía. Participaba en las sesiones de trabajo voluntario y la campaña de alfabetización, era miembro de una milicia y de su CDR local, y enseguida logró el reconocimiento de su fervor revolucionario. Asistía regularmente a las reuniones sociales de los guerrilleros latinoamericanos en La Habana y expresaba una gran simpatía por sus causas.

Orlando Borrego, el lugarteniente del Che, y ella habían reanudado la amistad iniciada en Berlín. Tamara no le ocultaba su deseo de combatir en alguna guerrilla latinoamericana y constantemente le pedía que la presentara al Che. Pero éste la desalentaba; mucha gente quería conocerlo, y él no quería que le hicieran perder su valioso tiempo. Tamara acabó por salirse con la suya: se anotó en una jornada de trabajo voluntario junto con él en una escuela en construcción cerca de su casa. «La subestimé», dijo Borrego con una sonrisa irónica.

En el asado del día de la Revolución de Mayo, el Che como siempre hizo un discurso sobre la lucha revolucionaria en Latinoamérica; en esta ocasión dedicado sobre todo a Argentina. Dijo que las «fuerzas antiimperialistas» argentinas debían superar sus divergencias ideológicas, y al respecto mencionó a los peronistas en particular. Un cubano que asistió a esa comida dijo que en determinado momento el Che escribió algo en una caja de cerillas y, sin decir palabra, la entregó al argentino sentado a su lado. Era la palabra «unidad». La caja pasó de mano en mano y todos comprendieron el mensaje. Basta de peleas intestinas sectarias.

Fue un momento importante para los peronistas presentes. Su dirigente John William Cooke pidió la palabra para insistir en el llamamiento del Che a la unidad revolucionaria y elogiar a Cuba por encabezar «la segunda emancipación» de América Latina. Cooke, antiguo dirigente de la Juventud Peronista y representante personal de Perón, vivía en Cuba desde hacía varios años, pero mantenía una correspondencia regular con el caudillo exiliado en Madrid. Ganado por la Revolución Cubana, Cooke la elogiaba en cartas a Perón y le transmitía la invitación de Fidel a que visitara la isla, donde se lo recibiría «con los honores de un jefe de Estado». (Perón jamás aceptó la invitación, pero envió varias respuestas halagadoras, de la misma manera que daba su bendición desde el exilio a las diversas alas peronistas que se disputaban su aprobación.)[74]

El Che preparaba sigilosamente el tablero para el juego de la guerrilla continental; el premio máximo era su tierra natal. Entrenaba a varios grupos de acción argentinos, separados por sus ideologías pero unidos en el anhelo de iniciar la guerra. Cuando llegara el momento, cada grupo se movilizaría para ocupar su puesto en un ejército unificado bajo su mando para la campaña argentina. El pelotón de vanguardia de Masetti fue la primera jugada del Che en ese tablero; los demás lo seguirían llegado el momento.[75]

Más allá de estas actividades clandestinas, habían sucedido una serie de acontecimientos que afectarían directamente el futuro del Che. En septiembre, el secretario general de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, había muerto en un dudoso accidente aéreo sobre el Congo, donde las tropas de la ONU intervenían contra los rebeldes separatistas de la provincia cuprífera de Katanga apoyados por mercenarios belgas y sudafricanos. Su sucesor, el diplomático birmano U Thant, había heredado la tarea aparentemente imposible de resolver la crisis del Congo, donde el gobierno central en Leopoldville, apoyado por las potencias occidentales, disputaba el poder con los abanderados del difunto presidente Patrice Lumumba, asentados en la remota ciudad norteña de Stanleyville.[76]

El cisma chino-soviético, disimulado durante largos años, salió a la luz en octubre de 1961 cuando el primer ministro chino Chou En-lai abandonó un congreso del Partido Comunista en Moscú. En la pugna por imponer su influencia en el mundo, las dos potencias presionaban a los partidos comunistas latinoamericanos —incluso el cubano— para que tomaran partido.

En marzo de 1962, Fidel denunció públicamente el «sectarismo» de los «viejos comunistas» del PSP, que intentaba controlar las Organizaciones Revolucionarias Integradas. (Éste era el nombre del nuevo partido oficial, dirigido por Fidel, que había subsumido al Movimiento 26 de Julio, el PSP y el Directorio Revolucionario.) La principal víctima de la purga fue Aníbal Escalante, secretario de organización de la ORI y antiguo ideólogo del PSP, acusado de usar su influencia para otorgar una gran cantidad de puestos de gobierno a los camaradas de su partido. Después de una fuerte censura pública, se fue al exilio en Moscú. Poco después, Fidel anunció el nuevo nombre de la organización: Partido Unificado de la Revolución Socialista (PURS), la nueva etapa hacia la creación de un nuevo partido comunista cubano.

La purga realizada por Fidel significó una gran satisfacción para el Che. Detestaba a los burócratas arrogantes que trataban de imponer sus directivas ideológicas en todo el país, y había otorgado puestos —y protección— en su ministerio a varias personas cuyas carreras se habían visto perjudicadas. En mayo emitió una directiva severa que prohibía las «investigaciones ideológicas» en el ministerio.

El «sectarismo», como se llamó a ese período de dogmatismo comunista, afectó incluso a extranjeros como Ciro Bustos. El Partido Comunista argentino, que seguía el ejemplo del chovinista PSP, quiso extender su control sobre todos los argentinos que vivían y trabajaban en Cuba. Cuando se encontraba en Holguín, Bustos fue convocado por el representante del partido en Cuba e interrogado sobre sus antecedentes políticos y filiación partidaria. Al responder que no estaba afiliado oficialmente al comunismo, se le advirtió que debía «regularizar» su situación, bajo pena de abandonar el país. Pero lo salvó la purga «antisectaria» y actuaba nuevamente con toda libertad cuando Granado concertó su entrevista con el Che en el verano de 1962.

El encuentro, que se produjo una medianoche de fines de julio en la oficina del Che en La Habana, fue decisivo. El Che le dijo que un «grupo» se preparaba para actuar en Argentina y lo invitó a participar. El pintor aceptó. Eso fue todo. Se le dijo que no saliera del hotel; unas personas pasarían a buscarlo. En la etapa siguiente de su metamorfosis revolucionaria, condujeron a Bustos a una casa en el barrio habanero de Miramar, donde lo recibió un hombre a quien reconoció por las fotografías de la prensa: Jorge Ricardo Masetti. Casualmente era el libro de éste sobre la guerra cubana, Los que luchan y los que lloran, publicado en 1959, el que había despertado el interés de Bustos sobre Cuba.

Aunque el «proyecto» era «del Che», dijo Masetti, el comandante todavía no podía partir de Cuba; por eso, él conduciría la fuerza guerrillera durante la fase inicial. Posteriormente llegaría el Che y entonces comenzaría la guerra.

Preguntó a Bustos si estaba dispuesto a abandonarlo todo para unirse a la empresa, y nuevamente éste aceptó. Para conservar las apariencias, volvería a Holguín hasta que lo convocaran; una «beca» del Ministerio de Industrias para estudiar en Checoslovaquia serviría para justificar su desaparición posterior. Su esposa tendría que permanecer allá y conservar el secreto. Más adelante, una vez que la guerrilla se consolidara en un territorio liberado, ella podría someterse a entrenamiento y reunirse con él.

Antes del principio de septiembre, Bustos ya estaba alojado en una casa clandestina con otros tres argentinos: Leonardo, que era médico, Federico y Miguel; los dos últimos eran reclutas de Granado. Su nuevo hogar era una finca lujosa en el Country Club, un barrio exclusivo de las afueras al este de la capital. Desierto debido al éxodo de cubanos ricos y vigilado por las fuerzas de seguridad, el enclave arbolado de fincas amuralladas brindaba al grupo la mayor discreción. Los argentinos se instalaron en una mansión, para conocerse y prepararse para la vida que los aguardaba. La instrucción consistía en largas marchas y prácticas de tiro. Por las noches salían a patrullar la zona e intentaban (con escasa fortuna) atrapar a una pandilla de ladrones que entraban en las fincas abandonadas para robar lo que encontraran. «Siempre eran más vivos que nosotros —recordó Bustos—. Nosotros hacíamos mucho ruido».

Masetti, el Che y oficiales de inteligencia como Ariel y Piñeiro los visitaban con frecuencia. Orlando «Olo» Tamayo Pantoja, un oficial del Che durante la guerra en la sierra, y Hermes Peña, uno de sus escoltas, participaban activamente de su instrucción, y no tardaron en enterarse de que el «capitán Hermes» sería el lugarteniente de Masetti en la expedición.

Ese mismo mes, agosto de 1962, Alberto Castellanos y Harry Villegas, que revistaban en el pelotón de seguridad del Che, advirtieron la ausencia de su camarada Hermes Peña. El Che siempre insistía en que sus hombres debían instruirse, y ambos volvían de un curso para los futuros administradores del Ministerio de Industrias. Ninguno de los dos estaba al tanto del proyecto guerrillero, pero la ausencia de Hermes indicaba que algo estaba a punto de suceder. Así lo dijo Castellanos al Che y añadió: «Yo vengo a decirle que si usted va para cualquier lado, yo estoy dispuesto a irme, además Villegas me dijo lo mismo que yo». Sin confirmar ni desmentir sus sospechas, el Che dijo que «los tendría en cuenta».

Otro visitante asiduo de la casa clandestina era Abelardo Colomé Ibarra, alias «Furry», nada menos que el jefe de policía de La Habana. También él viajaría con los argentinos como comandante de la base de retaguardia a cargo de las comunicaciones con Cuba. El instructor principal no era cubano ni argentino sino un general hispano-soviético conocido solamente por el seudónimo de «Angelito». Ciro Bustos y sus camaradas sabían que no debían hacerle demasiadas preguntas; por entonces, la presencia de militares rusos en Cuba seguía siendo un secreto celosamente guardado. Angelito, llamado también Ángel Martínez, aunque nacido en Cataluña, era un general en activo del Ejército Rojo y héroe de la Guerra Civil española. Se llamaba Francisco Ciutat y era uno de los seis exiliados republicanos españoles enviados a Cuba por la sede moscovita del Partido Comunista español para entrenar a las milicias en la «Lucha contra los bandidos». «Era un personaje —dijo Ciro—. Un tipo chiquito, de bastante edad… daba vueltas en el aire como un gimnasta».

Hermes Peña, el segundo de Angelito, dirigía la instrucción cotidiana y reconstruía batallas de la sierra para que las estudiaran y emularan en sus ejercicios. Al poco tiempo cada hombre recibió una tarea especial acorde con las aptitudes demostradas. Leonardo sería el enfermero, Miguel el encargado de logística y Federico, que según Bustos era un hombre de malas pulgas y pocas palabras, sería el responsable del armamento. Por su parte, el pintor realizó un curso especializado de seguridad e inteligencia.

El Che siempre los visitaba a altas horas de la noche, entre las dos y las tres. Ciro Bustos recordó cómo los impresionó su primer encuentro colectivo con el Che. «Me acuerdo un poco de las primeras palabras, prácticamente él dijo: “Bueno, ustedes han aceptado, vamos a hacer toda la preparación, pero, a partir de este momento, ustedes están muertos, los que vivan, desde ahora hasta el momento que se haga efectiva la muerte, es de gratis.”»

El Che arrojaba el guante en la cara de sus futuros guerrilleros tal como había hecho a su «columna de invasión» antes de marchar al Escambray durante la guerra cubana. Era esencial que cada uno se preparara psicológicamente para lo que habría de suceder, y Ciro lo comprendió muy bien. «Yo nunca pensaba vamos a tener éxito, no, nos van a sacar las pelotas a tiros… pero no se sabía si nosotros, ni siquiera él, llegaríamos al final del asunto». Con todo, el Che les hizo saber que no los enviaba solos a enfrentarse a un destino incierto sino que se uniría a ellos lo antes posible.

Che Guevara
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