Mi primer impulso al sentarme en el taxi fue el de coger el móvil para llamar a Russ. Sin embargo, me detuve. No estaba segura de cómo plantearle el tema. Metí de nuevo el teléfono en el bolso y me hundí en el asiento trasero y en mis pensamientos. La conversación con Marc me había alterado, porque removimos el barro del pasado, que ya se había comenzado a asentar. El temor de que Russ podía haber causado la muerte de Jay era enorme. Pensé en ir a su oficina para, de alguna manera, comprobar que el miércoles anterior había estado trabajando. No obstante, aunque yo pudiera confirmar que aquella tarde había estado a kilómetros de distancia del accidente, nada me garantizaba que no estuviera conectado indirectamente. La pregunta inevitable era esta: ¿Por qué lo habría hecho?
Sentí que se me empapaban de sudor las palmas de las manos. Russ sabía lo de mi accidente y lo del saqueo de su piso, el mío y el de mi oficina. Todos habían sido provocados por Jay. Por eso, Russ incitó a que lo arrestaran dando el número de la cuenta suiza y avisando a las autoridades. En cierta manera, ya se había vengado. Además, en mi corazón sentía que él era incapaz de atentar contra la vida de alguien.
Me estremecí y enfoqué la mirada hacia el tráfico de la autopista que estábamos recorriendo en taxi. Intenté calmarme. Recordé las palabras de Marc: «Ana, el caso ha sido catalogado como un accidente, pero yo tengo mis dudas».
Me di cuenta de que me iba a quedar con la sospecha, al menos por entonces.