A las dos de la madrugada, cuando se fue el último cliente, borracho y feliz, Pierre sacó un mi-cuit de foie gras, unas rebanadas de brioche y un sauterns.
—¿Tienes novia? —le preguntó a Fernando.
—Sí. En Argentina.
—Mi mujer está en Francia —dijo Pierre—. Brindemos por el día de los enamorados a distancia. ¿Te animas, Ana?
—Por supuesto —contesté agradecida.
Me senté con ellos en una de las mesas.
—No puedo creer lo que ha hecho Toni —comentó Fernando sacudiendo la cabeza—. Es tan poco profesional... Cuando me ha llamado y me ha dicho que no hacía falta que viniera a trabajar, me ha extrañado, pero jamás me imaginé que había armado un plan para perjudicarte.
—Es un cabrón —exclamó Pierre—. Te lo dije, Ana. No me han faltado ganas de clavarle uno de mis cuchillos.
—Hasta esta noche no me había dado cuenta de lo que en realidad se traía entre manos —comenté con expresión pensativa—, pero debo admitir que me siento sumamente complacida por cómo le hemos dado la vuelta al asunto.
—Me pregunto por qué lo hizo —dijo Fernando.
—Porque quería forzarme a vender el local —dije—. Y, con esa misma intención, destrozó la persiana. Él quería verme humillada, convencida de que no podía con el negocio y así ceder y traspasarlo a sus amigos a un precio ridículo. Quería dejarme tirada el día en que más lleno tenía el restaurante y lo iba a hacer justo cuando servíamos los segundos platos, el momento más delicado, que es cuando el cliente más espera que le sirvan a tiempo.
Fernando se quedó pasmado y Pierre asintió.
—Se lo tenía bien preparado, el hijo de… Pero se equivocó conmigo —dijo en tono grave—. Entró en la cocina después de que salieran algunos segundos platos y cuando otros ya estaban preparados, y me dijo que te iba a sabotear y que yo tenía dos opciones: la de irme o la de quedarme a trabajar para él y su equipo. Me prometió el doble de sueldo —Pierre sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa maquiavélica—. No tenéis ni idea de lo que me ha costado contener la rabia, pero al final le he dicho de todo. Y mientras discutíamos, descuidó el control sobre los camareros y ellos iban sirviendo la comida.
—Pero si es que él podría haber sido el encargado del restaurante —objetó Fernando—. Iba por excelente camino.
—No podía soportar la idea de que una mujer con menos experiencia que él en la restauración fuera su jefa —le contestó Pierre.
Ratifiqué en silencio. Todos los días me encontraba con el machismo profesional en la consultoría, pero sabía cómo llevarlo y, además, había acumulado mucha experiencia. En la restauración era una novata, pero Toni me había subestimado. Sobre todo en cuanto a mi don de gentes. Intuía que había algo más que le molestaba y supe que era el hecho de que yo tuviera dinero, a diferencia de él y de sus amigos, quienes no podían comprar el negocio al precio que les pedía.
—Pierre, Fernando, de verdad, gracias por todo. Sin vosotros no lo hubiera logrado —les dije complacida.
—No te preocupes —dijo Pierre—. Ha sido un placer romperle la cara.
—Fernando, te guste o no, de momento tendrás que asumir la responsabilidad de la sala —le dije con decisión.
No podía permitirme oír un «no» por respuesta. En un par de días, me iba a ausentar debido a los proyectos de la consultoría.
—Está bien, lo haré.
—No será por mucho tiempo, supongo que un par de meses.