Tentación y
venganza
Mis problemas sentimentales me podían afectar el estado de ánimo, la apariencia, la actitud, hasta el apetito, pero nunca la capacidad de trabajar. Le dije a Kiko que me iba a dedicar una semana a coordinar el lanzamiento del restaurante y me refugié en el trabajo. Llegaba a las ocho de la mañana y me marchaba con el servicio de limpieza en la madrugada. Empleé todo mi poder de concentración para dejar de pensar en lo sucedido y estrujarme el cerebro sobre lo que podría ocurrir con Russ. Intenté convencerme de que no podía hacer nada y de que tenía que ser paciente, aunque no lo lograba. La angustia me consumía por dentro. Ignoré las llamadas de mis amigos. Muchos sabían de la situación y se preocupaban por mí, pero no podía dar explicaciones ni escuchar palabras de compasión. Me deprimía aún más. La única con quien hablaba era María. Le describí brevemente lo sucedido en el caso, sin extenderme en detalles.
—Ana, tienes que alejarte de él —dijo exasperada al otro lado de la línea—. ¿No te das cuenta de que te puede perjudicar?
—¿Cómo? —pregunté ausente.
—Destrozándote el corazón. Ya estás decepcionada, ¿y qué pasaría si resulta culpable de algún crimen mayor y lo sentencian a un montón de años? ¿Te pasarás la vida esperándolo?
Me pasé la mano por la frente. El dolor de cabeza se había convertido en crónico.
—Espero que no se complique, porque no quiero pasarme la vida esperándolo. Pero de momento seguiré a su lado, porque lo quiero, María. Por favor, acéptalo y no me tortures más de lo que ya me estoy torturando yo misma. Eres mi amiga, entiéndeme, y si no puedes, simula que lo haces —le supliqué.
Ella suspiró frustrada. Había insistido en que nos viéramos, pero yo no quise. Sabía que en persona me iba a sentir aún más vulnerable y que acabaría llorando. Me costaba explicar mis sentimientos. Era cierto que no tenía sentido confiar en Russ como lo estaba haciendo, ni sentir la devoción que le guardaba, pero no me podía imaginar que fuera de otro modo, ni quería escuchar a María juzgarlo.
—Vale, Ana —dijo arrepentida—. Perdona. Te oigo triste y me gustaría que fueras feliz. Después de todo lo que pasaste con Thomas, ahora lo que menos te mereces es otra desgracia. Pero, vale, cierro el pico.
—Gracias. Hablamos en otro momento.
—Cuando quieras.