Contratiempo

Un tema que seguía posponiendo era la búsqueda de piso. Tenía que mudarme, ya que el lugar donde vivía me recordaba mucho a Thomas y a veces me sentía triste. Además, él quería volver a ese piso. Aquello fue parte del acuerdo de la separación. Habíamos hablado unas pocas veces por teléfono desde que me entregó la sortija y sabía que había comenzado a trabajar para AMR. Viajaba de lunes a viernes todas las semanas a Alemania y Francia por diferentes proyectos. Me di cuenta de lo absurdo que había sido pensar que él se quedaría trabajando en nuestra empresa después de separarnos. Prefería seguir viviendo aferrado a una maleta y viajar por proyectos para otra empresa que trabajar conmigo. De su vida sentimental no sabía nada.

Me gustaba mucho vivir en Sarriá y conseguí un piso pequeño en un edificio recién remodelado. Tenía dos habitaciones, salón comedor, cocina y una gran terraza. Me mudé con Charlie a principios de junio.

La consultoría iba bien y seguí trabajando en el proyecto del restaurante. Russ me animaba a hacerlo y cuando el banco me informó de que iban a financiar solo el 30%, ya que lo veían arriesgado, él se enfadó.

—¡Los bancos me sacan de quicio! —exclamó—. Su modo de razonar es: una persona que no tiene altos ingresos les pide dinero prestado para lanzar un negocio. La respuesta es: su operación representa un riesgo para nosotros y no podemos sobreexponernos. Sin embargo, la respuesta verídica es: usted necesita dinero, ¡y no se lo daremos porque usted no tiene dinero! Si el caso fuera que una persona con dinero y altos ingresos buscara una financiación porque no le diera la gana invertir su propio dinero, la respuesta sería: por supuesto, usted tiene buena trayectoria con nosotros y lo podemos ayudar. Por cierto, no se preocupe por darnos garantías.

A Russ le chispeaban los ojos de la indignación mientras balbuceaba su sermón y se paseaba de punta a punta del salón de mi nuevo piso. Me encogí de hombros.

—Así son las cosas. ¿Qué vas a hacer? ¿Cambiarlo?

—¡Ya me gustaría! —exclamó—. Dame el plan de negocios.

Le pasé el documento distraídamente y me concentré en unos e-mails que acababan de entrar.

—Con la carta de la comida se me hace la boca agua —comentó absorto al rato—. Y los vinos son fantásticos.

Sonreí sin apartar la vista de mi ordenador. Él siguió leyendo la información.

—La inversión es bastante alta —observó.

—Sí, es más de lo que pensé en un principio —reconocí mientras contestaba correos—, y se debe a que estoy previendo un fondo de maniobra que cubra doce meses.

—Pero los números se ven muy ajustados. Queda muy poco margen. ¿Y qué pasaría si ocurriera algo imprevisto?

—¿Cómo qué? —pregunté aún distraída.

—Gastos extras inesperados por cualquier cosa.

Me forcé a apartar la vista de la pantalla y concentrarme en lo que decía.

—Russ, esto es un plan de negocios. He considerado un escenario conservador. No creo que sea descabellado, sino muy alcanzable. Es cierto, siempre pueden ocurrir imprevistos en una medida mayor de lo que he considerado para los cálculos, pero no lo puedo predecir con certeza absoluta. A veces dudo si lanzarme a hacer esto es lo correcto. Tal vez debería dejar la idea de fundar un restaurante propio y más bien estudiar cocina y buscarme un trabajo en una cadena conocida para aprender y ganar experiencia.

—Esto está muy bien hecho —me dijo Russ con tono enfático, señalando el documento—. Eres muy inteligente.

—Estoy siendo ignorante —dije sacudiendo la cabeza—. Si lanzo el restaurante, seguro que me toparé con problemas que ni me imagino que puedan existir. No conozco la restauración. La estoy estudiando y evaluando, pero no la conozco. Podría fracasar con facilidad.

—¿Conocías la consultoría en el mercado español cuando comenzaste?

Lo miré sorprendida.

—No —dije al fin.

—Creo que estás haciendo lo correcto. Quiero que de aquí en adelante siempre hagas lo que sientas que quieres hacer. No quiero que te cohíbas. Nadie se ha hecho rico o famoso en el primer intento. Lo importante es que creas en tus proyectos y saldrás adelante.

Russ me miraba fijamente mientras hablaba. Desvié la mirada sobrecogida por el persuasivo poder de sus ojos.

—Gracias —murmuré sin sonar convencida—, pero el banco no cree en el proyecto, así que ¿por qué no dejamos el tema y pensamos en otras cosas?

Nuestras miradas se encontraron de nuevo. Russ se sentó a mi lado en el sofá. Sus manos me rodearon con fuerza.

—Yo te daré el 70% —me murmuró al oído.

Me aparté de él. Russ dejó caer los brazos y sus labios besaron el aire.

—Ya me lo ofreciste antes. No creo que sea una buena idea —le dije.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porque eres mi pareja. Porque ya he tenido suficiente con trabajar en pareja…

Russ me interrumpió alzando la mano.

—Ana, te quiero ayudar. Si no quieres que trabaje contigo, no lo haré, pero me gustaría poder estar allí los ratos libres que tengo y que tú vas a estar trabajando, sobre todo al principio.

Lo miré con recelo.

—Vamos, amor, lo estoy tomando como un negocio. Si recapitulas mis preguntas del pasado, siempre las he planteado meramente desde el punto de vista de un inversor. No quiero regalarte el dinero. Quiero invertir y ganar algo, aparte de buena comida gratis.

Esbozó su sonrisa arrebatadora.

—Russ, no estoy segura —dije inquieta—. Estamos hablando de mucho dinero… ¿Cómo es que tienes tanto?

La inversión total ascendía a más de doscientos mil euros.

—Te dije que me iba a hacer rico. ¿O crees que estoy trabajando catorce horas al día por cuatro euros?

—¿Tan rápido? —gemí.

—Ana, me fui del centro de negocios hace casi dos años. Desde entonces, he estado trabajando con David y él ya tenía la empresa en marcha. Llevo la parte de ventas y marketing, tengo un fijo más un variable por cada acción que vendo. Además, soy socio y recibo dividendos por resultados. Estoy ganando bastante dinero. Vamos, acepta la propuesta.

De nuevo, el sentimiento de felicidad se impuso sobre mi razonamiento lógico. Era algo que ocurría cada vez más cuando estaba con Russ.

Asentí con la cabeza.

Abuso de confianza. La otra verdad
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