Estábamos de nuevo en mi coche. Yo conducía hacia su piso enfadada por el comportamiento de Jan y Magda.
—¿Por qué te has puesto de mal humor? —me preguntó Russ.
—¿No te has dado cuenta de que os habéis pasado la tarde hablado de coches de lujo, de dinero y de cómo gastar lo que no tenéis? —contesté aún enfadada.
—¿Y qué tiene de malo? Solo estábamos hablando —exclamó sonriendo.
—No tiene nada de malo, si tienes el dinero. Pero si no lo tienes y hablas como si lo tuvieras, eso te hace un fanfarrón —declaré.
—Ana, durante mucho tiempo no te has relajado y no has disfrutado gastando dinero —dijo.
—Russ, ¿para ti relajarse es gastar dinero desproporcionadamente? —pregunté.
—Si lo tengo, sí. Me lo he ganado trabajando —dijo con entusiasmo—. ¿Qué hay de malo en ello? —volvió a preguntar.
—No creo que hablar de cuánto dinero tiene uno o de lo que se gasta sea educado —repliqué con sequedad.
Sentí que me observaba y lo miré. Tenía una expresión burlona.
—Se está pasando de moda no hablar de dinero. Esas eran las creencias de antes, ahora se habla abiertamente y se discute sobre cómo ganarlo y gastarlo —afirmó serio—. Pero da igual. ¿Tú me oíste hablar de dinero? —preguntó.
—No, pero Jan no paraba —dije a regañadientes.
Russ me miró con efusividad.
—Ana, Jan me hace gracia. Me río de su ego de dandi. Trabaja para SAP como brand manager. Tiene un salario de empleado y las pretensiones de un magnate. Viene de un padre rico que le dio un préstamo para comprarse un Porsche y está desesperado por ganar más dinero.
—¿Y a esta persona la llamas amigo? Si ni siquiera lo respetas —lo provoqué.
—No lo juzgues, no creo que sea mala persona. Se quiere dar importancia, pero no es malicioso. Es más, creo que es bastante inocente. Ni siquiera se percató de cómo tu amigo se comía a su mujer con los ojos.
Russ vaciló unos instantes.
—Jan nos ha invitado a su boda a finales de junio en Hungría.
—¿Boda? Pensé que estaban casados —me sorprendí.
—Están casados por lo civil. Se van a casar por la iglesia.
—Ah…
—Le dije que no podíamos ir porque nos íbamos de vacaciones por tu cumpleaños.
—¿Cómo? —exclamé sorprendida.
—Quiero irme contigo de vacaciones —rogó Russ con voz seductora.
—Russ, ya hemos ido de vacaciones. Todos los fines de semana estamos viajando a algún lugar.
—Cierto. Pero son fines de semana. Yo quiero tomarme unas vacaciones largas contigo.
Reflexioné un instante. Tomarme unas vacaciones largas significaba alejarme del trabajo, algo que no quería hacer. Tenía un montón de cosas pendientes: proyectos, clientes, el plan de negocios del restaurante que Russ me había convencido de retomar. Me faltaban horas del día para poder ocuparme de todo.
—¿Cómo de largas? —pregunté inquieta.
—Largas.
Sonrió de manera evasiva.
—No puedo, Russ, tengo demasiado trabajo.
—Ana, puedes organizártelo con Kiko y Claudia.
—¿Y dónde quieres ir?
—No te lo diré —anunció decidido.
—Pues entonces no voy —le dije.
Russ sonrió.
—Irás, porque si no lo haces te llevaré a la fuerza.
—Atrévete —lo desafié.
Russ acercó su cara a la mía y comenzó a besarme el cuello. El vello se me erizó y sentí el agradable cosquilleo en el estómago.
—Déjate de pretensiones —me susurró al oído—. Te va a encantar, ya lo sabes.
Tragué saliva. Deseé encontrarme en otro lugar con él, en vez de en el coche conduciendo más bien con poco control.