Cuando abrí los ojos ya era de día. Russ estaba recostado de mi lado, leyendo un libro. Me maravillé de su perfil.
—Hola —murmuré.
Me miró. Era tan guapo y su mirada estaba tan llena de amor, que creí estar soñando. Por un instante, tuve el temor de despertar de esa fantasía y de encontrarme de nuevo en el diminuto locutorio de Mónaco.
—Hola, amor —contestó con alegría—. ¿Quieres desayunar?
—Sí —dije e intenté incorporarme.
Casi gemí. Me dolía todo el cuerpo, pero sobre todo sentí un ardor en la entrepierna. Él se percató de mi mueca y se acercó.
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? —repetí—. Pues que ayer estabas desenfrenado, como si fuera la última vez que íbamos a hacer el amor.
Me miró con expresión vivaracha. Sentí la necesidad de sumergirme en agua caliente.
—Pensaba que lo disfrutabas —dijo conteniendo una sonrisa.
—Lo disfruté la primera vez y la segunda, pero luego ya perdí las fuerzas para protestar —refunfuñé.
Me incorporé. El ardor era fuerte. Con un gesto seguro, Russ me cogió en brazos.
—¡Ni se te ocurra tocarme! —exclamé.
Rió.
—Estamos algo oxidados, mi amor.
—Puede, pero vaya manera de recuperar la práctica… —me quejé.
Russ me llevó al baño.
—Una manera sensacional.
Se rio y comenzó a llenar la bañera.
El cambio en su actitud fue radical. No quedaba ni rastro de la inseguridad y confusión que le había notado el día anterior. Era el mismo de antes, lleno de vida, risueño y positivo. Sin embargo, su mirada había adquirido un nuevo matiz, que parecía resentimiento.
Del mismo modo en que recuperó la chispa de la alegría, recuperó su poder para bromear y conversar. Se sentó junto a la bañera y, mientras yo me relajaba, él comenzó a hacer planes de futuro. Habló sin parar. Se mostraba ansioso por conocer el restaurante y porque viviéramos y viajáramos juntos. Quería visitar durante una temporada a sus padres y a los míos, y quería tener más tiempo para quedar con amigos. Yo lo escuchaba feliz, sin interrumpirlo. No habló de trabajo ni del pasado, pero esa era una conversación que yo no iba a dejar pasar. Sin embargo, en aquel momento, lo único que me importaba era que Russ estuviera de vuelta.
El baño me sentó de maravilla. Estaba envolviéndome en el albornoz cuando Russ detuvo mi mano y me besó en el hombro. Yo seguía incómoda, pero sentí que la adrenalina me recorría de nuevo el cuerpo.
—Russ, ¿no pensarás seguir? —pregunté sorprendida.
Él esbozó una sonrisa traviesa.