El frío me despertó. A fuera estaba oscureciendo y lloviznaba. La habitación estaba en penumbra y cuando enfoqué la vista me di cuenta de que Marc no estaba. Bajé la mirada. Ahora, en mi mano, en vez de la foto sostenía un papel en el que ponía: «Espero que te encuentres mejor. Cuídate. Marc.»

Arrugué la nota y la tiré al suelo. Me arrepentí por haberme quedado dormida. Tendría que haber aprovechado la oportunidad para hablar con él. Me incorporé en el sillón y fui al cuarto a buscar mi chaqueta, bolso y mis zapatos. Sin permanecer más tiempo en el piso, abrí la puerta y bajé las escaleras. Al salir a la calle, me tomó unos minutos darme cuenta de dónde estaba: era el barrio de Pedralbes. Me sentía descansada y con energía, y tenía mucho en qué pensar. Respiré hondo el aire húmedo, me ajusté la bufanda y me dirigí hacia mi barrio.

Mientras duró el paseo reflexioné sobre todo lo ocurrido en las últimas semanas. La angustia por no poder ver a Russ y la vergüenza por haber perdido el conocimiento en los brazos de Marc, las reemplazó la rabia que me despertaban las actitudes de Jay, de Jamie e incluso de David. Pensé que, si bien Russ era mayorcito y había tomado las decisiones sabiendo en lo que se metía, los demás no tenían derecho a hacernos la vida aún más difícil ni a separarnos más tiempo por su ambición económica. Estaba convencida de que Jamie tomaría las riendas del negocio y seguiría con la estafa. Tampoco dudaba de que, tras ser liberado, David retomaría su actividad junto a él. Tal vez procuraría incluir a Russ de nuevo en sus esquemas. Mi corazón se hundió. Entonces tomé una decisión importante, aunque en aquel momento no pude prever ni remotamente sus consecuencias. Frente al edificio de mi piso saqué la tarjeta que me había dado Marc y observé el número de teléfono durante un tiempo. Al final, me decidí y marqué, pero nadie contestó. Recordé lo que me había comentado: «Tengo compromisos mañana. Mejor dicho, hoy.»