La empresa de María había ganado la cuenta de la cadena Eurostars y llevaban la publicidad y la gestión creativa de su imagen. La asignaron para gestionar el posicionamiento en el mercado de su recién inaugurado hotel Eurostars Grand Marina Hotel en el World Trade Center de Barcelona. Junto con otros proyectos que ya llevaba, su cartera de clientes había pasado a estar sobrecargada, y la pobre estaba desbordada de trabajo. Durante los meses de verano, en julio y agosto, la veía poco y si quería que me dedicara más tiempo que el de un café rápido de diez minutos, me tenía que desplazar hacia donde ella estuviera. Aunque a veces ni siquiera eso ayudaba a ampliar el tiempo de los encuentros.
Un día quedamos para tomar una copa en la terraza del nuevo hotel después de una reunión que ella tenía con el director, otro encuentro que me temía iba a ser corto. Fui la primera en llegar y me senté en la mesa más cercana al mar. La perspectiva que se abría al salir a la terraza era impresionante: aire y agua mediterráneos, una suave brisa marina y la vista panorámica sobre el Maremagnum, el Port Vell y, más allá, la Torre Mapfre y el Hotel Arts. Se oían las sirenas de los barcos que anunciaban sus llegadas o salidas. Relajada, disfruté de las vistas. María llegó a los diez minutos, caminando deprisa y cargando una pila de carpetas, el portátil, el bolso y un maletín. Con un gesto autoritario tiró todo sobre la mesa y alzó la mano para llamar al camarero, que se acercó casi de inmediato.
—Dos copas de cava —pidió evaluándolo con la mirada.
No pude reprimir una sonrisa. María, mientras respirara, siempre iba a fijarse en cualquier hombre y a coquetear.
—¡Qué guapa estás! —le dije después de los besos.
Tenía la piel bronceada y el pelo, rojizo, se le había aclarado un poco. Llevaba un conjunto de estilo marinero: pantalón y top blancos con bordes azules y un collar de cuero en forma de nudo de rizo. Sus sandalias de tipo alpargata tenían un tacón altísimo.
—¡Gracias! —exclamó con voz alegre y sonrió—. A ti tampoco te veo nada mal.
Me había separado de mis vaqueros porque hacía demasiado calor. Los había sustituido por unos pantalones cortos y un top blanco con tirantes.
—¿Qué cuentas? —pregunté.
—Pues que llevo tres horas reunida con unos absolutos imbéciles incapaces de decidir cosas triviales —se quejó antes de desplomarse en la silla.
—¿De qué se trata? —pregunté con curiosidad.
—Les he propuesto lanzar una oferta de Sábados de Ópera en el Lobby. Es un hotel de negocios y los fines de semana está vacío —dijo alterada, apoyándose en la mesa—. Tienen sus instalaciones infrautilizadas y las tienen que llenar, si quieren ganar dinero. Hace falta atraer un segmento adicional de mercado, ya sean turistas o locales. La iniciativa sería ofrecer ópera en vivo, vender bebida, contratar a músicos y utilizar el puto piano de cientos de miles de euros que tienen allí de monumento cogiendo polvo.
—¿Por qué no lo quieren hacer? —pregunté sorprendida.
La idea me parecía excelente.
—Porque dicen que no se adapta al perfil de sus clientes. Les he mostrado estadísticas de otros hoteles que han tomado iniciativas parecidas y aún así siguen pensándoselo —exclamó e hizo una mueca de asco—. ¿Qué más hay que pensar? Solo hay que decidirse y hacerlo.
—¿Has intentado convencerlos con una encuesta?
—No me dejan.
Se encogió de hombros y se acercó la pila de carpetas al cuerpo.
—No quieren que el cliente se altere —añadió.
—Haz la encuesta al personal —le propuse.
María, que había comenzado a buscar algo entre sus carpetas, alzó la mirada y me observó.
—No eres tan solo cara bonita —concluyó al rato.
El camarero nos sirvió el cava. Mi amiga lo examinó un instante, pero perdió el interés casi de inmediato.
—¿Cómo te va la vida? —preguntó después de brindar.
Sonreí.
—Ah, no —Alzó la mano como para frenar mi respuesta—. No, no, no quiero saberlo. Me das asco con tu nivel de vida sexual.
—María, la última vez fuiste tú quien me hizo la pregunta y yo contesté —exclamé.
—Quién lo diría… ¡Cómo has cambiado!
Asentí y solté una carcajada.
—Déjame reformular la pregunta —Sonrió—. ¿Cómo va tu vida fuera de la cama?
—Bien. Tengo poco trabajo y dedico algo de tiempo a nadar y quedar con amigos.
—Sigues dándome asco —bromeó.
—Russ me va a llevar a Gales.
—¡Fantástico! —exclamó María—. Cuándo yo viví en Londres fui una semana allí y me encantó. Hay rincones muy pintorescos.
—Y también iremos a Sofía a visitar a mis padres.
Puso expresión de sospechar algo.
—Esto me suena a matrimonio —apuntó.
—¡Sí, hombre! —exclamé—. Ya probé este plato.
—No hay nada malo en repetir —señaló.
—No, gracias —dije convencida.
«Matrimonio» era una palabra que ni Russ ni yo mencionábamos y era mejor así.
—Por cierto, ¿sabes algo de Thomas?
—Lo único que sé es que tiene una novia catalana y que parece feliz.
La noticia me la había dado Kiko, quien mantenía contacto esporádico con él. Me había dicho que lo veía bien, pero que seguía trabajando como consultor y que viajaba sin parar. Esperaba que se diera cuenta de que esa vida le iba a pasar factura en algún momento. Para empezar, no habría muchas mujeres dispuestas a aguantar ese ritmo.
—¿Y a ti? ¿Cómo te va la vida? —le pregunté a María—. ¿Sigues trabajando muchas horas?
—No paro. Pero los proyectos que tengo ahora me gustan mucho.
De repente, se inclinó hacia mí con una sonrisa misteriosa.
—Me han propuesto asociarme.
—¿En serio? —exclamé—. Es una noticia fenomenal. ¿Lo harás?
—No lo sé, lo estoy madurando. Por un lado, me parece una oportunidad increíble, pero por otro te esclavizas de por vida. No es que tenga planes de irme, pero tampoco me veo jubilándome en esa empresa. Además, los socios trabajan como unos desgraciados, around the clock.
—A todos nos toca alguna vez en la vida profesional —aseveré con resignación.
—Ya trabajo lo suficiente, créeme.
Sonrió y consultó el reloj. Ese gesto significaba que se tenía que ir.
—Si quieres, salimos a cenar una noche que estés libre —sugerí.
Me habría gustado poder pasar más tiempo con ella, últimamente casi no la veía. Si llegaba a asociarse, con toda probabilidad la vería aún menos.
—Claro que sí —dijo apurada—, te llamo. Por cierto, me voy a operar de la endometriosis la segunda semana de septiembre.
—Por fin —Suspiré—. Has tardado casi un año en encontrar una fecha. Estaré contigo —añadí.
Sonrió con tristeza.
—Gracias. Es la última oportunidad que me voy a dar para quedarme embarazada de Nav, después de la operación. Pero si él no se pone las pilas, lo dejaré.
Comenzó a recoger demasiado nerviosa sus carpetas. Me levanté y la abracé.
—María, las cosas irán bien de un modo u otro —le dije al oído—. Estaré contigo en todo momento.
Me aparté de ella y vi lágrimas en sus ojos. Se llevó la mano a la frente y se la frotó.
—Gracias Ana, ahora me tengo que concentrar porque tengo otra reunión.
En eso, respiró varias veces profundamente y nos fuimos.