Tuve que esperar media hora hasta que me dejaron subir a la tercera planta. Marc me esperaba frente a la escalera. Tenía los brazos cruzados y la mirada severa. No hallé ni rastro de complicidad en su actitud. Más bien parecía irritado por verme. Me llevó hasta la oficina más cercana, entró, esperó a que pasara y cerró la puerta. Se sentó detrás de un escritorio decrépito en el centro de la oficina y me señaló la silla que estaba justo enfrente. El mobiliario era tan austero y gris que me sentí abúlica. La oficina no tenía ventanas. Marc iba vestido de civil, a diferencia de la mayor parte del personal que vi en la planta. Sus ojos, rasgados, habían adquirido un tono verdoso y guardaban distancia. Apoyó los codos en los apoyabrazos de la silla y cruzó los dedos de una mano con los de la otra.
—¿Cuándo me pensabas decir que habíais llevado a cabo la detención? —pregunté decidida.
Me di cuenta de que mi presencia no era bienvenida, pero estaba fuera de mis casillas. Él conocía la situación de Russ y mi ansiedad por estar informada sobre el caso; sin embargo, no me había dicho ni una palabra sobre lo ocurrido. Pensar que podía haber un caso contra Russ en España me desquiciaba.
—No tengo por qué contártelo —contestó.
—¿Por qué? —exclamé frustrada.
—Porque no te atañe.
Seguía mirándome a su manera, penetrante.
Estaba a punto de perder los estribos y me forcé a calmarme y respirar.
—¿Que no me atañe? —protesté apoyando las manos sobre el escritorio—. Conoces muy bien la situación de Russ. Sabes que no me dejan verlo y que me muero por saber cualquier cosa sobre él, lo que sea, tan solo necesito una señal a la que agarrar mi esperanza y saber que, para bien o para mal, el caso no está parado. Si habéis cogido a Jamie, me gustaría que me comunicarais cualquier aspecto relevante.
Marc me observó unos instantes. Su mirada cambió un poco, pero no a mi favor. Se mostró aún más distante.
—Ana, si no te he llamado es porque no hay nada que pueda decirte —dijo despacio.
Crucé los brazos. Estaba sentada en la punta de la silla.
—¿No hay nada que puedas decirme? ¿O no hay nada que debas decirme? O peor aún, ¿no hay nada que quieras decirme? —pregunté de forma dramática.
—Las tres cosas —dijo cortante.
—Marc, por favor… —susurré.
—Ana… —Me interrumpió alzando las manos—. Nuestro trabajo es confidencial y lento. A veces tenemos las manos atadas porque nos falta información, testigos, etcétera. A veces cogemos a los delincuentes y los tenemos que liberar al día siguiente porque la ley no nos respalda. No puedo comentarte nada, porque se trata de una investigación en curso, el caso es mucho más complejo de lo que te puedes imaginar y tú no estás dispuesta a declarar. No sé cómo te has enterado de los sucesos, pero espero que tu fuente no revele la información a más gente.
Sus palabras me produjeron una emoción punzante al comprender que protegía mi privacidad y que esta limitación dificultaba el desarrollo del caso.
—Y ahora —prosiguió—, sin que te ofendas ni te prendas como una cajita de cerrillas, te tengo que pedir que te vayas, porque tengo trabajo y gente que me espera.
La emoción sobrecogedora se esfumó.
—Marc —insistí—, no puedo creer que no me puedas decir nada.
Me contempló pensativo unos instantes y luego bajó la mirada.
—Ana, de momento no puedo —dijo con la voz helada.
—¿Sabes qué? —le dije con recelo y me levanté de la silla—. Cuando te conocí, pensé que eras gentil y sincero. No entiendo cómo una persona que me ayudó tanto durante el accidente, que estuvo preocupada por si me había hecho daño y me cuidó en su casa cuando perdí el conocimiento, puede ser tan indiferente ahora que estoy mil veces peor que entonces por la incertidumbre que estoy viviendo. Y ni siquiera me puedes dar una explicación.
Di media vuelta y salí indignada, aunque por dentro intuía que él tenía razón; si la investigación seguía su curso, no debía revelar información. Aguanté a duras penas hasta la esquina de la manzana y rompí a llorar. Me sentía destrozada. En aquel momento dudé si iba a tener fuerzas para seguir adelante y continuar aguantando ese sinvivir.