María puso una mueca de asco tras beber del café. El mío también estaba horrible, parecía recalentado. Habíamos quedado en la terminal B del aeropuerto, en un Fresh & Ready que no era nada fresh. Yo me iba a Alemania y ella a Madrid. Dos ejecutivas en plena acción. Esa vez iba vestida a la altura de María, elegante y femenina, puesto que no me dirigía a ninguna fábrica, sino a una reunión de directivos. Sabía que las ojeras y la expresión triste había desaparecido. Mi pelo tenía más brillo, yo misma lo había notado en el espejo. El maquillaje ya no lo utilizaba para esconder, sino para acentuar. Después de compartir una única semana con Russ, noté un cambio absoluto en mí. La sonrisa no me abandonaba la cara y veía el mundo de color rosa.

—¿Cuántos? —preguntó antes de dejar la taza sobre la mesa.

Estiré tres dedos. María rio hasta que casi se le salieron las lágrimas. Comenzó a golpear el suelo con un pie.

—No me lo puedo creer, ¿tú? —exclamó—. Dios mío, ¿me lo prestas?

—No creo…

—Jo, Ana, qué suerte tienes.

—María, han sido nueve meses muy largos para los dos.

—¡Es cierto! —admitió arqueando una ceja de manera divertida—. Bueno, espero que lo estés disfrutando.

—Ya lo hago, pero a veces él quiere seguir y seguir…

Me interrumpí al darme cuenta de que ella me miraba con cara de espanto.

—¿Y eso es malo? —preguntó en voz baja.

—No, no es malo —admití sonriendo—, pero tengo la sensación de que me paso la vida en la cama.

—¿Y eso es malo? —volvió a preguntar, ahora con más énfasis.

Me reí. Me hacía sentir una necia y tenía razón. Se movió en la silla.

—Ana, hazme el favor de parar de decir estupideces ahora mismo y disfruta. Lo has estado esperando durante nueve meses y ahora que por fin estás follando…

—¡Shhh! —siseé.

—Ahora que por fin estás follando —repitió casi indignada—, ¡te quejas! Si no callas, te voy a pegar.

Y no dudaba de que lo iba a hacer. María volvió a reír.

—¿Quién lo diría? Este hombre te va a cambiar, ya verás. Te volverás una adicta. Pero, dime, además de pasártelo bien en la cama, ¿qué tal, cómo esta él? —preguntó.

—En parte, está bien —comenté pensativa—. Hace bromas como antes y es adorable conmigo, pero lleva mucho resentimiento por dentro. A veces lo veo muy reflexivo, frunciendo el ceño y apretando los puños.

—¿No habéis hablado del tema del negocio?

—No, no he querido hacerlo todavía, ni él ha mencionado nada. El domingo he pensado que podemos ir a pasar el día en la Costa Brava y allí podremos hablar. De momento, solo le he devuelto la información de sus cuentas bancarias.

—¿Qué le pareció el restaurante?

—Está fascinado —dije recordando la reacción de Russ cuando lo llevé—. No quiere que lo venda. Se quedó boquiabierto al entrar en el local. Le impresionó todo: la decoración, la comida, los vinos y el personal. Durante la primera semana fue todos los días a comer o a cenar mientras yo trabajaba. Tenía al pobre Pierre saturado con preguntas sobre los platos.

—¿Le vas a hacer caso?

—No —Sacudí decidida la cabeza—. Ya tomé la decisión y para mí ha sido un trabajo monstruoso. No quiero seguir trabajando un sinfín de horas. Russ ya ha vuelto y quiero pasar el tiempo con él. Aparte, quiero devolverle el dinero que me prestó, no quiero deberle nada.

En ese instante vi que se nos acercaba un hombre. Era un ejecutivo vestido al estilo italiano: traje oscuro y zapatos de color marrón claro. En la mano llevaba un maletín de piel. Tenía un aire interesante y diferente, tal vez por un cabello blanco que contrastaba con una cara joven. No lo conocía y por eso me extrañé cuando se nos aproximó sonriendo. Involuntariamente, sonreí. María no podía verlo, porque estaba sentada de espaldas a él. Su aparición fue tan súbita que no tuve tiempo de avisarla.

—Hola —dijo.

Se detuvo al lado de nuestra mesa. María alzó la mirada.

—¡Ah, Roberto, hola! —exclamó.

María se ruborizó y la analicé con cuidado. Roberto se agachó para saludarla con un beso y vi que la besó de verdad, no rozándole un poco la piel y besuqueando el aire, sino con más afecto. María sonrió y le brillaron los ojos, estaba resplandeciente. Luego él se volvió hacia mí y me evaluó con la mirada.

—Tú debes de ser Ana —dijo con voz melódica y acento dulce.

—Sí.

—Ana, este es Roberto. El nuevo auditor externo de la empresa.

—Encantada —dije y al instante recibí dos besos superficiales, no como los que le había dado a María.

—Igualmente —contestó.

—¿Quieres sentarte? —lo invité.

—No, en realidad no puedo —Esbozó una sonrisa cautivadora—. María, deberíamos irnos, acaban de anunciar el embarque de nuestro avión.

Miré a María con cara de mil preguntas. Ella sonrió y me guiñó un ojo.

—No lo había oído —dijo mientras se levantaba—. Ana, me voy. Hablamos el jueves.

—Sí —contesté distraída.

Me levanté de la silla y María me abrazó.

—Encantado —dijo Roberto y recibí dos besos más.

Vi como se alejaban. Caminaban muy cerca el uno del otro. María le tocaba el brazo y le decía algo. Él inclinó la cabeza para oírla mejor. Mi amiga nunca había mencionado que su empresa trabajara con auditores externos. Cuando desaparecieron de mi vista, consulté la hora. Tenía tiempo de sobra. Dejé el mediocre café y me dirigí hacia las tiendas.