Me despertó un olor agradable que provocó rugidos en mi estómago del hambre que tenía. Inspiré hondo sin abrir los ojos. El olor se intensificó y poco a poco estimuló el resto de mis sentidos. Percibí como un objeto pesado hundía la cama al lado mío. Mi visión enfocó el perfecto rostro de Russ. Me miraba sonriendo.
—¡Buenas tardes, bella durmiente! —exclamó—. El desayuno está servido.
Olía a benditos cruasanes. Me incorporé y me apoyé en las almohadas. Había una bandeja llena de comida encima de la cama: los cruasanes parecían recién sacados del horno, también había zumo de naranja, fruta cortada y Nutella. Miré a Russ, que parecía no llevar ropa debajo del delantal que decía «Try it, you will like it». Sonreí. Era ingenioso.
—Voy a buscar el café —anunció antes de incorporarse.
En efecto, estaba desnudo. Volví a sonreír y recordé la noche anterior. Después de la discoteca y del susto de su ataque de asma, acabamos en su piso. El sexo había sido mucho mejor que la última vez. Russ tenía razón, podíamos mejorar y lo estábamos haciendo. Los dos ardíamos de deseo el uno por el otro. Ya no me intimidaba, quería explorar mi sexualidad y él estaba más que dispuesto a guiarme. Al final, con los primeros rayos del sol, caímos exhaustos en un profundo sueño.
No solía desayunar, aparte de la necesaria taza de café, pero en aquel momento estaba hambrienta. Piqué la punta de un cruasán. Estaba delicioso. Me levanté de la cama y fui al baño. Al lado estaba la tabla de planchar. Sonreí al imaginarme a Russ planchando minuciosamente su camisa cada mañana. Me envolví en una toalla y me dejé llevar por el olor del café. El pequeño piso de Russ estaba ordenado y limpio. El mobiliario era escaso pero de buen gusto. En el salón tenía un gran sofá Chesterfield de piel marrón, una tele de plasma y una biblioteca de madera blanca que ocupaba toda una pared. Quedé maravillada con la gran cantidad de libros, la mayoría eran de historia: la Edad Media, las cruzadas, la Guerra Civil estadounidense, la Primera y la Segunda Guerra Mundial… Al lado del salón había un segundo dormitorio donde el único mueble era un enorme saco de arena enganchado al techo. En una de las paredes colgaban los guantes de boxeo. No había comedor, sino una cocina grande con espacio para la mesa. Russ estaba sirviendo el café en las tazas.
—Por favor, quédate en la cama —ordenó al oír mis pasos—, no hay nada mejor que un desayuno entre las sábanas.
—De acuerdo —dije dibujando una sonrisa—. Por favor, el café sin azúcar y con leche.
—Ya lo sé —anunció por encima del hombro, sin mirarme.
Admiré un instante su trasero desnudo y su ancha espalda. Luego me giré y regresé al dormitorio.
Encontré mi bolso en el suelo, al lado de la cama. Tenía dos llamadas perdidas en el móvil y un mensaje de María: «Tengo un plan para el próximo domingo, fuera de Barcelona. Ya hablamos.»
«¡Esa María!», pensé. «¿Con qué me vendrá ahora?»
Russ entró en el dormitorio con dos tazas de café y nos sentamos en la cama, junto a la bandeja. Sin más invitación devoré el resto de mi cruasán y comencé a comer la fruta.
—¿Cómo sabes cómo me gusta el café?
Me miró divertido.
—Alejandra compraba tus cafés, ¿recuerdas? —Sonrió—. Y le chifla cotorrear.
—Eres un peligro —respondí—, te fijas demasiado en todo.
—Slo en lo que me interesa —contestó sugestivo.
Seguí comiendo la fruta.
—¿Te gusta la historia? —le pregunté al rato.
—Sí, mucho. Por desgracia no tengo tiempo libre para leer.
Asentí, pensativa. Yo tampoco encontraba el tiempo para ello.
—Resérvate el próximo domingo —comenté como quien no quiere la cosa.
—¿Para ti?
—Y para mis amigos.
Russ arqueó las cejas.
—Bien. ¿Qué haremos?
—No tengo ni idea. Lo está organizando María.
—¿Eso es bueno o malo?
—No lo sé. Es una mujer llena de sorpresas —dije pensativa.
Me imaginé a mi amiga haciendo los planes para los cuatro.
—Tengo ganas de conocer a esa tal María, creo que me caerá bien.
Russ sonrió.
—Seguro —contesté con brevedad y me zampé una cucharadita de Nutella.