Mi barriga crecía a un ritmo preocupante. En el quinto mes de embarazo parecía estar a punto de dar a luz. La ginecóloga se horrorizaba más que yo, porque cada vez que me subía a la balanza, esta señalaba sin piedad que había aumentando entre uno y dos kilos, muy por encima de los novecientos gramos admisibles en el estándar español. Cuanto más avanzaba mi embarazo, con más frecuencia recordaba a Carla, la hija de Marc. Su carita de ángel, sus bucles rubios. Me preguntaba cómo sería mi hija. Estaba convencida de que iba a tener una niña, pero cuando mi ginecóloga me dijo que esperaba un varón, comprendí que en realidad no me importaba tanto el sexo, sino que la criatura estuviera sana. Como era de esperar, Russ se puso eufórico al saber que sería niño.
Tuve que tomar una decisión difícil por el bien del bebé que esperábamos: regalar a Charlie. Él tenía unas costumbres forjadas y su terreno marcado, y la llegada de un bebé iba a despertar celos en él. Una de las chicas que trabajaba en el centro veterinario donde lo llevaba a vacunar quiso quedárselo. Charlie había vivido conmigo durante ochos años y la separación fue dura. Se me hundió el alma el día en que lo entregué. Él me miró con sus verdosos ojos llenos de interrogantes. Salí llorando del centro intentando convencerme de que hacía lo correcto y de que Charlie iba a estar en buenas manos.
María no se quedó embarazada y su relación con Nav no mejoró. Para finales de año, él consideraba seriamente irse del país. Pasamos juntos el día de Navidad y se mantuvo tenso y callado. Tenía el semblante afligido y, aunque de vez en cuando se reía con los chistes de Russ, su risa se apagaba con rapidez. María intentaba integrarlo en la conversación, pero él no mostraba mucho interés por ningún tema. Me quedó claro que iba a aguantar poco tiempo más entre nosotros. Así pues, no me sorprendí nada cuando un día de febrero María vino a casa llorando, porque Nav se había ido solo a hacer un viaje por todo el mundo durante varios meses. Se lo dijo en el último momento antes de salir hacia el aeropuerto. La noticia y la manera como se la dio hundieron a María. Estuvo deprimida durante su ausencia y aunque se comunicaban por Internet a través del blog de Nav, la relación ya estaba muy deteriorada. Cuando Nav regresó, le dijo a María que había tomado la decisión de regresar a su país.
Mi amiga se refugió en el trabajo. La veía poco, mucho menos que antes, y me hacía una falta tremenda. Extrañaba nuestras conversaciones, las cenas, las salidas para ir de compras, pero me intentaba convencer de que el distanciamiento era pasajero. Ella necesitaba estar ocupada como yo cuando Russ estuvo en la cárcel. En aquel entonces, yo tampoco quedaba con amigos. María, desconsolada, seguía trabajando y viajando, sin descanso, y fue solo cuestión de meses que su relación con Roberto cambiara por completo, de laboral a personal. Aunque todos sus amigos tuvimos claro que él era una válvula de escape de su soledad, porque María jamás superaría lo de Nav.