Reservas
De vuelta a la vida cotidiana, Russ se encontró en una situación irónica. No tenía ninguna pertenencia, aparte de la ropa que llevaba encima y de algunos libros y cartas que había traído de la cárcel. Eso sí, le quedaba el dinero de la cuenta de Chipre. Tuvo que comprar las cosas básicas que necesitaba, desde ropa interior y productos de aseo hasta un portátil. Además, se compró un saco de boxeo, que colgó en el trastero, con el que entrenaba casi todos los días. Mi piso, que era lo bastante grande para mi gato y para mí, resultó pequeño cuando Russ se instaló. Tuve la sensación de que su presencia llenaba el espacio por completo. El armario de repente parecía estrecho e incómodo para la ropa de ambos. No tenía suficientes platos y cubiertos, y la nevera era pequeña para la cantidad de comida que ahora comprábamos.
—Da igual —dijo él—, así estamos más juntitos.
Ciertamente, estuvimos bien juntitos muchas noches y madrugadas, hasta que yo ya tenía que irme a trabajar y le suplicaba que parara. Él se reía.
—Ana, ¿te has escuchado? Me pides que pare de darte orgasmos. ¿Tienes idea de lo ridículo que suena? ¿Se lo has dicho a María?