Pasaron varios días y hasta me olvidé del tema, pero Toni no. Comenzó a preguntarme en todo momento si pensaba hacer el informe. Yo le daba largas. Al cabo de una semana, Vivienne, de John Taylor, trajo a su cliente.
Ángel tenía un perfil diferente al de los amigos de Toni. Venía de la industria y sabía lo que quería. La primera visita fue corta, pero ambos supimos que podíamos llegar a un acuerdo. La pregunta inevitable no tardó en aparecer:
—¿Por qué lo vendes, Ana?
Ángel me miraba fijamente.
—Porque tengo un familiar enfermo, otro en prisión y dos negocios. No doy abasto.
Permaneció en silencio durante unos instantes, impactado por mis palabras. «¿Siempre eres tan directa?», recordé que me había preguntado Marc.
—Ya —exclamó al final—, entiendo.
No sé si fue mi franqueza o el hecho de tener a un familiar en prisión lo que hizo que Ángel pidiera toda clase de información financiera. A la pobre Vivienne ya le daba hasta vergüenza llamarme y pedirme más informes. La puse en contacto con Jordi, que se ocupó del tema con su habitual agilidad. A fin de cuentas, se podía ganar un nuevo cliente.
Pero Ángel no tenía prisa y las conversaciones sobre el traspaso se alargaron. Mientras tanto, yo tenía que seguir dedicando tiempo al restaurante y pocas veces visitaba a Russ. Toni despidió a uno de los camareros porque se había presentado ebrio a trabajar. Me ofreció contratar a su amigo Diego, que tenía mucha experiencia. Acepté con recelo, porque seguía sin fiarme del todo de Toni, pero no tenía tiempo para buscar a otro sustituto.