Un rayo de sol

—¿Cuándo pensabas decirme que estás embarazada? —me preguntó Russ casi una semana más tarde, ya en Barcelona.

Estaba acostado en la cama y me miraba mientras yo me vestía. Yo me estaba observando en el espejo. Pensé que tal vez debería comprarme una talla de vaqueros más grande, esos ya me apretaban.

—¿Cómo lo has sabido? —pregunté sin mirarlo.

—Tienes los pezones oscurecidos. ¿No te habías dado cuenta?

Me volví hacia él, con cierta brusquedad, para ponerme en jarras, enfurecida por el tono burlón de su voz. El movimiento me provocó un fuerte dolor en los pechos, ya hinchados por el embarazo.

—Me encanta cómo rebotan tus pechos sin sujetador —dijo con voz ronca y mirada deseosa.

Enfadada, cogí el sujetador de la silla y me lo puse. Russ se rió, lo que me hizo enfadar aún más.

—¡Vale ya! —exclamé conteniendo la cólera.

Pero él siguió riendo.

—¿Vas a parar?.

Se incorporó y, con su típico gesto rápido y fuerte, me agarró del brazo y me volcó sobre la cama. Seguía sonriendo, pero ahora, sus ojos estaban llenos de cariño.

—Amor, ha sucedido así y será maravilloso. Estoy convencido de que serás una madre excelente, no lo dudes —dijo y esbozó una sonrisa muy seductora—. Tampoco te preocupes de que nuestra atracción se acabe por tener un hijo, no pasará, no lo permitiré.

Sus palabras me agradaron. Pensé en lo mucho que lo quería, lo adoraba. Seguía teniendo mis dudas, pero comenzaba a comprender mis defectos y mi testarudez. Mi madre tenía razón, a veces tardaba años en caer en la cuenta de que había cometido algún error. Tenía que ser más flexible, más abierta y dejar de temer a la felicidad.

—Me tengo que ir —dije y me levanté.

Me puse los zapatos y salí del dormitorio. Mientras cogía mi bolso, oí que Russ suspiraba profundamente, se levantaba y se metía en la ducha. Vi mi reflejo en el espejo del pasillo.

«Embarazada», pensé conmovida. «Otro reto…»